jueves, 29 de septiembre de 2011

Capítulo 25

~ 25 ~
- Los celos conservan el amor, del mismo modo que
las cenizas conservan el fuego. - Perdona si te llamo amor




-¿Falta algo por poner en la mesa, mamá? -preguntó Charlotte desde la cocina.
Margaret apareció por la puerta y se dirigió al cajón de los cubiertos.
- Sólo me queda llevar esto. -dijo señalando los tenedores y cuchillos.
- Date prisa, necesito ayuda con el cordero.
En un principio, la cena de Navidad se iba a hacer en casa de Muriel, pero a ésta le había surgido un compromiso en el último momento, y habían tenido que cambiar de lugar. Como había muchas cosas que preparar antes del evento, Charlotte accedió a ayudar a su madre con los preparativos, ya que su padre era nulo para esas cosas y Samantha no podía llegar antes.
Margaret dejó los cubiertos en la mesa y volvió a la cocina para ayudar a su hija, que se apañaba a duras penas.
- ¿Has hablado tú con Sam? -preguntó Charlotte.
- Sí, la llamé esta mañana. ¿No has hablado tú con ella?
- No, no he tenido tiempo. ¿Y cuando va a venir?
- Intentará llegar lo antes posible, ya sabes que Edmond se lo toma con calma. Deberías hablar con ella, la he notado rara. -esto último lo dijo en un susurro, como si se tratase de un secreto, a pesar de que nadie podía oírlas.
- ¿Rara? ¿En qué sentido?
- Estaba muy callada.
- ¿Callada? Si siempre se tira horas y horas hablando contigo... Hablaré con ella después. -decidió mientras miraba por la ventana por la cocina; el cielo estaba completamente nublado.
Entre las dos prepararon el cordero y lo metieron en el horno. Charlotte se ocupó del primer plato y Margaret del postre.
Cuando ya casi estaba todo hecho, John, el cabeza de familia, entró en la cocina con Julie.
- ¿Está ya la comida? La pequeñaja tiene hambre.
- Tengo mucha hambre, mami. -se lamentó mirando a su madre.
- Todavía no está, ya queda poco. -la tranquilizó Charlotte.
- ¿Y no hay algo por ahí para picar? -preguntó John.
- Sabes que no me gusta que pique antes de comer, papá. No la malacostumbres. -le reprendió.
Charlotte se acercó hasta su pequeña.
- Tenemos que esperar a la tía Sam y a los primos para comer, ¿vale?
- Vale... -aceptó la niña a regañadientes.
- ¿Quieres ayudarme a llevar esto a la mesa? -ofreció Charlotte, con el fin de entretener a su pequeña.
- Síii.
Inmediatamente la niña se olvidó de la comida y cogió los platos para llevarlos a la mesa.
John también ayudó a llevar platos según se iban haciendo. El timbre sonó poco después.
- Justo a tiempo.
Margaret abrió la puerta. Samantha y Edmond entraron con los niños, que inmediatamente fueron a saludar a la familia. Él se quitó el abrigo, y después de saludar a su cuñada, se fue con sus suegros.
- Perdonad por no haber llegado antes, Edmond ha tenido que hacer unas llamadas antes de salir. -se disculpó Samantha, que aún seguía en la cocina.
- No te preocupes, hermanita. Ya nos hemos ocupado nosotras de todo.
Samantha sonrió levemente, se quitó el abrigo, y lo dejó colgado en el perchero. A su vez, Charlotte se dio cuenta enseguida de que su madre tenía razón. Esa sonrisa lo había dicho todo; algo pasaba.
- ¿Tienes que llevar algo más al comedor? -preguntó Sam, nerviosa por no estar ayudando.
- Sí, queda el cordero -respondió-, ¿me ayudas?
- Claro.
- No me puedo creer que vayamos a estar sin Muriel, qué descanso. Es un milagro. -comentó Charlotte en bajo.
- Sí, tienes razón.
- ¿Sólo me vas a decir eso?
- ¿Qué quieres que te diga?
- Llevamos años soportando a Muriel en las reuniones familiares, ambas la odiamos y parece que no te alegras.
- Claro que me alegro.
- Pues tu cara de muermo no me dice lo mismo. ¿Qué te pasa?
Sam miró a su hermana a los ojos. Por un momento Charlotte pensó que se lo contaría, pero no lo hizo.
- No me pasa nada.
- Sam, estás hablando conmigo. -insistió su hermana mayor.
- Estoy algo cansada, sólo es eso.
Charlotte dejó el tema; ya volvería a sacarlo. Seguramente su hermana acabaría contándoselo y no era bueno presionarla.
Cogieron la fuente entre las dos y se dirigieron al comedor. Después de dejarlo en la mesa, Samantha fue a saludar a sus padres y a Julie, ya que todavía no lo había hecho.
Durante la cena, hablaron de diversos temas: los abuelos contaban todas las batallitas de sus viajes, que sólo los niños escuchaban, y Edmond de vez en cuando hacía comentarios sobre la bolsa o sobre política. Por su parte, Charlotte estaba tremendamente aburrida, ya que la conversación más interesante era la que había empezado su hija sobre los dibujos de la televisión.
- Estaba muy rico todo. Mis felicitaciones a la cocinera -dijo Edmond mirando a Charlotte, cuando se hubo terminado su plato.
- Gracias, gracias. Pero no hubiera sido posible sin la ayuda de mi querida madre. -contestó Charlotte alzando el tenedor como si se tratase de un premio.
- Tan payasa como siempre. Nunca cambiará. -comentó su padre mirándola con cariño.
- Sabes que siempre seremos tus niñas, papá. Tampoco hemos cambiado tanto. ¿Verdad, Sam?
Volvió a mirar a su hermana, que como todas las veces que la había mirado en la cena, estaba distante.
- No. Sobre todo tú, Lottie. -dijo Samantha sonriendo.
Y otra vez esa sonrisa que Charlotte conocía tan bien. Era la misma que ponía de pequeña cuando tenía problemas en el colegio o en el instituto, la misma que ponía cada vez que peleaba con Edmond… era la sonrisa que te decía que pasaba algo.
Cuando despejaron la mesa, Samantha, Charlotte y Margaret sirvieron el postre, mientras que John sacaba su preciada botella de whisky de Malta.
Pasados unos minutos, cuando todos ya habían terminado el postre, los niños empezaron a quejarse.
- Mamá, tengo sueño.
La voz de Sarah interrumpió los pensamientos de Charlotte, que no se sentía capaz de pensar en otra cosa que en su hermana. La pequeña miraba a su madre mientras se frotaba los ojos, que amenazaban con cerrarse de un momento a otro. Habían estado tan entretenidos cada uno con lo suyo, que no se habían dado cuenta de la hora.
- ¡Madre mía, que rápido pasa el tiempo! -soltó Samantha al mirar el reloj-. Será mejor que nos vayamos.
- ¿Vas a coger el coche a estas horas, cielo? -le preguntó su madre, preocupada.
- No pasa nada, mamá. Estaremos bien.
- Yo no puedo conducir, cariño. He bebido unas copitas con tu padre...
- No te preocupes, Edmond. Conduciré yo.
- ¿Por qué no te quedas? Hay camas de sobra y tu hermana también se va a quedar. Será como cuando erais pequeñas. -le ofreció su padre, poniéndose nostálgico.
Samantha miró a su marido, a su hermana y finalmente a sus hijos, que amenazaban con caerse dormidos de un momento a otro.
- Está bien, nos quedaremos. -aceptó, a pesar de que no estaba muy convencida.
- Genial. Voy a prepararos las camas entonces. ¿Hago una para los niños o duermen con vosotros? -Margaret se situó junto a los niños para acompañarles hasta su habitación.
- Yo quiero dormir con Julie. -contestó Sarah antes de que su madre pudiera decir nada.
- Está bien, pues dormís juntos. ¿Venís a ayudar a la abuela a hacer las camas?
- No quiero, tengo sueño. -se negó Victor.
-Venga, jovencito. Yo a tu edad aguantaba mucho más que tú. -le reprendió John levantándose de la silla.
- Nosotras recogemos la mesa. ¿Vale, Sam? ¿Por qué no vas a ayudar a mi madre, Edmond?
- Está bien. Margaret, no te preocupes. Ya hago yo las nuestras. -le gritó Edmond a su suegra, que ya estaba en la habitación de los niños.
Ahora las dos hermanas volvían a estar solas; era la oportunidad perfecta para volver a preguntar.
- ¿Qué quieres decirme? -preguntó Samantha leyéndole el pensamiento a su hermana.
- Me conoces demasiado bien. Y yo a ti, por eso sé que te pasa algo que no me quieres contar.
- ¿Otra vez con eso? Ya te he dicho que no es nada.
- ¿Te has peleado con alguien? -aventuró Charlotte.
- ¿Con quién me voy a pelear? -dijo Samantha, nerviosa. Su hermana había acertado a la primera.
- No lo sé, pero la sonrisa que has puesto esta noche la ponías siempre que te peleabas con alguien.
- Son imaginaciones tuyas. Estoy bien, en serio.
- Sabes que me puedes contar lo que sea, ¿verdad?
- Lo sé. Y ahora vamos a recoger esto, sino mamá nos matará.
Samantha y Charlotte recogieron la mesa y metieron los platos y cubiertos en el lavavajillas mientras los demás hacían las camas.
Los primeros en dormirse fueron los niños, que cayeron rendidos nada más tumbarse en la cama de matrimonio. Para esas ocasiones habían dejado unas cuantas prendas de ropa en la casa de sus padres. Samantha cogió uno de sus pijamas y se cambió. A ella y a Edmond les tocaba dormir en las dos camas individuales, en las que muchos años atrás habían dormido ella y su hermana. Ahora, esta última dormía sola en la otra habitación. Edmond tampoco tardó en dormirse, ya que se había levantado temprano, pero Samantha, sin embargo, no lograba conciliar el sueño. Intentó relajarse, incluso contó ovejas, pero nada. Finalmente, al ver que no lo lograba, salió de la cama y se fue sigilosamente hacia la cocina, donde se sirvió un generoso vaso del whisky de su padre.
Charlotte escuchó los pasos desde su cama; ella tampoco podía dormir. No dejaba de darle vueltas a lo de su hermana.
Se dio la vuelta y se tapó con la sábana hasta la barbilla.
No, en aquella postura no estaba cómoda.
Se dio otra vuelta, y otra, y otra más hasta que no pudo más, y se levantó de la cama; un poco de teletienda la ayudaría a dormir.
Salió al pasillo descalza para no hacer ruido y, al ver luz en la cocina, caminó hasta ella. Allí vio a Sam bebiéndose de un trago su copa.
- ¿Qué diría papá si te viera aquí bebiendo esa bebida "tan poco femenina"?
Samantha pegó un respingo; no había escuchado a su hermana entrar.
- ¿Qué haces aquí? Menudo susto me has pegado.
- ¿Problemas para dormir? -preguntó Charlotte, señalando la copa.
- Ya ves… Estoy cansada, pero no logro dormir.
- ¿Por algo que se te pasa por la cabeza, quizás?
En otra situación Samantha hubiera disimulado y lo hubiera negado todo de nuevo, pero estaba lo suficientemente bebida como para no importarle lo que le podía hacer Charlotte a Joseph si se enteraba; necesitaba contárselo.
- Puede ser.
- ¡Por fin! Cuéntame, ¿de quién se trata?
- Joseph. -Samantha bajó el volumen al pronunciar su nombre.
- Me lo temía. ¿Quieres que vayamos a hablar al patio?
- ¿Cómo cuando éramos jóvenes?
- ¡Oye, que yo aún lo soy! -exclamó Charlotte, ofendida.
- Vamos, anda.
Samantha le sonrió a su hermana y ambas salieron al patio. A pesar de que hacía bastante frío, allí nadie las escucharía.
- Bien, ya puedes contarme todo con detalles.
- No sé ni cómo empezó... ¿Cómo puede ser tan idiota? -era una pregunta que no había dejado de hacerse desde que comenzaron las vacaciones.
-A ver, Sami, empieza desde el principio. -le pidió su hermana.
- Yo pensé que cuando se recuperase su mujer íbamos a estar bien, como antes. Que volveríamos a quedar, a hablar casi todos los días... Pues antes de las vacaciones, montó en cólera, y me acusó de estar con Gary y de haberle utilizado. Estaba tan celoso...
- ¿Y tú que le dijiste? -le preguntó, curiosa.
- Me enfadé, naturalmente. ¿Cómo puede pensar eso? Gary y yo sólo somos amigos, y ambos lo tenemos muy claro. No sé cómo debo sentirme, Lottie. Intenté ser comprensiva, no me puse celosa cuando se iba a cuidar de su mujer cada día, confié en él... y él no ha confiado en mí, me ha acusado sin ningún tipo de prueba... Estoy enfadada, pero a la vez me siento dolida. Y lo que más me dolió fue su comentario, cuando me dijo que sólo estaba con él por sexo. ¡Cómo puede pensar eso después de todo! Me duele que piense que soy una cualquiera...
- ¿Qué te dijo qué? ¿Quién se cree? No tiene ningún derecho a hablarte así. No te sientas dolida, no se lo merece, tú no eres ninguna cualquiera. -Charlotte estaba enfadada, pero procuró no subir el volumen para no alertar a toda la familia, a pesar de que deseaba gritar lo mucho que detestaba a ese maldito… profesorucho.
- Puede que Joseph tenga razón. En ocasiones lo dudo...
- Tú no eres ninguna cualquiera, ¿de acuerdo? Y no quiero que vuelvas a pensarlo.
- Gracias, Charlotte... No sé qué haría yo sin ti.
- Pues sí. Te morirías teniendo que comerte los asados de mamá tú sola.
Samantha rió y se acercó hasta su hermana para darle un abrazo, que esta correspondió con gusto.
- Vete a dormir, anda, ya verás como mañana te sientes mejor. -le sugirió Charlotte.
- No sé si llegaré hasta la cama. Se me está empezando a subir un poco el whisky.
- Será mejor que te acompañe.
Charlotte la acompañó hasta su cuarto, y esperó hasta que Samantha estuvo tumbada. De camino a su habitación se dio la vuelta y se dirigió al salón, donde Sam había dejado su bolso. Nada más abrirlo encontró lo que buscaba. Cogió su móvil y se apuntó el número de Joseph.
- Te vas a enterar tú.
Sonrió para sus adentros, y volvió a su cama. Ahora podría dormir mejor.

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