sábado, 25 de junio de 2011

Capítulo 21

~ 21 ~
He dejado de quererte. Desde ahora, desde hace un rato,
no puedo mentir ni decir la verdad.- Closer





Edmond se paró en la puerta del salón y asomó la cabeza. Tal como él había supuesto, Samanta estaba concentrada corrigiendo exámenes en la mesa.
Subió las escaleras silenciosamente y preparó a los niños; era el momento perfecto para llevarlos a la casa de su hermana. Edmond había planeado una sorpresa para su mujer, y para ello había hablado con su hermana, que se encargaría de los niños por una noche.
- Me llevo a los niños al parque, ¿vale?- anunció Edmond.
- Está bien. Hasta luego. -dijo Sam desde el salón.
Montó a los niños en el coche y condujo hasta la casa de Muriel. Ésta les recibió con una sonrisa. A pesar de que no le caía bien Samantha, y de pensar que Edmond se merecía algo mejor, él seguía siendo su hermano y aceptaría cualquier favor que le pidiese.
Los niños empezaron a correr por la casa buscando a sus primos.
- Me quedaría a hablar, pero tengo prisa. Muchas gracias, Muriel.
Edmond le dio un beso en la mejilla.
- Para lo que quieras, ya lo sabes. Pásatelo bien.
Por ahora el plan le estaba saliendo a la perfección. Condujo hasta casa de nuevo; era hora de avisar a Samantha.
Aparcó en la puerta de casa para salir directamente y abrió la puerta.
-Ya estoy aquí.
Samantha salió de la cocina.
- ¿Qué hacías en la cocina? -continuó Edmond.
- Iba a por algo para picar. ¿Quieres alguna cosa? -le ofreció.
- No, gracias. ¿Por qué no te tomas un descanso? ¿Tienes hambre, no?
- Bueno...un poco. ¿Por qué lo dices?
- Vístete, tienes... -miró su flamante reloj de muñeca-. una hora para arreglarte. ¿Será suficiente?
- Si tú vistes a los niños, estaré.
- Están en casa de mi hermana. Esta noche estaremos solos tú y yo.
-Vaya... genial. ¿Y a dónde vamos?
- No preguntes y sube ya, que no te va a dar tiempo.
Samantha obedeció a su marido. Subió las escaleras y abrió el armario buscando algo para ponerse. Edmond subió detrás de ella, ya que también se tenía que cambiar.
- Al menos dime si tengo que ir arreglada o...
- ¿Por qué no te pones el vestido negro? Eso estaría bien.
- Mmm... de acuerdo.
Cogió unas cuantas cosas del armario, y se metió en el baño para cambiarse. Edmond, por su parte, abrió su parte del armario y cogió el traje que tenía guardado y la corbata que le regalaron en el día del padre. No tardó casi nada en cambiarse y, como era de esperar, Samantha aún no estaba lista, así que bajó y encendió el televisor.
Sam se puso el vestido que le había dicho su marido, se maquilló y se arregló el pelo. Aún no se podía creer que Edmond se hubiera molestado en preparar una noche para ellos dos. Él nunca había tenido esos detalles. ¿Qué se le estaría pasando por la cabeza? ¿Acaso sospechaba algo y esto no era mas que un intento de reavivar su matrimonio? No; si sospechara algo Edmond ya se lo hubiera hecho saber, y estaría furioso. Sin embargo, Edmond estaba de muy buen humor. ¿Qué sería entonces? No soportaba más la intriga, por eso se preparó lo más rápido posible.
Edmond se giró al oír el ruido de los tacones de su mujer. Al verla le dio un vuelco el corazón; no se acordaba de lo bien que le quedaba aquel vestido. Se levantó del sofá y camino hasta las escaleras. La miró de arriba abajo y se sintió afortunado; tenía delante a una mujer preciosa, deseando saber la sorpresa que le tenía preparada su marido, feliz.
- Vaya...
- ¿Qué pasa?
- Te sienta muy bien ese vestido.
- Gracias... -Sam ya había notado la mirada embelesada de su marido-. ¿Vamos?
- Sí, claro.
Edmond apagó la televisión. Ambos se colocaron el abrigo y salieron por la puerta. Samantha agradeció haberse puesto el abrigo, ya que hacía bastante frío en la calle. Se lo abrochó bien y le tomó la mano a su marido.
- Bueno... aún no me has contestado -insistió Samantha-. ¿Por qué tanto misterio?
- Ya sabes que estos días he estado trabajando mucho... Más de lo normal, quiero decir. Bien, pues… mis jefes han decidido concederme el ascenso. Tendré unas horas más a la semana, pero también cobraré más.
Sam se paró en seco e hizo retroceder a Edmond, que aún le cogía la mano.
- ¿En serio? -dijo, sorprendida-. ¡Cuánto me alegro! ¡Por fin reconocen tu esfuerzo!
Sonrió y continuó caminando un poco más relajada que antes. Sabía que su marido había trabajado muy duro esos últimos días, aunque normalmente solía trabajar muy bien: siempre había sido un empleado ejemplar. Lo único malo sería que probablemente volverían a cambiarle el horario... Aunque, pensándolo bien, tal vez no fuese algo tan negativo...
- Sí, ya era hora.
Edmond no puedo evitar sonreír también; se sentía orgulloso de sí mismo y feliz porque su mujer estuviera contenta. Continuó caminando junto a Samantha hasta que llegaron al coche. El restaurante no estaba muy lejos, pero lo suficiente como para no ir andando. Aparcó justo enfrente del recinto.
- Es aquí. Me lo recomendó un compañero del trabajo. Según me comentó se come muy bien.
- Oh... -dijo mientras miraba fijamente a un muñeco muy llamativo de un ratón mariachi que estaba justo en la entrada del restaurante.- A ver qué tal.
A Samantha no le gustaba la comida mexicana. No la comía desde aquel día en casa de su cuñada cuando tuvo que comérsela por evitar la bronca con Muriel, que siempre estaba dispuesta a armar jaleo. Samantha se lo había dicho, le había dicho en múltiples ocasiones lo poco que le gustaba aquella comida, pero su marido nunca la escuchaba. La oía, pero no la escuchaba. Si se ponía a pensar, después de todos esos años de casados, su marido no la conocía, incluso sus compañeros de trabajo la conocían mejor. Edmond nunca se daba cuenta cuando le pasaba algo, ni conocía esas pequeñas cosas como su comida preferida, cosas que vas aprendiendo con la convivencia. Él no sabía nada, la creía feliz, satisfecha con su matrimonio, enamorada...y hacía tiempo que había dejado de ser así. ¿Cuándo? No lo sabía. Durante su noviazgo Edmond era diferente, era más divertido y atento. Incluso alguna vez la llevó a la discoteca, y no por gusto, si no para que ella se lo pasara bien. Esas cosas se habían perdido, Edmond se había convertido en un hombre obsesionado con su trabajo, aburrido y algo egocéntrico. Ya no le preocupaban los detalles. ¿Por qué le iban a preocupar? Ella ya era su mujer. ¿Acaso pensaba que el dinero podría cubrir esas necesidades?
Esa era la diferencia entre Joseph y su marido. Joseph siempre estaba pendiente de esas pequeñas cosas, le daba todo lo que su marido no le daba… incluso más.
Nada más entrar el camarero les atendió y, una vez le hubieron dicho el nombre de la reserva, les llevó hasta su mesa. La decoración interior era parecida a la que habían podido ver en el exterior. Del techo colgaban algunas banderitas y pequeños sombreritos mexicanos que, al igual que los manteles, cambiaban de color en cada zona.
-Vaya, me gusta la decoración. Podríamos comprar unos sombreros de esos para ponerlo en casa.
Sam le miró como si estuviese loco, pero no hizo ningún comentario.
Tomaron asiento y el camarero les ofreció la carta. Edmond pidió una botella de vino antes de que el chico se marchase y, dicho esto, acarició la mano de Sam cariñosamente.
- ¿Y de cuánto es el aumento?
- Todavía no me han dicho una cifra exacta, pero lo suficiente como para costearnos unas vacaciones mejores que las de este año. Incluso podríamos comprar una tele más grande para el salón.
"¿Unas vacaciones mejores? Creo... que las de este año han sido las mejores que he tenido en mucho tiempo." -pensó Samantha-. "Sólo por él mereció la pena..."
- No quiero nada de eso, tranquilo. Sólo quiero asegurarme de que tu ascenso merece la pena.
El camarero se acercó a su mesa y les preguntó si habían decidido qué tomar, a lo que ellos respondieron negando y pidiéndole un par de minutos más para elegir.
- Será mejor que pidamos. ¿Qué te parece una bandeja de estas para compartir?
Edmond le acercó la carta a su mujer y le señaló la bandeja de la que hablaba. Samantha aceptó; al menos si pedían comida para compartir, podría comer menos.
Edmond le indicó al camarero lo que querían.
Samantha no pudo evitar recordar a Joseph. Se acordó del primer día en el que la invitó a comer; recordaba su voz llamándola cariño, su mano rozando la suya, lo ocurrido en el baño... Sus pensamientos fueron cortados enseguida por el sentimiento de culpabilidad. ¿Cómo podía recordar a Joseph cuando su marido estaba esforzándose por sorprenderla?
- ¿Por qué no brindamos por ese ascenso? -sugirió Sam.
Edmond llenó las dos copas hasta arriba.
- Por el ascenso.
Alzó su copa y la chocó con la de Sam.
La comida no tardo en llegar: fajitas, burritos, frijoles y nachos. Todo ello acompañado de una salsa y una pequeña banderita igual que la que colgaba del techo. Samantha ojeó la bandeja intentando elegir algo para empezar. Se decantó por un burrito, que cogió y sostuvo mientras que Edmond le metía un mordisco al suyo.
- ¿Quieres que te eche salsa picante?
- No, gracias. Prefiero comérmelo así.
- Está bien.
Edmond echó un generoso chorro de salsa picante encima de su parte de la bandeja. Samantha miró los burritos llenos de salsa y se compadeció de su estómago.
- ¿No crees que te has echado demasiado?
- Un día es un día. Anthony tenía razón, esto está buenísimo. ¿No comes?
Samantha miró su burrito y le dio un pequeño mordisco que acompaño con vino para quitarle un poco el sabor.
- ¿Te gusta?
- Sí, cariño. Está muy rico.
Edmond la miraba mientras daba pequeños mordiscos al burrito, que parecía no acabarse nunca. ¿Iba a estar toda la noche mirando cómo comía y preguntando si le gustaba? Menudo momento elegía para poner atención. Miró hacia su derecha para librarse de la mirada de su marido y se encontró con los pequeños ojos del ratón del sombrerito mexicano. Aquel sitio era insufrible.
Al contrario que ella, Edmond comía rápido, incluso Samantha llegó a dudar de que masticara bien antes de tragar. Eso era normal en él; se había acostumbrado a comer en veinte minutos en el trabajo y ya no podía hacerlo de otra forma.
- ¿Y qué tal está tu hermana?
- ¿Mi hermana? Bien, te manda muchos besos.
- ¿Cómo es que se ha quedado con los niños? Pensé que hoy Muriel trabajaba.
- Trabaja, pero después de suplicarle un poco aceptó aún así.
- Vaya, espero que no le den mucha guerra. Ya sabes cómo se comportan los niños cuando están juntos.
Pensar en los niños corriendo por la casa y dándole guerra a Muriel le mejoró el humor. Incluso podrían romper algo, eso sería fantástico.
- Voy un momento al baño. -anunció Edmond.
Samantha aprovechó su soledad para deshacerse de unos cuantos nachos y fajitas que metió en una servilleta y dejó disimuladamente en el carrito del camarero. No la habían educado para tirar la comida así, pero su organismo no soportaría un bocado más de esa cosa.
- Ya estoy aquí. ¡Vaya!, veo que has aprovechado mi ausencia para comer.
Edmond sonrió y Samantha también. La "operación deshacerse de la comida" había tenido éxito
- La verdad es que tenía hambre.
- ¿Quieres que pida algo más?
-No, no. Estoy llena ya.
Samantha se horrorizó ante esa idea, no había hecho tantos esfuerzos para nada.
Edmond se terminó lo que quedaba de la bandeja mientras conversaban sobre Víctor y Sarah. Pagaron la cuenta y volvieron al coche.
- Lo hemos pasado bien, ¿verdad?
"Habla por ti" -pensó Samantha.
- Sí, no ha estado mal.
Llegaron a casa para alivio de Sam. Por fin había acabado aquella "fantástica noche“.
Edmond la ayudó a quitarse el abrigo después de quitarse el suyo y después, para sorpresa de Sam, le besó el cuello dulcemente. Aquello, por desgracia, sólo podía significar el principio de algo… Edmond le dio la mano y la guió por las escaleras, hasta el segundo piso y, después, hasta su habitación.
Sam trató de ocultar su rostro en la oscuridad de la habitación para prepararse para su actuación. Edmond la atrajo por la cintura y le fue desabrochando la cremallera trasera del vestido, hasta que finalmente cayó al suelo, dejando a Sam en ropa interior. Ella caminó lentamente hasta la cama, mientras que él se desnudaba con rapidez. Cuando ya estuvo totalmente desprovisto de ropa, se acercó a su esposa y la tumbó en la cama, mientras la besaba.
Sam se mordió el labio, conteniendo las lágrimas. Podía parecer una tontería, pero ahora ella sufría con aquello. Joseph siempre estaba presente en sus pensamientos; y por alguna extraña razón, cuando hacía cosas con Edmond, se sentía una traidora, como si le estuviera poniendo los cuernos a Joseph con su marido... Era de locos.
Edmond le quitó lo que le quedaba de ropa, y entonces comenzó el verdadero sufrimiento. Ahora venía la parte verdaderamente difícil. Debía hacerle creer que de verdad disfrutaba de aquello, cuando en realidad se sentía forzada a hacerlo. Edmond no cesaba de respirar agitadamente, y se movía encima de ella con el cuerpo envuelto en sudor. Sam no se sentía capaz de mirarle a los ojos. Se limitó a fingir que gemía de placer y a ser poseída por su marido.
- Voy a llenar la bañera. -dijo él, cuando hubieron terminado.
- ¿A estas horas?
- Sí, me apetece relajarme después de esto. Eres bienvenida si quieres acompañarme. -le propuso, mirándola desde la puerta del baño, pícaramente.
Samantha rehusó su invitación, y en cuanto Edmond desapareció por la puerta del baño se levantó de la cama de un salto. Se enfundó en su bata, y bajó rápidamente al piso inferior, en busca de su móvil.
"Odio q mi marido m toqe, eso solo hace q piense + en ti y q me duela + no tnert a mi lado. Pueds hablar o esta Natalie x ahi?"
A los pocos minutos el móvil vibró en sus manos.
"Se ha ido a dormir pronto, no se encontraba muy bien. Puedo llamart? Me MUERO por scuchar tu voz."
Sam me mordió el labio, pensativa, y se asomó a la escalera. Pudo oír el agua cayendo, llenando la bañera. Era su oportunidad.
Marcó de memoria el número de teléfono de Joseph, y al primer pitido él lo descolgó. El silencio duró un par de segundos.
- Joseph.
- Justo a tiempo. Pensé que no podrías llamar… ¿Y cómo iba a dormirme sin oír tu voz? -bromeó Joseph.
- Se está duchando. -explicó, refiriéndose a Edmond-. Yo también necesitaba oír tu voz. No sabes lo que me gustaría verte ahora.
- No me lo digas dos veces, que cojo el coche y...
- ¿Y qué?
- Voy a tu casa para hacerte el amor salvajemente.
- Suena bien... muy bien. -dijo, muerta de vergüenza.
- ¿Cuándo dices que vaya?
De pronto, la voz de Edmond hizo que a Sam se le cortase la respiración.
- ¡Cariño! ¿Estás abajo? ¿Podrías subirme una cerveza?
- ¡Ahora voy! -le respondió, nerviosa-. Casi me da algo.
- Tenemos que despedirnos ya, ¿no?
- Mucho me temo que sí.
- Te quiero Sam, que descanses.
- Un beso.
- ¿Uno?
- No seas tonto, anda.
- ¿Entonces cuántos? -bromeó.
- Todos los que quieras donde tú quieras.
- Eso me gusta más. Adiós, Sam.
- Hasta el lunes.
Sam se guardó el móvil en el bolsillo de su bata y se dirigió a la nevera a por la cerveza de Edmond.
- ¡Gracias! -le agradeció su marido desde la bañera-. ¿Seguro que no te apetece un bañito?
- No, gracias. Me ducharé mañana por la mañana.
Cerró la puerta del baño, se enfundó en su pijama y se dispuso a dormir.
Aquella noche soñó que Joseph le dejaba por Natalie.

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