miércoles, 21 de julio de 2010

Capítulo 13

~ 13 ~
Todos queremos que nos encuentren …
lo difícil es dejarlo cuanto lo encontramos. - Lost in Translation




Samantha entró en casa y dejó las llaves sobre el taquillón de la entrada. Siguió por el pasillo hasta el salón, donde lanzó su bolso hacia el sofá. El bolso se abrió al chocar contra éste, haciendo que todo lo que contenía se desparramase por la moqueta, aunque esto no pareció preocuparle a Samantha, que había decidido servirse una copa de Bourbon y dejarse caer en el sillón más próximo.
El día anterior, después de meditar durante horas sobre qué hacer con el tema de Joseph, pensó que si le dejaba las cosas claras se sentiría mejor… Bien, pues se equivocaba: se sentía la peor persona del mundo. Había perdido los nervios en aquella sala, y como consiguiente, había gritado e incluso pegado a Joseph. Se había comportado como una auténtica estúpida. Ella no quería que las cosas saliesen así… Tragó saliva y se miró la mano que tenía libre, con la que había pegado a Joseph. Entonces recordó la expresión de éste al recibir el impacto en su mejilla. La sorpresa, tristeza, desesperación, humillación… Pudo ver todo eso. Y ella huyó, como una cobarde, dejándole con la palabra en la boca. Bien es cierto que Joseph era un cabezota y que estaba poniéndole las cosas difíciles, pero aún así… No se merecía eso. Y después de aquel fatal encuentro, jamás podría volver a dirigirle la palabra, ya no podrían ser simplemente amigos… Y de pronto, Samantha recordó también a Gary. A los dos, les había perdido a los dos. Y quería volver a llorar, por pura impotencia y desesperación… Se levantó del sillón, furiosa consigo misma, y después de terminarse la copa de un trago, la lanzó con fuerza contra la pared. La copa estalló frente a ella, dejando cristales por toda la habitación. Respiró sonoramente, y de pronto, se dio cuenta de que temblaba. Se mordió el labio, y se dirigió a la cocina a por el cepillo y el recogedor para retirar los cristales del salón. Barrió rápido y eficazmente la estancia, y después de tirar los restos a la basura, recogió lo que se había caído de su bolso. Subió la escalera y se fue directamente al baño. Quería darse una ducha, o un baño, lo que fuese, pero tenía que relajarse e intentar mantener la calma. Si continuaba en ese estado, Edmond haría preguntas, y eso no le convenía en absoluto. Empezó a desnudarse, y cuando volvió la vista hacia el espejo del baño, se dio cuenta de que tenía un pequeño corte en la mejilla, seguramente causado por la explosión de la copa. Terminó de desnudarse, e inmediatamente se metió en la ducha, y dejó que el agua fría cayese sobre ella durante un rato. En esos minutos pensó en Joseph… ahora ya no había marcha atrás. Sabía que a pesar de todo él seguiría insistiendo, así que todo lo que tenía que hacer era ignorarle… aunque era consciente de que no sería fácil.


Parecía increíble, pero ya habían pasado dos semanas desde su último encuentro con Joseph. Las clases ya habían dado comienzo finalmente, lo que hizo que evitarle fuese más fácil… Aunque no siempre lo conseguía. Un día, en la biblioteca, Samantha no notó la presencia de Joseph, y accidentalmente, mientras buscaba un libro, sus manos se rozaron, y no pudo evitar mirarle. Él permaneció inmóvil, mirándola, pero ella abandonó su búsqueda de inmediato y se fue de allí. También tuvieron otros encuentros bastante incómodos durante las guardias compartidas que tenían. Los primeros días, Joseph trató de acercarse, pero Samantha le cortaba lo más amablemente posible, pues no quería herir más sus sentimientos. Y así hasta entonces.
- Joseph. - Martha le agarró del brazo y le sonrió- ¿Puedo pedirte un favor?
- ¡Claro! Eso no se pregunta. ¿De qué se trata?
- ¿Podrías acercarme a casa? Es que tengo el coche en el taller y… Pero vamos, que si no puedes o algo se lo pido a otro. Lo digo porque sé que te pilla lejos…
- Pero entre nosotros hay confianza, mujer. A la salida te espero en mi coche.
- ¡No sabes lo agradecida que te estoy! - Martha acarició los brazos de Joseph y después se despidió de él.
Samantha lo había oído todo, y por un momento sintió ganas de… No. No había evitado a Joseph durante dos semanas para ahora pensar tonterías porque Martha le sonriese de aquella forma y le tocase…
Pero aquello no fue lo último que Martha hizo con Joseph. A partir de aquel día, Joseph se rindió. Había decidido ponerle fin a todo el asunto de Samantha. Ya estaba bien de sufrir… Ella no le quería. Pero ya no sólo como amante, sino tampoco como amigo. Y estaba hundiéndose cada vez más… Martha era una buena amiga, ella le ayudaría a salir de aquel infierno.
Esta situación, por alguna razón, comenzó a molestar a Sam. ¿Ya estaba? ¿Dos semanas y se acabó?
- Josh, ¿qué tal si nos vamos a comer los cuatro?
- ¿Los cuatro? - preguntó él, extrañado.
- Si, ya me entiendes. Gary, Samantha, tú y yo… Te diría Ann e Isabelle, pero están de excusión. Qué suerte tienen algunas, ¿verdad? No llevamos nada de clase y ya están organizando excursiones… En fin, ¿qué me dices?
La proposición de Martha le había dejado helado. ¿Ellos cuatro? ¿Quería que retornase al infierno? Bueno, Martha no tenía ni idea de la situación, así que…
Martha llamó a Samantha y Gary, que parecían muy sorprendidos. Entonces les comentó la idea. Su expresión fue parecida a la de Joseph, así que la respuesta estaba clara.
- Imposible, tengo que preparar bien las clases de kárate. Lo siento mucho, en serio, otro día. - se disculpó Gary.
Samantha quería gritarle a Martha lo que fuese. Mandarla a la mierda parecía una buena opción, pero no iba a hacerlo.
- No puedo… Tengo que recoger a los niños.
Joseph supo en seguida que mentía. Era Edmond quien recogía a los niños ahora porque estaba trabajando en casa últimamente.
- Vaya dos… Pues nada, comeremos como dos tortolitos, en la intimidad - rió a carcajada limpia - No es que me importe, Josh … Comer acompañada de un hombre tan atractivo como tú no me va a causar ningún trauma, sólo que pensé que sería más divertido que viniesen ellos dos. ¿Entonces no hay manera de que vengas, Sam? Vamos, hay Joseph suficiente para las dos - volvió a reírse alegremente.
Samantha pensó en estrangularla o abofetearla, daba lo mismo. Estaba enfadada. Lo que no sabía muy bien era por qué… O eso era lo que intentaba creer, pero en el fondo sabía que era por sus insinuaciones hacia él y porque no había manera de que no comieran a solas, como dos enamorados. Aquellos pensamientos acechaban mucho a Samantha últimamente. Martha le caía genial, y se llevaban realmente bien… Pero ahora no podía ni verla. Ella, con su encantador y guapísimo marido parecía intentar ligarse a Joseph.
Pasó un mes, y la cosa fue a peor. Los tonteos entre Martha y Joseph se hicieron evidentes, y aquello a Sam le pareció insoportable. Qué rápido había cambiado Joseph de opinión, ¿no? En cuestión de dos semanas había logrado olvidarse de Samantha y buscar otra sustituta. Por un momento se alegró de haberle dado de lado, porque lo que hubo entre ellos de repente parecía tan sólo cosa de dos días: besos y hacer el amor sobre la mesa, dentro del instituto. Cuando dijo que la quería, seguro que se refería al sexo y nada más… El haber encontrado una sustituta tan rápidamente, y precisamente Martha, con la que se llevaba tan bien, decía mucho de él.
“Orgullo masculino. No pudo soportar un ‘no’ por respuesta, estoy segura.”- pensó ella mientras veía a Joseph y Martha ir hacia el aparcamiento.
Ambos iban a por sus bolsas de deportes, pues las clases de kárate empezaban justo aquel día. Samantha se metió al baño a cambiarse. Oyó un ruido, y supo que era Martha, que también había entrado para lo mismo. Samantha se dio prisa en salir; iba tan ocupada tratando de cerrar su bolsa por el camino, que no se dio cuenta cuando tropezó y se cayó de bruces contra el asfalto. Se quedó aturdida por un momento. Oyó pasos rápidos acercándose. Miró hacia arriba y vio una mano. Ella la tomó y aquella persona la ayudó a levantarse. De pronto se dio cuenta de quién era. Al levantarse, Sam se había quedado a centímetros del rostro de Joseph. Se alejaron un poco el uno del otro, y Sam apartó la mirada, cohibida.
- ¿Estás bien? - preguntó Joseph con amabilidad.
- Claro.- trató de sonar segura.
Joseph recorrió sus piernas con la mano, y miró su rodilla, parcialmente desprotegida a causa de los pantalones pirata. No había sufrido ningún daño.
Samantha notó que se le subían los colores. Hacía mucho que no sentía su contacto…
- ¡Ey! Joseph ¿no te habías ido ya a entrenar al fútbol? - Martha apareció de repente. Joseph se puso en pie de nuevo y la miró.
- ¡Es verdad! Me voy, ya deben haber empezado. - Joseph le guiñó un ojo a Martha y se fue.
Samantha se quedó mirando la cara de Martha: a saber qué se le estaba pasando ahora por la cabeza… Era un guiño, nada del otro mundo, un gesto insignificante… ¿Por qué se estaba molestando tanto? ¿Y qué le había pasado hace unos segundos?
- Martha… - Martha la miró con una amplia sonrisa - ¿Qué te traes con Joseph? - Sam trató de sonar divertida.
- ¿Yo? - rió - Nada, mujer. ¿Por qué?
- Como últimamente os veo muy juntos… No sé, estáis raros. - intentó no parecer seria, para que la situación no acabase agobiando a Martha.
- Bueno… no sé. A ver, supongo que estarás de acuerdo en lo atractivo que es Joseph, pero no sé, no siento nada por él. - parecía sincera - Pero, ¿tú crees que sentirá algo por mi? Porque primero estuvo muy alicaído y de pronto, justo cuando decidí pedirle un favor, empezó a sonreír de nuevo. Es extraño…
- Si. Muy extraño. - esta vez sonó cortante, molesta, pero Martha no dijo nada.

La clase de kárate se pasó rápido, lo que fue un alivio para Samantha, pues quería perder de vista a Martha. Estaban saliendo todos del gimnasio, cuando entró Joseph sin camiseta.
- Martha, ¿te vas ya?
Samantha no pudo evitar mirarle de reojo. ¿Lo estaría haciendo a posta? Parecía que la estaba tentando a… ¿Tentar? No, se suponía que ella no sentía nada por él. Ni siquiera eso.
- ¿Quieres que te acerque a casa? - preguntó de nuevo Joseph, sin obtener la respuesta a su primera pregunta.
- Tranquilo, he traído el coche. Vamos juntos hasta el aparcamiento. - Martha se volvió hacia Samantha - ¿Vienes, Sam?
- Ahora iré… - Sam miró a Joseph con tristeza y decepción. Así que era así de fácil olvidarse de ella, ¿no? Un par de semanas, un mes… Y adiós, Samantha. ¿Tan fácil había sido sustituirla? ¿Tan poca cosa era? Se negaba a aceptar eso.
Salió del gimnasio, segundos después que ellos. Pudo ver a Joseph, ya con la camiseta puesta, y a Martha caminando a su lado. Fue inevitable no fijarse en lo cerca que andaban el uno del otro. Sus manos se rozaban…
- Hasta el lunes. - Samantha pasó entre ambos, separándolos bruscamente, y se fue con paso firme hacia el aparcamiento.
- Sam está rarísima, Joseph. ¿Tú sabes lo que le pasa?
- ¿Está rara? - Joseph sabía que por alguna razón, Sam estaba enfadada, lo que no entendía era por qué. Ella había dejado las cosas muy claras… Y él se había limitado a dejarla en paz, a rendirse, a ser realista.
- Antes me ha preguntado si… Bueno, me da un poco de corte decírtelo… - dudó un momento antes de contárselo - Me preguntó si había algo entre nosotros, y lo dijo riéndose, pero fue tan falsa… No sé, como si le molestase o algo. Supongo que la idea del adulterio no le hace mucha gracia. - la expresión de Joseph cambió de pronto - A ver, lo que quiero decir es que ella parece tan perfecta… La típica esposa fiel, trabajadora, buena madre… Ella, Edmond y sus pequeños parecen la familia perfecta, la típica familia americana. ¿No crees?
Joseph asintió, confuso. Aquello era una locura. Samantha le había dejado las cosas muy claras, ¿por qué de repente parecía que había cambiado de actitud? ¿Por qué le había preguntado eso a Martha? ¿Por qué aquella mirada que le había dirigido en el gimnasio? ¿Qué significaba? Tantas preguntas y ninguna respuesta.

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