lunes, 19 de septiembre de 2011

Capítulo 24

~ 24 ~
- Los celos conservan el amor, del mismo modo que
las cenizas conservan el fuego. - Perdona si te llamo amor





Joseph dejó su coche donde solía aparcar habitualmente. Cuando bajó de éste, un par de alumnas le saludaron efusivamente desde el otro lado de la valla del aparcamiento, y él les devolvió el saludo con la mano; siempre había tenido buen rollo con los alumnos.
En el aparcamiento ya estaba el coche de Sam y, por desgracia, también el de Gary.
Aquella noche no había dormido a penas. Sam y Gary; Gary y Sam… Ellos dos ocupaban toda su mente y, en concreto, una imagen que tan sólo había podido imaginarse, pues no era un momento que él hubiese presenciado: aquel beso que Sam le dio en el coche a su mejor amigo, el mismo que hace años le reprendió por haberse acostado con su compañera, a la que ahora él deseaba; sí… a esa.
Joseph entró en la sala de profesores justo cuando tocaba el timbre que anunciaba el comienzo de las clases (en aquel momento poco le importaba llegar tarde). Y allí estaban otra vez los dos. Sam, Martha y Anna estaban sentadas juntas, y Gary, apoyado en la mesa, mirándolas de frente, las hacía reír con sus chistes.
Joseph llevaba días de mal humor, mordiéndose la lengua… No sabía cómo había logrado contenerse durante tanto tiempo en lugar de haber explotado y decirles de todo; a ambos. Samantha no le había contado lo de Gary, no le había dado la mayor importancia, y eso le molestaba. Gracias a él volvían a ser amigos. Sintió una punzada en el pecho al percatarse de que tal vez Gary había pasado por casi lo mismo cuando él se fue con Sam aquel día, a las duchas. ¿Se la estaba devolviendo acaso? ¿Era todo una venganza? No quería creérselo. No sabía a quién gritar de los dos… Probablemente a ambos. Él por capullo y ella por… ¿Y si le había besado como hizo aquella vez? ¿Y si lo había hecho él? Podía consentir que siguiese manteniendo relaciones con Edmond (al fin y al cabo, era su marido), pero no pensaba compartir a Samantha con nadie más. Temía enterarse de que Gary había besado a Sam, aunque ella le hubiese rechazado; o que ella le había besado y él había dejado claro que la amistad era lo primero; o que ambos habían decidido seguir con aquello… Apretó los puños y cerró su taquilla de un portazo.
Los profesores presentes se volvieron para mirarle, sin molestarse en disimular. Él ni tan siquiera se volvió hacia “el grupito”, aunque sabía de sobra que también le habían estado mirando. Bueno, así tal vez Sam le prestase un poco de atención.

Su clase transcurrió en silencio, cosa poco habitual. Normalmente se ponía a charlar con sus alumnos después de dar la materia, e incluso se sacaba el portátil y le escribía correos a Sam, que luego nunca enviaba; le daba demasiada vergüenza mostrarse tan débil y ñoño… en lugar de aparentar ser el macho alfa al que nada le afecta. Aquel día había mandado callar a toda la clase con cuatro gritos nada más entrar por la puerta.
Una alumna, al final de la clase, le preguntó si le ocurría algo. Disimuló su enfado, y le dijo tranquilamente que se había levantado con mal pie, y que sentía mucho haberse puesto así.
Pero aquello no le hizo sentirse mejor. Lo más extraño de todo, era que en ese preciso momento sólo le apetecía descargar su ira haciéndole el amor a Sam. Pero eso no iba a pasar. Se negaba a dejarse llevar por una mujer… ya lo había hecho otras veces, y al final había tenido que olvidar el asunto. Con los hombres le pasaba algo completamente distinto; y es que desde que era un niño, siempre se había defendido tanto con las palabras como con los puños, y era igual de bueno en ambas. ¿Lo peor? Solía decantarse por la violencia.
La siguiente clase se hizo un poco más llevadera, pero no paraba de pensar en lo mismo que le había atormentado aquella noche. Samantha le sonreía de manera seductora en aquella visión, mientras que Gary la rodeaba con sus brazos, mirándole también a él, con una sonrisa triunfal. Él vestía de traje, y ella llevaba un vestido que le recordó a Gilda en aquella película que llevaba el mismo nombre. Ambos apartaban los ojos de él para mirarse entre ellos, y fundirse en un apasionado beso. La sangre le hervía por dentro.

En el recreo no se dejó ver por la sala de profesores para no tener que sentirse obligado en salir a tomar algo. Tiempo atrás Samantha tampoco hubiera ido; casi nunca lo hacía, y mucho menos si él no estaba.
“Pero las cosas han cambiado” -pensó Joseph-. “Seguramente ha decidido irse con ese cabrón…”
Joseph se quedó recostado en una de las sillas del departamento de lengua y literatura. No sabía qué iba a hacer, cómo iba a reaccionar… Había esperado tanto que cuando llegase la hora explotaría y lo soltaría todo de golpe.
- ¿Puedo pasar? -Sam se asomó por la puerta del departamento tímidamente.
- Entra.
Samantha miró a Joseph, y después de lo de aquella mañana, en cuanto le vio en aquella posición y con aquella expresión en su rostro, supo que algo malo pasaba.
- ¿Qué te pasa? -preguntó, un tanto temerosa.
Joseph empezó a reír de un modo desagradable. Miró hacia otro lado, y siguió riéndose.
- Joseph… -Sam se acercó a él y posó su mano sobre la suya-. ¿Qué es lo que te ocurre?
Joseph retiró su mano y se levantó de golpe. Comenzó a dar vueltas por aquel pequeño aula, mientras se llevaba las manos a la cabeza.
- ¡Joder, Joseph! ¿Qué pasa? -insistió, nerviosa.
- ¡Ya vale! -gritó-. ¡Ya basta de gilipolleces! ¿¡Qué haces aquí, Samantha?!
- ¿Cómo..?
- ¿¡Por qué no estás con él, eh?! ¿Qué, hoy no habéis quedado OTRA VEZ después de la mierda de kárate?
- Oh, Joseph, por favor… Tú no estabas, y yo…
- ¡Claaaaaaaaro! ¡Te fuiste con el otro! ¿No? Esa historia me suena. -siguió dando vueltas por la clase, nervioso-. Tú te besas con Gary, él pasa de ti, y te vas con el OTRO. Éste otro no puede estar contigo y vuelves al principio.
- Dime que esto es una broma. -caminó hacia él, y le miró un poco enfadada.
- ¿¡Te parece esto una broma, Samantha?! ¿¡¡¡TE PARECE ESTO UNA JODIDA BROMA?!!! -se dio la vuelta un momento, dándole la espalda, y prosiguió-. ¿Sabes lo que sí me parece una broma? Nuestra relación. O rollo, lo que sea.
Samantha se sentó en una silla e intentó relajarse. Aquello no estaba pasando…
- ¿Qué? ¿Pensabas que nunca me iba a enfadar? ¿Qué debía perdonar a Gary si intentaba algo contigo? ¿O tal vez perdonarte a ti, Sam?
- ¡¡Escúchame, Joseph!! -vociferó Samantha-. ¡Nadie se ha liado con nadie! Tú no estabas y él me propuso salir, nada más. Hemos salido a tomar un café como hemos ido muchas veces a la hora del recreo con los demás compañeros. ¿Qué pasa con eso?
- ¿Y el otro día? -respondió, un poco más sosegado-. “Ay, Gary, ja, ja, ja, esto, ji, ji, ji, lo otro y lo de más allá…”. Pero de Joseph pasemos, ¡ignorémosle! Total, años antes se nos dio muy bien, ¿verdad, Sam? ¿Por qué no podría volver a salir igual? Porque claro, era muy incómodo dirigirme la palabra entonces, porque años antes nos acostamos… ¡pero llega el otro, enamoradísimo de ti, después de todo lo que ha hecho, de pasar de ti todo el verano y…! ¡Tan amigos! ¡Conmigo tardaste AÑOS en reconciliarte! ¿Y cuándo quisiste volver a mantener la misma relación? Cuando él pasó de ti. ¿Siempre va a ser así, joder?
- ¿Por qué te vas a lo que pasó hace años? No tiene nada que ver.
- Sí… Quién tiene más importancia para ti.
- ¿Gary? ¿Eso crees?
- Eso sé. Ya has tenido lo que querías, ¿no? Él es el siguiente.
Ambos se quedaron callados. Sam se puso frente a él y le miró fijamente.
- ¿Qué es lo que quería…? ¿Sexo? ¿De verdad crees que estoy contigo por eso, Joseph?
- Te lo dio Edmond el otro día, y a Gary le tendrás en un abrir y cerrar de ojos en tu cama. Ya no necesitas a este imbécil.- se señaló a sí mismo mientras la miraba.
Samantha pegó a Joseph una bofetada en la cara y después rompió a llorar.
- ¿Por qué no confías en mí? No te… No te he pedido nada, excepto e-eso… Si no eres capaz… A lo mejor es verdad que no te necesito. O querías decir… ¿Qué no te merezco? No merezco que me quieran, ¿verdad? Porque soy una guarra. Seré lo que quieras… Pero nunca te he mentido… He podido olvidarme de algo, pero yo no te he mentido. Tú me has hecho creer que todo iba bien entre nosotros… Y no es verdad. Yo he confiado p-plenamente en ti, ¿sabes? Pero, ¿qué mas da eso? La confianza es algo que carece de importancia para ti.
Samantha se dio la vuelta con la intención de irse, y fue entonces cuando Joseph habló:
- Es cierto… Nunca me has mentido; por eso nunca me has dicho que me querías.
Sam se paró un momento, dándole la espalda y, a la vez que rompía a llorar de nuevo, con más fuerza, cerró la puerta.

Joseph se quedó en su sitio sin apartar la mirada del lugar donde Sam había estado hacía un minuto, gritándole.
“La confianza es algo que carece de importancia para ti” -Joseph pensó en lo que Sam le había dicho. ¿Cómo iba a confiar en alguien si no confiaba ni en sí mismo? ¿Cómo iba a confiar en ella si le daba motivos para pensar mal? ¿O había exagerado?- “¿Por qué no confías en mí?” -la voz de Sam permanecía en su cabeza. Había vuelto a pegarle, pero esta vez había sido de manera distinta: se lo merecía.
Joseph le dio una patada a una silla con todas sus fuerzas, lanzándola contra la pared. Iba a empezar a destrozarlo todo, pues sólo se le ocurría descargar su ira de esa manera, cuando alguien llamó a la puerta. Para sorpresa de Joseph, Gary asomó la cabeza por la puerta.
- ¿Se puede?
- Vaya, mira quien esta aquí.
Joseph le sonrió igual que le había sonreído a Samantha minutos atrás.
- He visto a Sam, estaba llorando. ¿Se puede saber qué le has hecho?
- ¿Que qué le he hecho? La pregunta es: ¿que le has hecho tú? ¿Acaso la has besado? Claro, que a lo mejor ha sido ella, ¿no?
- ¿Te has vuelto loco? ¿Qué estás diciendo?
- No me vengas tú también con esas, sabes perfectamente lo que digo. Has aprovechado mi ausencia para acercarte a ella. Enhorabuena, ya tienes lo que querías, pronto la tendrás en tu cama.
- Definitivamente, te has vuelto loco.
Joseph se aproximó a él peligrosamente, le levantó cogiéndole de la camiseta y le puso violentamente contra la pared. A pesar de que Gary era más ancho y fuerte que él, ante aquella situación, Joseph, más delgado pero más alto, había aumentado su fuerza considerablemente
- No me toques las narices, Gary. ¡¿Por qué tenías que quedar con ella?! -rugió-. ¿¡No podías limitarte al instituto?! Para eso me ayudaste, ¿verdad? Para robármela y reírte de mi. Tú no eres mi amigo. Y por cierto, una actuación soberbia la de nuestra reconciliación, me tragué todo tu discursito como un imbécil.
- ¿¡De qué vas exactamente, Joseph?! -le metió un empujón que le hizo chocar contra la mesa-. Los amigos van a tomarse algo después de las clases, y eso es lo que somos, amigos. El problema lo tienes tú; tú y tus estúpidos celos. Puede que cometiera un error al ayudarte, porque lo único que has hecho es hacerla daño. Conmigo hubiera sido más feliz.
Joseph alzó el puño y golpeó a Gary con él en la boca. Éste se llevó la mano a la mandíbula, y se la retiró de la cara para comprobar que estaba sangrando. Después, simplemente, Joseph huyó.



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