Lo que amo de ti es que no me exiges nada... y simplemente podemos estar juntos. - Dogville
Los días siguientes pasaron muy lentamente para ambos. Samantha se sentía observada a todas horas y el sentimiento de culpabilidad se cernía sobre ella, impasible. En el instituto, volvió a su táctica de evitar a Joseph; éste, a pesar de que ansiaba estar con ella por encima de todo, entendía su situación. A Edmond le unía algo más que un anillo: estaban sus hijos, y sabía que eso era lo que le impedía a Samantha lanzarse a sus brazos y dejarse llevar. Si quería que todo saliese bien, debía ser comprensivo y dejar que Sam se habituase a la nueva situación que les unía.
Por su parte, Gary, se mantuvo atento a cualquier cosa que pasase entre sus dos compañeros. Un tanto confuso, vio cómo Samantha huía en dirección contraria de donde venía Joseph. Observó cómo éste suspiraba y seguía su camino, un tanto cabizbajo. ¿Y si no había pasado nada de lo que él creía entre ellos? ¿Y si ella le había rechazado? Estaba en todo su derecho, por supuesto, pero estaba casi seguro al cien por cien cuando le sirvió a Joseph en bandeja de que estaba profundamente enamorada de él, como se temió desde que le nombró en su ya lejana discusión.
Samantha no paraba de llorar. Desde que todo el embrollo de Joseph y Gary se había convertido casi en su día a día, se había vuelto hipersensible. Sentía ganas de llorar cuando llegaba a casa, cuando estaba sola, cuando estaba con sus hijos, cuando veía a Joseph aparecer al otro lado del pasillo y ella se daba media vuelta, huyendo como una cobarde, cuando Edmond intentaba mostrarse más cariñoso con ella (algo poco habitual)… En todo momento. Y el sentimiento de culpabilidad no la dejaba vivir; quería a Joseph, pero sentía que alguien la miraba, que observaba cómo besaba los labios de su amante y cómo hacían el amor, y eso la hacía sentir terriblemente mal. Si Edmond se enteraba estaba perdida, porque automáticamente sus hijos se verían afectados por la situación. Si no fueran tan pequeños, tal vez no se sentiría tan culpable, pero no era el caso, y tampoco se veía capaz de esperar a que ellos creciesen para estar con Joseph; Víctor y Sarah eran sus niños y les quería por encima de cualquier cosa, pero a Joseph también le amaba, y sabía que aunque quisiera evitarlo no podría, porque ya lo había intentado y el amor que ambos sentían era más fuerte que cualquier medida que ella hubiese adoptado.
Aquel primer fin de semana después del encuentro en casa de él fue horrible. Sam no hacía otra cosa que darle vueltas a lo mismo, y él en su casa, a pesar del regreso de Natalie, lo pasaba igual de mal.
Natalie se percató del ensimismamiento de Joseph, pero decidió dejarlo tranquilo y pensar en sus propios problemas, que no eran pocos.
El domingo por la noche, Joseph, un tanto desesperado, cogió su móvil y, temeroso, fue marcando las teclas hasta escribir un mensaje de texto, que, evidentemente, iba dirigido a Sam. Después de dudarlo durante casi una hora, lo envió.
El móvil de Samantha sonó, resonando por toda la escalera de su casa, donde había un poco de eco. Edmond veía distraído un partido de baloncesto en el salón mientras devoraba un cuenco de palomitas.
“Sam, tu marido t controla el movil?”
Se sintió mareada. ¿Cómo podía ser Joseph tan estúpido? Se asomó desde el pasillo a la puerta del salón, y vio a Edmond completamente absorto con la televisión. Sus dedos se deslizaron por el teclado táctil de su móvil y envió rápidamente el mensaje:
“Si así fuera, tu sms no hubiese sido muy buena idea, no crees?”
El móvil vibró en las manos de Joseph, y al leerlo, se sintió un completo imbécil.
“Lo siento, tiens razon. Q tl te encuentras?”
Sam se sentó en la escalera y, nerviosa, respondió al nuevo mensaje:
“Bien. Pro necesito pnsar… ade+ de en ti, qiero dcir”
“Lo se, y lo ntiendo. Cuando qieras hablar ya sabs dnd stoy.”
Sam iba a enviarle un nuevo mensaje… Dios mio, ¡le quería tanto! Joseph estaba siendo muy comprensivo. Pero entonces las voces procedentes de la televisión cesaron, y el sonido de Edmond desperezándose la alertó. Se levantó del escalón donde estaba sentada y se dirigió con expresión somnolienta hacia su marido.
- Qué programación más aburrida, ¡ni siquiera se trataba de un partido interesante! ¿Nos vamos ya a la cama? - propuso él, mientras atravesaba el pasillo, arrastrando los pies.
- Sí, ahora voy. Iba a tomarme un vaso de leche antes de dormir.
Le dirigió una medio sonrisa, conforme, y subió las escaleras con parsimonia. Sam nunca había bebido leche (no desde que se casó) antes de dormir, ni pensaba hacerlo ahora… Era algo que Edmond debería haber notado, pero él nunca se fijaba en esos detalles, ni en esos, ni en nada.
Sam se apoyó en la encimera y empezó a escribir: “Te quiero, y cuando esté preparada serás el primero en saberlo”. Se quedó un momento parada, miró lo que había escrito e inmediatamente lo borró. Otra vez tenía ganas de llorar, pero debía tragarse esas lágrimas, porque sus ojos se enrojecerían, y eso sí que era algo de lo que Edmond se daría cuenta.
Joseph no recibió respuesta. Se fue a dormir junto a Natalie, preguntándose si Samantha tardaría mucho en darse cuenta de que la situación siempre sería igual y que sólo ella tenía la posibilidad de cambiarla.
Aquella semana se presentó igual que la anterior: Samantha evitaba a Joseph y éste se resignaba, intentando entenderla. No hubo más mensajes, sus miradas no se cruzaban siquiera y ella se mostraba fría con casi todo el mundo, a lo que le achacaron “problemas familiares”, y sí, desde luego que los tenía… pero la única consciente de ellos era ella.
Pero el lunes todo cambió. Ella comenzó, tal vez, a ser un poco más consciente de la situación, pero Joseph ya se había dado cuenta de que sola jamás lograría superarlo, así que decidió proponerle algo.
Justo a la hora del recreo, Joseph logró interceptarla en la sala de profesores, y, a duras penas, logró llevársela consigo hasta un lugar más privado.
- ¿Qué quieres?- preguntó ella, tensa.
- ¿Te molesto?
- No, es sólo que… Todos se deben de haber dado cuenta de que he puesto resistencia cuando has venido a por mi. No se me da muy bien fingir.- admitió.
- Yo creo que sabes mejor de lo que crees. Pero bueno, no te he arrastrado hasta aquí para mantener esta conversación.
El silencio se hizo. Los dos se miraron y, por fin Joseph logró arrancar y proponerle su plan.
- Había pensado en que ambos fuésemos a comer juntos hoy.- la expresión de Samantha cambió por completo.- He escogido un sitio lejos de aquí, de tu casa y de todo lugar que pueda resultar…
- ¿Qué? - dijo, perpleja.
- ¿Qué de qué?
- ¿Lo dices en serio?
- Pues claro, Sam. -la miró un momento y ella bajó la mirada, turbada.- No quieres, ¿verdad?
- Yo…
- Temes que nos vean- adivinó.- Pero ya te he dicho que el sitio que he escogido es perfecto.
- ¿Y qué haré con los niños?
- La comida no será eterna.
- ¿Y con kárate?
- ¿No puedes faltar un día?- propuso, casi suplicándole.
Ella le miró a los ojos y empezó a negar con la cabeza.
- Es una locura.
- ¿Acaso no lo es que nos queramos?
- Bueno… Está bien. -cedió, por fin.- Aunque debería excusarme con Gary por lo de la clase y… No me apetece mucho hablar con él.
- No te preocupes, de eso me encargo yo.
- ¿Estás seguro? No lo veo buena idea…
Joseph le dirigió una mirada que aportaba confianza, asegurándola que todo saldría bien.
- Quedamos a la salida. Sólo tienes que seguirme con tu coche.- le indicó.
Una hora antes de acabar las clases, Joseph se presentó ante Gary. Éste te cruzó de brazos, en actitud defensiva, y le miró a la cara un tanto desafiante.
- Sam hoy no va a poder asistir a kárate. - soltó a bocajarro.
- ¿Y tienes que ser tú quien me lo diga?
- No se siente bien hablando contigo. No sé por qué, no es asunto mío.
- Yo creo que sí.- aclaró él.- Tal vez porque antes de que te interpusieras en mi camino, era yo el que iba a “estar con ella”.
- ¿Eh? ¿A qué viene eso? ¡Tú me dijiste aquel día lo del baño! Ahora no me vengas con estas, tío…
Gary se arrepintió del tono que había empleado con Joseph.
- Perdona… - se disculpó, apesadumbrado.- Pero el que yo hiciese eso no me impide seguir queriéndola y que verte con ella no me importe. Además, teniendo en cuenta la actitud que ha tenido Sam durante estas dos semanas, pensé que… Bueno, que no había pasado nada.
- No está siendo nada fácil para ella.
- Normal.
Entre los dos se interpuso un silencio incómodo que Joseph rompió:
- No quiero que esto siga así, Gary. Un día de estos tenemos que hablar, lo sabes, ¿verdad?
Él asintió pero no supo decir nada más.
Joseph se fue de allí y miró su reloj. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio que tan sólo quedaban diez minutos para reunirse con Sam.
Joseph arrancó el coche; Samantha le seguiría hasta el restaurante. Todavía no se creía que hubiera aceptado. Después de todos esos días sin hablar con ella, iban a comer juntos. Joseph dirigió la mirada hacia Sam antes de salir; quería ver su cara. Ella daba pequeños golpecitos en el volante, estaba nerviosa. Joseph metió el pie en el acelerador ya que quería llegar cuanto antes para hablar con ella. El restaurante estaba a unos veinte minutos, y en esos veinte minutos él no pudo evitar mirar varias veces hacia atrás. Cada vez que un semáforo se ponía en rojo o cada vez que se encontraba con un paso de cebra, miraba hacia atrás para asegurarse de que ella seguía allí, siguiéndole, de que no se había ido a su casa vencida por el remordimiento. Y allí estaba cada vez que él miraba.
Llegaron al restaurante: un lugar con un pequeño jardín repleto de objetos de decoración y un amplio aparcamiento. Joseph aparcó nada más entrar, mientras que Samantha decidió aparcar más lejos, por si acaso. Él se bajo del coche y se acercó hasta ella mientras ésta cogía sus cosas.
- ¿Estás lista? Espero que tengas hambre. Me comería una vaca.
- Sí, bueno... Aunque no creo que eso importe, seguro que tú te comerás encantado lo que deje.
Samantha sonrió y él no puedo evitar hacerlo también.
- Tienes razón.
Joseph la cogió de la mano y la condujo dentro del recinto. Ella iba a soltársela por miedo de que alguien les viera, pero no lo hizo; le gustaba su tacto.
El camarero acudió nada más verles.
- Buenas tardes, ¿mesa para dos?
Joseph asintió.
- ¿Fumadores o no fumadores?
- No fumadores.
El camarero les acompaño hasta la mesa y les entregó las cartas. La mesa estaba al lado de la barra y a la vez tenía vistas del jardín. Samantha le echó una ojeada a toda la decoración interior, la verdad es que era bastante acogedor. Joseph le sujetó la silla, una vez que Sam se hubo sentado se sentó frente a ella.
- ¿Qué miras tanto?
- Nada, estaba fijándome en la decoración. ¿Vienes aquí con tu mujer?
- No, solía venir con mis padres. A mi madre le encanta la decoración.
Samantha se alegró ante la respuesta de Joseph. La había llevado a un lugar al que no llevaba a su mujer.
- Tu madre tiene buen gusto, a mi también me encanta.
- Me alegro.
Joseph le dedicó una sonrisa. El camarero volvió para tomar nota.
- ¿Saben ya lo que van a tomar?
- No, todavía no. - contestó Joseph.
- ¿Y de beber?
- Una cerveza para mi. ¿Qué quieres tú, cariño?
Joseph sujetó la mano de Samantha con la suya y la miró.
-Lo... lo mismo que él.- respondió, aturdida.
- De acuerdo. Vendré luego para tomar nota de la comida.
El camarero desapareció por la puerta de la barra, les llevó las dos cervezas y se fue. Estaban solos.
- ¿Por qué me has llamado cariño?
- ¿Por qué no iba a hacerlo? No te preocupes, aquí nadie nos conoce, pensarán que eres mi mujer.
- Pero…
- Pero nada, relájate.
Joseph tenía razón, pero por más que quisiera no podía relajarse. Esa sensación de que alguien les observaba todavía no había desaparecido. Se echó la cerveza en el vaso y bebió un trago. Joseph hizo lo mismo.
- ¿Y... qué te dijo Gary cuando le dijiste que no iba a ir a kárate?
- Nada. Me preguntó por ti, por eso de que fui yo a decírselo.
- Vaya... ¿y qué le dijiste?
- ¿Importa eso ahora?
- No, tienes razón.
Joseph desvió la mirada hacia la mesa.
- Te he echado de menos esta semana.
- Perdona, no estaba preparada para hablar contigo... las cosas en mi casa...
Joseph la interrumpió.
-No, no quería decir nada de eso. Entiendo tu comportamiento, en serio. Sólo quería decírtelo.
-Yo... yo también te he echado de menos.
El camarero llegó justo cuando Samantha pronunció la última sílaba.
- ¿Qué van a tomar?
- Dos número 3.
El camarero tomó nota y volvió a desaparecer con una sonrisa en la cara.
- ¿Qué has pedido?
- La verdad es que no tengo ni idea. Sólo quería que se fuera. No te preocupes, si está malo me lo comeré yo.
Samantha sonrió mientras hacía una bola con la servilleta de papel.
- ¿Estás nerviosa?
- ¿Tanto se me nota?
- Como estrujes más esa servilleta le va a salir zumo. ¿Por qué no pruebas a relajarte?
- Lo siento, Joseph. De verdad que lo intento pero...
- Ey, mírame a los ojos. Estamos lejos de tu casa, lejos de la mía, nadie nos conoce. No pasa nada.
- Quiero pensarlo, pero es difícil.
Joseph la miró fijamente a los ojos y sonrió. Seguidamente se levantó de su silla.
- ¿Qué pasa?- preguntó Samantha.
- ¿Confías en mí?
- Claro que confío en ti.
- Pues sígueme.
Joseph le tendió la mano. Samantha dudó durante unos segundos, pero finalmente cogió la mano de éste y le siguió.
- ¿A dónde vamos?
- Ya lo verás.- respondió, misterioso.
Joseph se paró en la puerta del baño y miró dentro para asegurarse de que no había nadie.
- Pasa.
- ¿Cómo? ¿Estás loco?
Fue él el que pasó primero y tiró de ella.
- Joseph, vámonos, esto es una locura...
- ¿Por qué? Solo van a ser unos minutitos. Nadie se va a dar cuenta.
- ¿Y si vuelve el camarero? ¿Y si alguien nos ha visto entrar?
- Y si, y si, y si... Deja de darle vueltas a esa cabecita y bésame.
Joseph tiró de ella hasta el primer retrete del baño y cerró la puerta.
- Joseph, esto no es una buena idea. Déjame salir.- le suplicó.
- No.
La estrechó entre sus brazos y le susurró al oído.
- Relájate, aquí sólo estamos tú y yo.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Samantha. Él sabía que no podía resistirse cuando le susurraba al oído.
- No, por favor...
Ella intentó liberarse de sus brazos sin ningún resultado.
- Mírame. -Joseph sujetó su barbilla entre sus manos y la besó.- Relájate.- volvió a besarla.
Samantha se quedó quieta, una voz le decía que debía salir de allí, pero la otra solo repetía el nombre de Joseph. Él, mientras, seguía acariciándola. Pasó sus manos por su espalda, por su vientre, por sus piernas. Depositó unos cuántos besos en sus hombros y en su cuello mientras acariciaba sus brazos.
- ¿Sigues queriendo que nos vayamos?
- No.-dijo muy segura.
Joseph había hecho todo aquello para que se relajara, para que dejara a un lado el miedo, y lo había conseguido. Ahora ella sólo se preocupaba por él y por sus manos, que se deslizaban por debajo de su camiseta. Samantha se la quitó e hizo lo mismo con la de él. Joseph volvió a acercarse a ella y comenzó a recorrer su piel mientras jugaba con el sujetador. Samantha comenzó a acariciar su espalda y a besar su pecho. Los dos sentían como el corazón se les desbocaba mientras, fuera del baño, la gente comía, hablaba y reía.
Cuando volvieron a la mesa, el camarero los miró con curiosidad, pues los dos volvían del mismo baño. Cruzaron las miradas y Samantha soltó una leve risita a la vez que se sonrojaba: no se creía lo que acababa de hacer, parecía una chiquilla. Joseph no podía parar de sonreír, sobre todo cuando el camarero les sirvió la comida y les miró, abochornado.
Cuando terminaron de comer (la comida finalmente había sido del agrado de los dos) y de pagar la cuenta, ambos se dirigieron fuera. Samantha iba a irse sin más, pero entonces se volvió y fue hacia él.
- Gracias,- Joseph se cruzó de brazos y la miró, aún sonriente.- por todo. Por la comida y… Bueno, ya sabes.
- No tienes por qué darlas. Lo hago con mucho gusto.- lo dijo de manera que Samantha se percatase que sobre todo se refería a una cosa. Ella se sonrojó, bajó la mirada y se mordió el labio, intentando controlarse. - Es muy tarde, vamos.
- Si.- pero ella no se movió de al lado de Joseph.
- Creo que tu coche es ese de…
Pero Joseph no acabó la frase. Samantha le había sorprendido abrazándole allí, en medio del aparcamiento, en un lugar público. Él correspondió a su abrazo y la estrechó más para tenerla más cerca. Sam se separó un poco de él y apoyó su cabeza en el hombro de Joseph. Le miró a los ojos y éste hizo lo mismo.
- Así estábamos cuando nos besamos por primera vez.- dijo ella, soñadora.
- Oh… ¿en serio?- él había recordado cosas de aquella noche, pero aquello en concreto no.
- Me pusiste las manos en la cintura y me empujaste hasta que me topé con la cama. Luego me besaste.
- ¿Te besé… o nos besamos?
- Creo que fuiste tú.- aventuró.- Estábamos muy pegados.
Joseph la puso contra el coche y la besó.
- Ahora también te he besado yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario