lunes, 29 de agosto de 2011

Capítulo 22

~ 22 ~
- ¿Por qué has vuelto?
- Porque es lo que hacen los amigos; se perdonan.- Big Fish





Tras pasar unas largas y aburridas semanas en cama, Natalie se levantó. Anduvo torpemente por el pasillo hasta llegar al salón, donde Joseph estaba viendo la televisión. Al oír pasos, éste se dio la vuelta.
- ¿Qué haces fuera de la cama? -preguntó, sorprendido.
- Ya estoy mucho mejor. -aseguró Natalie mientras se frotaba los ojos.
- ¿Estás segura? Será mejor que vuelvas.
Joseph se levantó del sofá y la agarró por el brazo.
- Cariño, llevo dieciséis días en cama, me apetece moverme. ¿Por qué no sales a dar una vuelta? -sugirió.
- No te voy a dejar aquí sola.
- ¿Cuánto tiempo llevas sin salir?
Desde el primer día en el que Natalie se había puesto enferma, Joseph había cuidado de ella, y desde que la habían operado de apendicitis sus cuidados se habían multiplicado. Nada más terminar el trabajo, volvía directamente y se ocupaba de la casa; le preparaba caldos, le tomaba la temperatura... No había quedado con Sam ni un día, ni siquiera había hablado con Martha, que había vuelto después de su “accidente“ en kárate.
- Eso no importa. -volvió a cogerla del brazo con la intención de arrastrarla hasta la cama.
- Hoy es Acción de gracias. ¿Por qué no vamos a comprar algo para la cena y así nos paseamos los dos?
- Pensé que no lo celebraríamos...
- ¿Y perderme una cena al lado de mi perfecto marido? ¡Ni hablar! Y ahora vamos a comprar las cosas, se nos está haciendo tarde.
Natalie tomó a Joseph de la mano y le condujo hasta su cuarto.
- ¿Seguro que puedes...?
- No me voy a romper, Joseph. Además, pasado mañana me quitan los puntos, eso es que ya estoy bien.
- Está bien. ¿Te ayudo a vestirte o puedes sola?
- Preferiría que me ayudaras a quitarme la ropa en vez de ponérmela. -le susurró al oído.
Dicho esto, Natalie sonrió y se dirigió al armario. Se vistió con unos vaqueros (con algo dificultad debido a los puntos) y un jersey de cuello alto.
- Me calzo y nos vamos.
Joseph recogió sus cosas y esperó a Natalie en la puerta. Una vez estuvieron listos los dos, se pusieron rumbo a los almacenes. Compraron el pavo, el pan de maíz, la salsa de arándanos y las verduras. A Natalie le gustaban las comidas tradicionales en el día de Acción de gracias, por lo que Joseph aceptó comprar todos esos ingredientes. Cuando tuvieron todo comprado, volvieron a casa para preparar la cena. Joseph cogió todas las bolsas a pesar de las quejas de Natalie, que intentaba librarse de los cuidados de éste.
- ¿Me vas a ayudar a preparar el pavo? -preguntó Natalie mientras se lavaba las manos.
- ¿Ayudar? Yo voy a hacer el pavo y tú te vas a sentar en el sofá.
Natalie sujetó al pavo y se lo acercó a la cara para hablar con él.
- ¿Has visto, pavo? No me deja ni cocinarte.
Joseph rió y le arrebató de las manos el pavo a Natalie.
- Es por su bien. Seguro que tú me entiendes.
Dejó el pavo en la encimera y sacó los demás ingredientes.
- No me hagas repetírtelo, siéntate.
- De acuerdo, a ver cuánto duras sin mi ayuda.
- Te sorprenderás de lo que soy capaz.
Joseph ablandó la cebolla y mezcló los ingredientes del relleno mientras Natalie le miraba con interés desde la silla de la cocina. Ahora tocaba deshuesar el pavo.
- Muy bien, pavo. Ahora te tienes que portar bien.
Joseph le hincó el cuchillo y comenzó la tarea. Una vez tuvo el pavo abierto frente a él, se quedó parado.
- Bien...
- ¿Algún problema? -preguntó Natalie, divertida, al ver su cara de inseguridad.
- No, claro que no. Estaba disculpándome por haberle destripado.
Joseph lo volvió a coger y le dio unas cuantas vueltas intentado recordar aquel vídeo de cocina que había visto una vez en la televisión. Nada, no se acordaba. ¿Tampoco tenía que ser tan difícil, no? Sólo tenía que quitarle las costillas. Lo intentó una vez con un suave tirón, pero aquello no se movía ni lo más mínimo. ¿Cómo se supone que iba a quitar todos esos huesos de ahí? Después de algunos intentos se giró hacia Natalie, que estaba al borde de un ataque de risa al ver a su marido forcejeando con el pavo.
- ¿Qué pasa? -preguntó Natalie.
- No me hagas decirlo.
- ¿El qué?
- Está bien: necesito tu ayuda.
Natalie soltó una carcajada, se acercó a Joseph, y le arrebató el cuchillo de las manos.
- Ya veo de lo que eres capaz...
- ¡No le caigo bien al pavo, es injusto!
- Has hecho lo que has podido, cariño. Ahora apártate y deja a los expertos.
Joseph se sentó en la silla en la que Natalie estaba sentada y observó cómo su mujer hacía aquella tarea que le había parecido tan difícil. En sus manos parecía de lo más fácil; manejaba el cuchillo con una facilidad alucinante.
- ¿Dónde has dejado el vino? -preguntó ella, mientras sacaba unas copas.
- ¿Qué vino?
- ¿No hemos comprado vino?
- Pues... no.
- ¿Puedes bajar a por una botella?
- ¿Ahora? Ya está todo cerrado.
- Los grandes almacenes siempre están abiertos.
- ¿Tengo que ir hasta allí? Hay que coger el coche y no quiero dejarte sola.
- Venga, Joseph... Para algo que sabes hacer... -dijo con una enorme sonrisa en la cara.- Si me pasa algo te llamo al móvil, ¿vale?
- Qué graciosilla... Está bien, pero no sé lo que tardaré.
- Te espero.
Joseph se enfundó en su gabardina negra y bajo rápidamente al coche. No le apetecía lo más mínimo tener que conducir hasta la otra punta de la ciudad sólo para comprar una botella de vino.
Nada más subir al coche, la imagen de Samantha se le vino a la cabeza. Seguramente estaría cenando con Charlotte y Edmond. Incluso puede que también hubiera ido la hermana de su marido... Tenía tantas ganas de ver a Samantha... Con la enfermedad de Natalie la había descuidado, y no por gusto, pues deseaba con todas sus fuerzas quedar con ella, pero una operación eran palabras mayores.
Al contrario de lo que Joseph se había imaginado, no tuvo problemas con el tráfico para llegar a los grandes almacenes. Compró dos botellas de vino y volvió al coche, lo arrancó y puso rumbo a casa. Al mirar el reloj se dio cuenta de lo rápido que había sido, seguramente Natalie no le esperaría aún.


***


Samantha se retiró a la cocina con su hermana dejando a los demás en el salón. Como era Acción de gracias, habían decidido hacer una comida familiar: Charlotte, Julie, la hermana de Edmond y su marido, y los hijos de éstos, se reunieron en su casa. También habían invitado a los padres de Sam, pero no habían podido acudir, ya que se habían ido de viaje.
Charlotte nunca se había llevado bien con la hermana de Edmond, de hecho, tampoco Samantha se llevaba bien con ella, ya que era muy cotilla y siempre estaba metiéndose en su matrimonio, pero en las reuniones familiares no tenía otro remedio que aguantarla.
- Charlotte, por favor, trátala bien. Te lo pido como un favor personal, sólo hoy. -le rogó cuando estuvieron solas en la cocina.
- ¿Que la trate bien? Sabes que siempre empieza ella. Intentaré comportarme Sami, pero si me saca de mis casillas...
- Gracias. Vamos a llevar la comida, anda.
Entre Samantha y Charlotte fueron llevando la comida al salón. Una vez estuvo toda en la mesa, comenzaron a comer. La primera en hablar fue Muriel, como siempre.
- ¿Has cocinado tú, Samantha?
- Sí. ¿Por qué lo preguntas? -ella ya se imaginaba la respuesta.
- Se nota, hija. Está un poco soso.
Samantha mostró una sonrisa forzada y contestó amablemente.
- Para mi gusto está bien así.
- Y para el mío. -la defendió Charlotte.
- Bueno, ya sabemos como son tus gustos. Sólo hay que mirar a tu ex marido.
Charlotte le dirigió una mirada asesina a la hermana de Edmond. Samantha le tocó el brazo para que se controlara. Muriel se había pasado, pero no era momento para pelear, y menos con los niños delante.
- ¿Sabes, Muriel? Me encanta lo que llevas en el pelo.
- Gracias, querida. -agradeció, mientras se tocaba el pelo con aire de superioridad.
- Me recuerda a un caniche que me compraron de pequeña. Murió atropellado.
Samantha no pudo evitar una risita al oír el comentario de su hermana. Se metió un trozo de verdura en la boca y se esforzó por controlarse. Muriel se levantó indignada de la mesa.
- ¡Será...!
No pudo continuar, pues su hermano y su marido la agarraron por el brazo y la obligaron a sentarse de nuevo.
- Muriel, por favor… -su marido intentó sosegar a su mujer.
- Venga, chicas, tranquilidad. -intervino Edmond-. ¿Por qué no ponemos la tele?
- ¡Síii!- exclamaron los niños al unísono, emocionados.
Edmond conectó la televisión; ahora las únicas voces que se escuchaban eran las de los presentadores del programa. Samantha notó una ligera vibración en su bolsillo. Se aseguró de que todos estaban atentos al programa y sacó el móvil con disimulo.
"Pueds bajar un rato? Stoy en la puerta".
A Samantha se le aceleró el corazón. ¡¿Qué estaba en la puerta?! ¿¡Qué narices hacía en la puerta?! No podía librarse de toda la familia... ¿o si?
"Voy a intntarlo"
- Oye, Charlotte. ¿Me ayudas a traer el postre?
Su hermana le miró a los ojos adivinando que algo pasaba.
- ¿Qué pasa? -soltó Charlotte nada más entrar en la cocina.
- ¿Me puedes cubrir durante unos minutos?
- ¿¡Cómo?! ¿Con Muriel delante? Sabes que va a hacer preguntas...
- Por eso te lo pido, Lottie, por favor...
- ¿Dónde está?
- En la puerta.
- ¿¡En la puerta?!
- Habla más bajo...
Una voz se escuchó desde el salón.
- ¿Por qué tardáis tanto? -gritó Muriel.
- Está bien... Pero si te doy un toque entras enseguida. Vamos a la mesa, ya me inventaré una excusa.
- Muchas gracias, hermanita. -Samantha le dio un beso a su hermana en la mejilla, mostrándole así su infinita gratitud.
Las dos hermanas volvieron a la mesa cargadas con los tazones del postre.
- ¿Por qué tardabais tanto? Sólo teníais que cogerlos. -rechistó la hermana de Edmond.
- Lo bueno se hace esperar-. murmuró Sam.
Charlotte se sentó junto a Julie, que comía a la vez que miraba su programa favorito.
- ¿Quieres que nos quedemos a dormir con la tía Sam?
- ¡Claro! -exclamó Julie entusiasmada.
- Genial, lo he estado hablando tu mujer, Edmond, si no te importa nos gustaría quedarnos a dormir.
- ¡Porfa, porfa..! -suplicó Sarah.
- No, claro que no me importa. Os podéis quedar siempre que queráis.
- Hay que ver que morro tienen algunas... -dijo a media voz Muriel.
- Eso mismo pienso yo. -contestó Charlotte mirándola fijamente.- Oye Sami, ¿me haces un favor? Tengo que mover el coche de sitio, pero he bebido bastante. ¿Lo puedes mover tú?
- Claro.
Charlotte sacó las llaves de su bolso y se las lanzó a su hermana.
- No tardes, ¿vale?
Samantha asintió y salió con paso ligero de su casa.
Ni rastro de Joseph al abrir la puerta ¿Y si había tardado demasiado y se había ido? No, no había tardado tanto, seguramente Joseph estuviera escondido por si acaso.
Se dirigió hacia el coche de Charlotte, que estaba aparcado dos casas más adelante, mientras miraba a ambos lados en busca de Joseph.
- Al final has podido...
Samantha se sobresaltó al oír la voz de Joseph.
- Camina hasta el coche azul y súbete cuando abra. Ahora hablamos-. le contestó Samantha.
Estaba muy nerviosa. No estaba segura de que Charlotte pudiera entretener a Muriel por mucho tiempo. Joseph siguió sus indicaciones y cuando ésta abrió el coche, él se subió.
- ¿Ya estamos a salvo?
- Eso creo. -Sam exhaló un suspiro y le miró, conteniéndose para no lanzarse a su cuello o para abofetearle por el mal rato que le estaba haciendo pasar-. Sé que esto parece una tontería, pero la hermana de Edmond es una auténtica cotilla. ¿Cómo se te ocurre plantarte en la puerta de mi casa?
- Siento haber venido de sopetón, pero necesitaba verte...
- Toda mi familia está detrás de esa puerta.
- Tenía que decirte algo...
- ¿Has dejado a Natalie sola?
- Sí, me ha mandado a comprar vino. Ya se encuentra mejor.
- Vaya, me alegro.
Samantha arrancó el coche. Tenía que cambiarlo de sitio como le había dicho a su hermana.
- Respecto a lo que tenía que decirte...
Ella no cambió de expresión.
- ¿Estás enfadada?
Samantha aparcó en el primer hueco que encontró libre.
-No... es sólo que... estoy algo asustada. -admitió.
- Lo siento... Tenía que decirte que en un día como hoy, que debemos de dar gracias por todo lo que tenemos, solo puedo pensar en ti. Hoy voy a dar gracias por tenerte en mi vida, Sam.
Samantha le miró a los ojos y pudo ver lo sinceras que eran sus palabras. ¿Cómo podía pensar en otra cosa teniendo esos ojos azules delante diciendo semejantes cosas? Se olvidó de todo y le besó. Fue un beso largo, lleno de agradecimiento y de amor.
- Yo también voy a dar las gracias por tenerte en mi vida, Joseph Thomson.
El móvil de Samantha vibró; era Charlotte.
- Siento tener que irme en este momento, pero...
- No te preocupes, yo también me tengo que ir.
Salieron del coche y se pararon un rato en la puerta de éste.
- ¿Nos veremos pronto? -preguntó Sam, inquieta.
- Tan pronto como pueda.
Se dieron otro beso, esta vez rápido, y Joseph se quedó allí, mientras Samantha andaba con paso ligero hacia su casa. Fue cuando Sam cruzó la puerta, éste volvió a su coche.

Condujo hasta su casa contento, pensando en lo que le había dicho Samantha y en ese beso. Después de esas semanas sin tener casi contacto con ella había vuelto a sentir ese hormigueo. Aceleró un poco para no hacer esperar más a Natalie. No le había llamado, así que tenía que estar bien. Aparcó el coche y subió los escalones de tres en tres.
- ¿Natalie?
- ¿Ya estás aquí? ¿Has pillado tráfico, no?
- Sí, pero aquí traigo el vino. ¿Una copita?
- Que sean dos.
- ¿Qué tal va la cena?
- Ya está lista, cocinillas.
- En cuánto te quiten esos puntos te vas a enterar...
Joseph puso la mesa y la ayudó a llevar la comida. Natalie encendió el televisor y fue cambiando de canal hasta llegar al de cocina. Fue entonces cuando soltó una gran carcajada.
- Deberías poner atención, a ver si aprendes algo.
Joseph se levantó de la silla y fue a por Natalie, que no podía parar de reírse.
- No te atreverás a pegar a una enferma, ¿verdad?
-No te hagas la buenecita ahora. Ven aquí.
Natalie empezó a dar manotazos en el aire para impedir que Joseph se acercara. Joseph paró un momento para mirarla. Era una mujer extraordinaria, preciosa, graciosa... incluso cocinaba bien. Lo que más le gustaba de ella eran aquellos momentos en los que se comportaba como una niña, en los que podía ver esa inocencia que, a pesar de los años que habían pasado, no había perdido, como el primer día en que la conoció. Joseph sonrió al verla; la quería muchísimo, y debería ser muy fácil enamorarse de ella, pero él no podía. Para él, no podía ser más que una hermana, una amiga. Todo sería mucho más fácil si pudiera volver a enamorarse de ella, pero no podía, sólo podía sentir eso por Sam. Tal vez fuera una jugarreta del destino, que lo había condenado a vivir un amor prohibido.
- Ven aquí, que te voy a matar a besos.
Joseph la estrechó entre sus brazos y la besó con dulzura.
"Ojala pudiera enamorarme de ti".






1 comentario:

  1. Tienes un premio en mi blog. sigue con la historia, esta muy bien
    http://bajoelalademidragon.blogspot.com

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