Si me dices que todo va a ir bien te creo porque tú nunca me mientes,
puede que a otras personas sí pero a mi no. - Entre mujeres
Joseph sacó las llaves y abrió la puerta. Él no vivía en una casa grande como Sam, sino en un piso situado en una bonita urbanización. Nadie le esperaba en casa; Natalie se había vuelto a ir de viaje, algo a lo que ya estaba acostumbrado… y que en ese momento agradecía. Dejó la bolsa de deportes en la entrada y se dejó caer en el sofá. No podía dejar de pensar en ella. Aún no había asimilado del todo lo que había ocurrido hacía tan solo unas horas. Aquella mañana se había levantado convencido de que sería un día como cualquier otro, que tendría que volver a soportar el tenerla tan cerca y no poder hacer nada, y, sin embargo, se habían sucedido una serie de acontecimientos que habían hecho cambiar el rumbo de la situación. Lo que pensó que nunca más volvería a ocurrir había vuelto a suceder aquella misma tarde. Se mojó los labios, secos, con saliva, y ese insignificante gesto desencadenó una serie de pensamientos: los besos de Samantha, primero dulces, después salvajes, urgentes… El tacto de su piel, suave; de su pelo, de sus caricias, certeras… Pero, sobre todo, sus ojos. Aquella mirada que le había dirigido tras enterarse de la verdad lo había dicho todo. Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordarlo. Justo después de aquello, ella se había acercado más a él y se habían vuelto a mirar, a escasos centímetros uno del otro… Y después se besaron. Joseph cerró los ojos, intentando rememorar la escena. Recordó la otra mirada de Sam, justo antes de hacerlo. También recordó sus palabras. Ella estaba segura de aquello… Pero, aún así, Joseph no podía evitar sentir miedo. ¿Cómo sabía que al día siguiente no se arrepentiría? Pero, ¿por qué no iba a hacerlo? Después de todo, era perfectamente normal que sintiese remordimientos… Él, en parte, también los sentía. No quería a Natalie como quería a Sam, pero ésta seguía siendo su esposa, además de su amiga, y temía hacerle daño. La situación de Samantha era bastante más delicada: tenía dos hijos. Joseph sabía que si se arrepentía, era sobre todo por los niños. Y lo cierto es que no sabía qué pensar acerca de Edmond… Ella le había confesado en la playa, ebria, que quería a Edmond, pero que no estaba enamorada de él. ¿Y él? ¿La querría? Habría que estar loco para no hacerlo.
Era inevitable; el resto del tiempo no pudo pensar en otra cosa que no fuese ella.
De nuevo, Samantha fue su primer pensamiento del día en cuanto abrió los ojos a la mañana siguiente. Se giró en la cama hacia el sitio vacío de Natalie, y deseó que fuese Sam la que estuviese allí todas las noches, durmiendo a su lado. Joseph se la imaginó de espaldas a él, desnuda. Imaginó sus hombros, su cuello y su espalda, y la sábana cubriéndola de cintura para abajo. Aquella imagen se mantuvo en su cabeza buena parte del día. Ya en el instituto, no sabía muy bien si quería o no cruzarse con Samantha. No sabía cómo iba a afrontar aquella nueva situación que se presentaba entre ambos. No tardaron en encontrarse; justo después del recreo se topó con ella en el pasillo, los dos tenían clase, pero aún podían aprovechar los cinco minutos de descanso.
- Sam, yo… Necesito hablar contigo.
- ¿Ahora?
- No, luego. ¿Tienes alguna hora libre?
- Después tengo una hora libre, y a última clase… Y hoy me tengo que ir antes a casa, comer, y después recoger a los niños para llevarles a actividades extraescolares. A Edmond acaban de cambiarle el horario y ya no puede recogerlos. - le explicó.
- No coincidimos estas tres últimas horas. - dijo él, resignándose.
Los pasillos iban despejándose paulatinamente, indicando así el final de su pequeño descanso.
- Tengo que irme… - Sam iba a darse media vuelta, pero Joseph la sujetó por el brazo.
- Espera, ¿por qué no vienes a mi casa esta tarde? - soltó, de pronto.
Samantha le miró, incrédula.
- Natalie no está, tus hijos tienen actividades y Edmond volverá tarde a casa, ¿no?
- A las nueve, si. - se quedó un momento pensativa.- Te mandaré un mensaje al móvil, ¿de acuerdo?
Y, por fin, cada uno se fue a su clase correspondiente.
Un poco después de salir del instituto le llegó un mensaje, pero no era de Samantha. Ni siquiera llamó después de comer… No iba a quedar, estaba claro, no sabía por qué se había hecho ilusiones.
Sobre las cinco y media llamaron al timbre. Él no tenía ganas de ver absolutamente a nadie, y probablemente se tratase de algún vendedor que insistiría una y mil veces para que comprase alguno de sus trastos inútiles. Qué equivocado estaba.
- Siento no haberte avisado, pero entre unas cosas y otras…
Ella estaba allí de pie, en el umbral, disculpándose por una minucia.
- No tiene importancia. Pasa, anda, no te quedes ahí.
Ambos se sentaron en el sofá; el mismo en el que Joseph se había tumbado el día anterior a pensar en ella.
- ¿A qué hora te vas? - le preguntó Joseph.
- Si lo dices por los niños, tranquilo. Después de las actividades siempre se van con mi hermana a su casa a merendar y a jugar, así que… En cuanto Charlotte llame me iré.
Se miraron a los ojos. ¿De qué se suponía que tenían que hablar? Joseph acarició con el dorso de la mano el rostro de Samantha. Se quedaron mirándose a los ojos, en un silencio absoluto durante al menos un minuto. Sam se acercó a Joseph.
- No voy a cambiar de opinión respecto a lo de ayer. Ya te dije que si pasaba algo era porque ambos…
No pudo acabar la frase; Joseph no pudo resistirse a besarla. La idea de tenerla tan cerca, diciendo justo lo que le llevaba preocupando todo el día era superior a él.
- Vaya… - logró decir Samantha.
- Pensé que no vendrías. - confesó.
- ¿Qué? ¿Por qué? - preguntó ella, extrañada
- Porque creí que cambiarías de opinión.
- ¿No me has oído antes? ¿Tampoco ayer?
- No era una promesa. Nada te impide cambiar de opinión…
Samantha se levantó bruscamente, cogió su abrigo y se encaminó con paso firme hacia la puerta, sin volver la vista hacia Joseph. Él se había quedado helado, sin saber muy bien cómo reaccionar ante aquello.
No oyó la puerta cerrarse. Se levantó del sillón y entonces la vio allí, en la entrada, apoyada en la puerta, mientras sus hombros se convulsionaban a causa de su llanto. Joseph se acercó a ella lentamente; sus pisadas resonaban en el parqué del suelo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ella -como para alargar el brazo y tocarla-, Sam se apartó de la puerta y se volvió hacia él. Aún en la penumbra, podía ver su cara surcada de lágrimas y la expresión fría y dura de su rostro. Sus labios temblaban, quería seguir llorando a gusto, pero él no la dejaría.
- Necesito que confíes en mí… Nada me impide cambiar de opinión… - dijo, mientras Joseph apartaba la mirada, temiéndose lo peor.- Excepto tú.
Joseph alzó la vista y no pudo evitar mostrarse sorprendido. Ella le observaba con sus ojos azules, que brillaban a causa de las lágrimas derramadas. De pronto, Sam se giró con la intención de abrir la puerta, pero Joseph no la dejó escapar. Se acercó rápidamente a ella y la besó con vehemencia; la cogió en brazos y la llevó de nuevo hasta el sofá. Se despojaron el uno al otro de toda prenda existente, hasta que se quedaron completamente desnudos. Joseph pasó su mano por el pelo de Sam y la acarició; ella comenzó a besarle por el pecho, hasta subir por el cuello y acabar de nuevo en la boca. Hicieron el amor en aquel sofá.
- Joseph.
- ¿Si?
Ambos estaban tumbados en el sofá, tapados por una pequeña manta. Samantha estaba abrazada a él, con la cabeza apoyada en su pecho.
- Siento lo de antes, es que… son muchas cosas. Tengo los sentimientos a flor de piel.
- Lo entiendo.
- Ayer me costó mirar a la cara a toda mi familia. Me sentía sucia, pero… Después pensaba en ti y… - Samantha apartó su cara del pecho de Joseph y se puso de lado, junto a él, justo a su altura.- Me ha costado admitir lo que realmente sentía por ti. Simplemente, no quería creérmelo. Tú tenías razón aquel día, Joseph; yo no quiero a mi marido, no como te quiero a ti.
Sam se acercó más y le besó lentamente.
- No sabes lo mucho que me alegra oír eso. - Sonrió y empezó a hacerle cosquillas en un brazo. - Cuando me pegaste, pensé que todo estaba perdido y...
- Me he arrepentido todos los días desde entonces. No he podido olvidar la expresión de tu cara… Y encima ese sueño que no podía dejar de recordar... - esto último lo dijo más para sí que para él.
- Estabas furiosa, Sam, es normal. Da igual, te perdono… Ya no me importa eso. - hizo una breve pausa.- ¿Sueño? ¿Has... soñado conmigo?
Samantha se ruborizó notablemente.
- Sí, pero cosas sin importancia… - rió nerviosamente.- Además, fue hace mucho...
La música del móvil de Samantha empezó a sonar, ésta se levantó de un salto y buscó el móvil en su bolso.
- ¿Si? - respondió- ... Ya voy para allá... Estaba cogiendo las llaves justo ahora... Vale, venga... Si... Hasta luego, adiós...
Joseph se levantó y y le tendió su ropa.
- Era Charlotte, si... Debo irme... Si no te importa voy a adecentarme un poco al baño.
- Está nada más entrar en el pasillo a la izquierda.- le indicó Joseph.
Ella le sonrió y se fue hacia el baño cargada con su ropa. A los pocos minutos Joseph se presentó allí, vestido tan sólo con unos vaqueros.
- Ya casi estoy. - dijo, mientras se colocaba el pelo frente al espejo. Le miró y sonrió.- ¿Qué tal?
- No está mal... -bromeó.
Joseph la acompañó hasta la entrada. Ella iba a abrir la puerta, pero él la detuvo a tiempo para besarla antes de que se fuera. Samantha salió al descansillo, y justo cuando fue a bajar las escaleras se volvió hacia Joseph, que permanecía en la puerta ligeramente entornada para que las vecinas cotillas no lograsen ver su estampa.
- ¿Qué pasará a partir de ahora?
- No lo sé... No lo sé.
Se miraron una última vez, y después ella desapareció.
Charlotte la recibió en su casa con un abrazo; al fondo se escuchaban las voces de los tres niños. Pasaron hasta el salón y, tras saludar a los pequeños, se dirigieron a la cocina.
- ¿Te apetece un café? Acabo de hacerlo.
Lo cierto es que se respiraba un dulce aroma a café en toda la cocina. Sam aceptó la invitación y ambas se sentaron alrededor de la mesa de la cocina.
Charlotte y ella no habían vuelto a hablar de Joseph desde aquella vez en el centro comercial, ¿lo habría olvidado? Seguramente no; no era precisamente algo fácil de olvidar. De todas formas, casi era mejor así, porque Samantha se sentía realmente incómoda hablando de Joseph, y más ahora después de lo ocurrido hacía menos de una hora. Levantó la mirada de su café y se encontró con los ojos de Charlotte.
- ¿Qué tal está Edmond? - preguntó a la vez que se llevaba la taza a los labios.- A ver si me invitas un día a cenar o algo, que me tienes abandonada…
- No digas eso, mujer. Podrías venirte este fin de semana. - le propuso Sam.
- Este imposible… La verdad es que tengo muchísimo trabajo, tanto esta semana como la que viene… ¿Qué te parece dentro de dos semanas?
- Por mí estupendo. Podríais quedaros tú y Julie a cenar y a dormir, ¿qué opinas?
- Bueno, ya sabes que Edmond me corta un poco el rollo…
- No puedo echar a mi marido de la cama porque mi hermana sea la que quiere dormir conmigo como si aún tuviésemos dieciséis años.
- Cuando yo tenía dieciséis años no nos llevábamos precisamente bien, creo recordar…- Charlotte sonreía mientras pensaba en los viejos tiempos.- Sin embargo, cuando tú los tenías, entonces sí me metía en tu cama y te contaba mis problemas. ¡Al final eras tú la psicóloga en lugar de serlo yo! Tenía su gracia, la verdad. Qué tiempos aquellos, ¿no?
- Tenías veintidós años entonces y…
- ¡Estaba enamorada de mi profesor de prácticas de psicología! -exclamó, emocionada- Ay, ¿cómo se llamaba? ¿Joseph…Ford?
De todos los nombres del mundo tenía que ser precisamente ese el que apareciese en aquella conversación; no era justo. Se quedó mirando fijamente a su hermana mientras pensaba en él y en lo que habían hecho… De pronto, la cara de Charlotte cambió: la observaba con atención. ¿Se habría percatado de algo? ¿Y si lo sabía?
- ¿Me oyes, Sam?
- Si, si. - respondió, distraída.
Escudriñó a Sam con la mirada.
- ¿Seguro, Sami?
- ¡Claro! - lo cierto es que sonó un poco forzado, pero Charlotte no volvió a insistir.
A los pocos minutos apareció Víctor en la cocina con la boca manchada de chocolate. Samantha cogió su servilleta, la humedeció con saliva y le limpió la boca su hijo.
- La tía nos ha preparado chocolate, mamá. - le contó, entusiasmado.- ¡Estaba muy bueno!
- ¿Y qué tal el entrenamiento, cariño?
- ¡Bien! Nos han dividido en equipos y ha ganado el mío. - Sam le felicitó.- ¿Y tu qué has hecho?
Samantha creyó que se volvería tan blanca que se confundiría con la pared.
“Nada, le he hecho una pequeña visita a Joseph y hemos acabado en el sofá haciendo…”- pensó, creyendo que se moriría.
- Oh… Fui a mirar unas tiendas. - se quedaron en silencio durante un minuto.- Bueno, hermanita, creo que voy a tener que marcharme.
- Te acompaño hasta la puerta.
La pequeña Sarah y Julie se dieron un fuerte abrazo de despedida. Los dos hijos de Sam salieron al descansillo y comenzaron a pulsar repetidas veces el botón del ascensor. Cuando éste llegó, los dos pequeños se metieron en él y, antes de irse, Charlotte le preguntó a su hermana:
- ¿Seguro que estás bien, Sam?
- Si, descuida… - respondió, sin sonar demasiado convincente.
- Ya hablaremos.
Sam asintió y las compuertas del ascensor se cerraron.
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