Y cuando veo que no puedo seguir soportándolo, aguanto aún un momento más y entonces sé que puedo soportar cualquier cosa... - Memorias de África
Charlotte sabía que mentía, de eso no cabía duda. A ella no podía engañarla. Por una parte tenía ganas de contárselo, de sincerarse pero, ¿qué pensaría su hermana de ella si se lo contara? Ya bastante mal se sentía como para que Charlotte le echara la bronca. Tenía que esperar un poco más para contárselo.
Dirigió la mirada a sus hijos que jugaban al pilla-pilla ajenos a todo, ajenos a aquella mentira. Samantha se había sentido una mala madre al tener que mentir ante la pregunta de Víctor, pero se sentía aún peor al pensar en cómo reaccionarían los pequeños si les dijera que se iba a separar de su padre. No se merecían aquello y, para ser sincera, tampoco se lo merecía Edmond. Por eso había tomado la decisión de mentir. Puede que no fuera del todo correcta, ¿pero acaso alguna lo era?
Entraron en el coche. Samantha puso el CD que tenía guardado en la guantera. Los niños se pusieron a cantar con la música, tal y como ella esperaba. En ese momento no podría mentir si a alguno de los dos decidía peguntarle por su día.
En pocos minutos llegaron a su casa. Sam metió la llave en la cerradura mientras sus hijos correteaban alrededor de la puerta, inquietos. Nada más abrir, estos entraron corriendo y se perdieron por el pasillo.
- ¡No corráis, niños!
Víctor y Sarah siguieron corriendo como si nada, seguramente ni la habían escuchado, pues ya estaban en el segundo piso. Se dirigió al salón y dejó el bolso encima de la mesa. El teléfono sonó justo cuando iba a sentarse. ¿Sería Charlotte? Seguramente llamaba para hablar con ella. Samantha se quedó parada frente al teléfono, dudando entre cogerlo o no. Si lo cogía acabaría confesándole todo a su hermana; Charlotte sabía qué hacer para sacarle cualquier secreto. Sin embargo, si no lo cogía, levantaría sospechas. Finalmente lo cogió.
- ¿Si?
- Buenas tardes, ¿es usted la señora Harford?
Samantha se quedó más tranquila al comprobar que no era la voz de su hermana.
- Sí, ¿quién es?
- Su hijo se ha dejado la camiseta en el entrenamiento.
- Oh, vaya...Gracias por llamar. Me pasaré mañana para recogerla.
- Aquí se la dejo.
- Gracias. Hasta mañana.
Nada más colgar, subió las escaleras y se dirigió al cuarto de los niños.
- ¿Víctor?
-¿Si, mami?
- Me ha llamado tu entrenador, te has dejado la camiseta allí. Tienes que prestarle más atención a tus cosas.
- Perdón...
-Venga, venga, no pasa nada. Voy a hacer la cena, ¿queréis ayudarme?
- ¡Sí! - contestaron al unísono.
Samantha les ayudó a lavarse las manos y les encargó tareas fáciles. Sarah cogió el delantal y se lo puso imitando a su madre. Mientras, Víctor lavaba las verduras.
- ¿Puedo cortar?- preguntó el niño entusiasmado.
- No cariño, te puedes hacer daño.
- Pero yo ya soy mayor, mamá.
Samantha no pudo resistirse a la mirada suplicante de su hijo.
- Está bien, ven.
El pequeño se acercó rápidamente a su madre y siguió todas sus indicaciones. Samantha le sujetó la mano y le ayudó a cortar las patatas. Sarah miraba con atención.
- ¿Puedo yo también?
Samantha cogió a su hija en brazos y la ayudó a cortar como había hecho con su hijo.
Qué fácil era hacer feliz a sus hijos. Ambos tenían una sonrisa de oreja a oreja después de ayudar a su madre. Que culpable le hacía sentir eso.
- Lo habéis hecho muy bien. Cuando venga papá le diré que me habéis ayudado mucho.
Los niños sonrieron ante los halagos de su madre, y ella no pudo evitar sonreír también.
- ¿Le dais un abrazo a mami?
Los pequeños se echaron a sus brazos. Samantha les estrechó y le dio un beso en la cabeza a cada uno.
- Venga, vamos a terminar con la cena, que papá vendrá dentro de poco.
Sarah y Víctor observaron mientras Samantha terminaba la cena y ayudaron a poner la mesa.
El ruido de la puerta hizo que los niños salieran corriendo.
- ¡Papá!
Agarraron las manos de su padre y le llevaron hasta la mesa.
- Mira papá, mira lo que hemos hecho. - dijo Sarah entusiasmada.
- Hemos ayudado a mamá- le contó Víctor, orgulloso.
- Vaya, vaya...¡Qué buena pinta tiene! ¿Y mamá donde está?
- En la cocina.
Edmond dejó el maletín en el suelo y fue a saludar a su mujer. Samantha estaba apoyada en la puerta del frigorífico.
- ¿Qué haces ahí?
Ella se giró para mirarle.
- Coger una cerveza. ¿Quieres una?
- Sí, claro.
Samantha le pasó una botella y le dio un beso en los labios.
La cena fue menos horrible de lo que ella se había imaginado. Edmond no hizo preguntas, se limitó a ver la tele y a contestar a las divertidas ocurrencias de los niños. Después de terminar, se sentaron en el sofá para ver el programa que estaban echando. Samantha se sentó con sus dos hijos, que en menos de media hora se quedaron dormidos.
- No conviene despertarlos, están muy tranquilos; hay que subir a acostarles. - le susurró Samantha a su marido.
- Está bien.
Samantha cogió a Sarah en brazos con cuidado y Edmond hizo lo mismo con Víctor. Una vez los dejaron en sus respectivas camas, volvieron al sofá. Samantha se sentó al lado de su marido y se apoyó en su brazo.
- Samantha... ¿te pasa algo?
Su rostro palideció. Las manos le temblaban.
- ¿Por qué lo dices?
¿Qué podría haber visto de raro Edmond? ¿Se le notaba en la cara? No, Edmond no podía saberlo... ¿o sí?
- Hoy has estado especialmente cariñosa con los niños.
- ¿Necesito una razón para estar cariñosa con nuestros hijos?
- No, pero...
- Tú también deberías ser más cariñoso con ellos.
- ¿Yo? Pero si...
- Dejemos el tema... Estoy bien, me apetecía hacer felices a los niños, eso es todo.
- Perdona...
Samantha volvió a su posición inicial. Por hoy se había librado de Edmond, pero las preguntas volverían y tendría que estar preparada. Metió las manos debajo del cojín para que su marido no notara el ligero temblor.
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