miércoles, 5 de mayo de 2010

Capítulo 8

~ 8 ~
Me di cuenta de que el amor es como una llama:
abrasa y la ve todo el mundo. - Camino al paraíso.




Las siguientes dos semanas las pasaron en su casa. La hermana de Edmond, Muriel, y su esposo, fueron a hacerles una pequeña visita acompañados de sus dos hijos, un poco mayores que Víctor.
Pasadas esas dos semanas, por fin, cargaron el coche con las maletas y se dirigieron a un hotel que habían elegido cerca de la costa. La habitación que tenían parecía casi una suite. Había una cama de matrimonio y dos camas individuales juntas. El baño tenía una bañera que casi parecía un jacuzzi, y la terraza tenía unas vistas magníficas al mar.
Samantha abrió la puerta corredera que daba a la terraza y salió a contemplar el paisaje.
-Sabía que te gustaría, por eso me traje el caballete. -dijo Edmond a sus espaldas. Sam se volvió y le miró, notablemente sorprendida-. Podrás pintar estas vistas tan espectaculares desde aquí.
Samantha salió de la terraza y abrazó a su marido.
-Gracias. -le agradeció mientras sonreía ampliamente.
Edmond le dio un corto beso en los labios y le devolvió la sonrisa a su esposa.
A pesar de la insistencia de los niños por ir a la playa, Edmond y Samantha decidieron colocar primero las maletas en el armario vacío que había en la habitación. Aquel día estuvieron en la piscina del hotel, y planearon para el día siguiente ir a la playa.
Por la noche, Samantha se llevó su portátil a la terraza para mirar su correo. Nada. Ni un mensaje. Se levantó y fue a buscar su móvil. No había llamadas perdidas, ni ningún sms… Nada de Gary.

Al día siguiente, después de desayunar en el buffet del hotel, los cuatro se presentaron en la playa. Edmond plantó la sombrilla mientras Sam extendía las toallas. La pequeña Sarah se armó con el cubo y la pala, y empezó a recoger tierra para poder construir su castillo. Víctor estaba inquieto.
-¡Papá, vamos al agua! ¡Vamos, papá, papá, papá..! -el niño repitió una y otra vez lo mismo, hasta que su madre lo interrumpió.
-Víctor, ¿y si nos pegamos un buen chapuzón tú y yo?
El niño tomó la mano de su madre y ambos se zambulleron en el frío agua de la playa, pero pasados unos minutos el frío había desaparecido. Sarah quiso acompañarles, y Edmond la acercó hasta su madre.
Al rato se salieron los tres. Sam se tumbó unos minutos al sol… Pero la verdad es que no lo aguantaba. Le apetecía pasear, y dado que Edmond, recostado en su tumbona con el periódico, no estaba muy por la labor, su hijo decidió acompañarla.
Sam paseaba de la mano de Víctor, feliz, vestida con un bikini negro -aún un poco húmedo por el reciente baño- y un pareo de varias tonalidades de azul a juego con sus ojos, cuando de pronto, alguien salió del agua y fue hacia ella.
-¡No me lo puedo creer! ¡Menuda coincidencia! -exclamó Joseph, mostrando una amplia sonrisa.
Samantha sintió que se cortaba la respiración. El mundo no podía ser tan pequeño.
-Te abrazaría, pero… -pudo decir Sam, señalando a Joseph, que permanecía empapado-. No me apetece mojarme otra vez.
-Qué guapo está. -Joseph se arrodilló frente al hijo de Samantha-. Cada día se parece más a ti. ¿Qué tal, campeón?
El niño saludó a Joseph y ambos chocaron las manos.
- Eres el hombre más afortunado de la playa, ¿lo sabías?
Víctor río, mirando a su madre. Joseph también lo hacía.
-¿Ha sido mi impresión, o acabas de llamarme guapa indirectamente?
-Vaya, ya veo que no se te escapa ni una. -volvió a ponerse en pie-. Bueno, ¿y dónde os alojáis?
Samantha se giró y señaló un hotel que no quedaba muy lejos de allí.
-¿Estás de broma, verdad? -Joseph esbozó una sonrisa que hizo que el corazón de Samantha diese un vuelco-. Mi mujer y unos amigos también estamos allí.
-Ah… qué raro que no os hayamos visto. -Samantha no sabía si aquello le agradaba o no.
-Sí, lo sé… En fin, ¿y si quedamos para tomar algo esta noche? Los niños pueden quedarse con uno de mis amigos. Estoy seguro de que esta noche se quedará trabajando con su ordenador hasta las tantas… -Samantha se mordió el labio inferior-. Venga Sam, ¡será divertido!
Samantha le miró, dudosa. Tenía muchas ganas de quedar con él, esa era la verdad. Necesitaba diversión, olvidar la locura que había cometido besando a Gary y… Con Joseph todo eso estaba asegurado. Primero, porque con Joseph era imposible no divertirse; después de Gary, era la persona con la que más se reía… Supuso que todo el mundo pensaría que la persona que más la hacía reír era su marido, pero no. No era especialmente un hombre “marchoso”, de hecho, más bien era todo lo contrario: él prefería quedarse en casa o, si salían, simplemente cenar y tomarse un par de copas. Y cuanta menos gente asistiese mejor. Sabiendo esto, podría deducirse que no tenía muchos amigos, y eso era cierto. Conocía a muchísima gente, pero eso era gracias a los negocios, nada más. Tampoco era un hombre retraído, pero… Simplemente, era muy selectivo con sus amistades. Y la segunda razón que le impulsaba a quedar con él… Era algo en lo que no quería ni pensar.
-Está bien. ¿A qué hora? -aceptó, finalmente.
A Joseph se le iluminó la cara con una sonrisa… y qué sonrisa. Aquella media sonrisa que la volvía loca… Alejó aquellos pensamientos rápidamente de su mente.

Esa misma noche, después de cenar y de dejar a los niños en la habitación, tras darles instrucciones de abrirle la puerta al amigo de Joseph, quedaron con éste en el hall del hotel. Allí estaba él, junto a dos mujeres y tres hombres. Joseph se acercó a ellos, Samantha hizo las presentaciones, y Edmond y él se estrecharon la mano. Los amigos de Joseph se acercaron y éste decidió presentárselos:
-Bueno, esta es mi mujer, Natalie. Aunque tú la conociste hace unos años, Sam.
Natalie le plantó dos besos en la mejilla y le dedicó una sonrisa propia de un anuncio de pasta de dientes. La mujer de Joseph era mucho más guapa de lo que recordaba. Tenía el pelo largo y ondulado, por debajo del pecho, teñido de un castaño rojizo realmente precioso. Sus ojos eran de un color verde aceituna, pintados con sombra gris, a juego con su camiseta larga. Tenía las cejas finas, y eran prácticamente negras. Su piel tenía un ligero color tostado, y era alta y delgada, con curvas… Todo aquello hacía de Natalie una mujer muy atractiva.
Joseph le siguió presentando al grupo. La otra mujer se llamaba Kate; era bajita y delgada. Llevaba unas gafas de pasta de color negro y el pelo corto, rubio platino. El marido de ésta era uno de los tres hombres, el menos agraciado, Paul. Los otros dos hombres restantes eran hermanos: Ed y Henry. Ed era callado, y no llamaba demasiado la atención, sin embargo, su hermano Henry, sí que lo hacía. Era moreno, de piel tostada, como la de Natalie, y ojos azules muy parecidos a los de Joseph. No era especialmente alto, pero sí que tenía buen cuerpo. Samantha se fijó en los fuertes brazos de Henry, fácilmente visibles por la camiseta de tirantes negra que éste llevaba.
Cuando estuvieron hechas todas las presentaciones, decidieron irse al bar del hotel, que tenía una terraza junto al mar.
-¿Hace cuánto que os conocéis Joseph y tú? -preguntó Paul, cuando ya estuvieron todos sentados.
-Pues… -Samantha miró a Joseph pidiendo ayuda, pues no lo recordaba.
-Hace unos seis… tal vez siete años.
-Siete, sí.
-¿Cuántos años teníamos? Yo iba a cumplir treinta y seis, creo recordar.
-Entonces yo tenía treinta y dos… Y estaba embarazada de Víctor.
-¡Ay! ¿Sabes? Me estoy acordando de cuando lo trajiste al instituto.
-Sí, mi niño… Tendría unos dos años cuando lo llevé por primera vez. Cómo pasa el tiempo… -Samantha se quedó mirando nostálgica a Joseph.
-¿Tenéis dos hijos, no? -Natalie se dirigió a Edmond.
-Sí. El mayor tiene ya ocho y la pequeña va a cumplir tres en Septiembre.
-¿Y vosotros para cuando, Nat? -intervino Kate-. La boda fue hace siglos.
-Joseph y Natalie se casaron nada más salir de la universidad. -aclaró Paul-. La verdad es que fue una sorpresa para todos. Por eso habla de “siglos”.
-De momento nada, Kate. No seas pesada.
Kate continuó insistiéndole a Natalie sobre tener niños. Mientras, Edmond conversaba con Joseph.
-Oye, me ha parecido entender antes que tienes cuarenta y tres años… Yo pensé que tendrías la edad de mi mujer.
- Pues ya ves… Cada vez me acerco más a los cincuenta, pero, ¿sabes? Yo lo llevo bien… no sé, hay mucha gente que se deprime por cumplir años. Y yo en lugar de preocuparme por eso, me digo: Joseph, estás vivo, eres feliz… ¿qué más quieres? Disfruta de lo que te queda de vida.
-Cómo te envidio, tío -dijo Ed, hablando por primera vez.
Pasaron la siguiente hora bebiendo y charlando. Todos lo pasaban bien, incluso Ed, que había parecido un poco callado al principio y se había ido animando con la bebida.
Samantha miró su reloj: aún eran las doce. Henry y Natalie se acercaron a la barra a pedir un par de botellas más, mientras que el resto seguía hablando. Tardaron un poco más de lo normal en llegar y, cuando lo hicieron, fueron sirviendo la bebida.
Cuando Samantha volvió a mirar su reloj, ahora un poco mareada por el alcohol, descubrió que era la una y media de la madrugada.
-Cariño, creo que es hora de irse, ¿no? -le preguntó Edmond, en voz baja. Él, al contrario que ella, tan sólo había tomado un par de copas, como siempre.
-No tengo ganas de irme…
-Bueno, puedes quedarte si quieres.
-¿En serio? ¿No te molesta?
-¡Para nada! Diviértete. -le susurró mientras le daba un leve beso en los labios-. Señores… Lo he pasado muy bien, pero estoy un poco cansado. Mañana nos vemos. Buenas noches. Y tú, cariño, no bebas más, ¿eh?
Cuando le perdieron de vista, Samantha habló:
-Lo cierto es que estoy algo mareada… -confesó, algo avergonzada.- No quería preocupar a Edmond…
-¿Qué tal si te vas a dar una vuelta y te despejas? -propuso Henry.
-Yo te acompaño, Sam. -se ofreció Joseph-. Creo que me vendrá bien estirar las piernas.
Samantha iba a protestar, pero no se encontró con fuerzas ni con ganas para hacerlo. Juntos caminaron hasta el paseo marítimo, donde Joseph le propuso dar un paseo por la playa. Samantha se sentó en un bordillo y se quitó los zapatos. Joseph la imitó. Caminaron cerca de la orilla, húmeda por las olas. Samantha siguió encontrándose mal. Tenía una cogorza que haría que a la mañana siguiente tuviese una resaca de campeonato. De repente, tropezó con sus propios pies, y se dio de bruces con la arena. Joseph corrió a ayudarla. Ella se quedó sentada en el suelo, cabizbaja, con la cara llena de arena.
-¿Estás bien, Samantha? -preguntó, alarmado.
-No.
Joseph tomó el rostro de Samantha entre sus manos y le retiró la arena que tenía en la cara con delicadeza. Ella se abstuvo a mirarle, y fijó la vista en el suelo.
-¿Hay algún motivo por el que estés así? -ella ni tan siquiera le miraba-. No te veía así de borracha desde… -enmudeció de pronto. Aquel tema era tabú.
Sam alzó la vista, hasta encontrarse con los ojos de Joseph.
-¿Desde cuándo?
-No tiene importancia.
-¿Te refieres a la noche en la que nos acostamos? -soltó de pronto, para sorpresa de Joseph.
-Bueno, yo… - tartamudeó.
-Estuvo bien… Muy bien…
-¿Qué has dicho? -preguntó Joseph, incrédulo, incapaz de creer lo que acababa de oír.
-Perdón, Gary.
-¿Gary? -repitió Joseph, un tanto molesto.
-Ay, perdón, Joseph.
Se quedaron un momento callados mientras las olas rompían contra la orilla.
-Antes te he hecho una pregunta, Sam… ¿Estás así por algún motivo en especial? -insistió.
Samantha se apartó el pelo de la cara y dirigió la mirada al horizonte, hacia el mar y la oscuridad de la noche.
-Mi vida es un completo desastre. Creo que estoy haciendo algo mal. -confesó.
-Puedes contármelo, Samantha, ya sabes que puedes confiar en mí.
-Lo sé, Joseph… Es sólo que… A estas alturas de mi vida me doy cuenta de que no sé lo qué es el amor. Bueno, si lo sé, pero enamorarme sólo me ha traído problemas. No quiero hacerle daño a mis hijos…
-¿Y tu marido? -en realidad quiso preguntarle por Gary, pero no lo vio adecuado.
-Él también me importa… pero no estoy enamorada de él. Yo no le quiero de esa forma. Y… bueno, yo… Dios mío, se me hace tan difícil decir esto… No se lo he contado a nadie.
Tomó a Samantha de las manos, aún sentado de rodillas frente a ella.
-Le fui infiel a Edmond con alguien… Bueno, en realidad tan sólo fue un beso pero… Ya es algo. -Samantha no se sintió capaz de mirarle a la cara-. El caso es que ese alguien lleva todas estas semanas pasando de mí… ¿Y sabes qué? Que no me importa ni lo más mínimo. Al principio me sentí molesta, como es obvio, pero ahora… me da igual. Fui una estúpida al pensar que algo así era lo que tenía que hacer.
Joseph sintió que algo se liberaba en su interior. ¿No estaba enamorada de Gary, entonces? ¿Ni siquiera de su marido?
-Joseph, ni siquiera sé por qué me casé… Supongo que es porque me sentía y me siento a gusto con él… Pero cuando… bueno, cuando lo hacemos… no siento absolutamente nada. Cuando me besa, lo veo como algo tan… vano. No sé cómo explicarlo. Pero no tiene nada de erótico. No hacemos nada especial… Me siento como una vieja amargada. Y por alguna razón tan sólo tengo ganas de llorar y nada más. Mi vida se ha convertido una rutina de la que no puedo salir.
Joseph vio cómo los ojos de Samantha brillaban a causa de las lágrimas, que amenazaban con salir de un momento a otro. De pronto, una de éstas que se deslizó por su rostro, hasta caer en el dorso de la mano de Joseph. Él le borró el rastro de otra con la mano e hizo que le mirase a los ojos.
-Samantha, tú eres una mujer muy fuerte. Lucha porque todo eso cambie. Sé que puedes hacerlo… No tiene por qué ser así siempre.
-¿Y si con eso sólo consigo hacerle daño a mis hijos, o a mi marido?
-Todo tiene sus consecuencias.
-¿Tú te has enamorado, verdad? -le preguntó ella, sin previo aviso.
-Sí. -… ¿a qué venía aquella pregunta?
-¿Más de una vez?
-Sí. -se limitó a contestar.
-¿Hubo alguien antes de Natalie?
-Rollos de adolescente. Nunca me enamoré de verdad en aquella época… al menos no del todo.
Samantha le escudriñó con la mirada.
-¿Qué pasa? -preguntó, un tanto molesto.
-Eso quiere decir que te enamoraste después de casarte con Natalie. -dedujo.
-Aún estando borracha te das cuenta de estos pequeños detalles. Y yo que pensé que podría despistarte. -a Joseph le daba igual confesarle eso a Sam; sabía que al día siguiente a penas lo recordaría.
Le dedicó una leve sonrisa y después volvió a la carga.
-¿Y se te pasó?
-¿El qué?
-El enamoramiento por esa persona.
-No. - No ha hecho más que empezar.
-¿Estás engañando a tu mujer?
-No.
- Así que ella no te corresponde, ¿verdad?
-¿Qué es esto, un interrogatorio? Madre mía, cuando no estás borracha eres de lo más discreta… creo que te prefiero así; recuérdame que no te deje beber nunca más.
-Así que no te corresponde… -observó ella, ignorando su comentario-. ¿Y te duele?
-Naturalmente.
-Hace tiempo que no nos confesábamos este tipo de cosas. Me gustaría que recuperáramos la confianza que teníamos antes.
-Empecemos ya. ¿Quién es tu amante, entonces?
-No te lo voy a decir.
-Ya… Bien, pues asunto zanjado. -dijo, algo enfadado, alzando la voz-. Yo no hablo de lo que me duele que tú no me quieras y tú no hablas de tu amante, ¿estamos?
Samantha le miró con cara de sorpresa, como si acabase de descubrir algo. Joseph analizó lo que acababa de decir, y se maldijo cuando se dio cuenta de su error.
-¿Qué has dicho? Es que me ha parecido oír algo raro…
-Samantha, he dicho que yo no voy a hablar de quien no me quiere y tú no hablarás de tu amante. ¿Qué no has entendido?
-No has dicho eso. -insistió ella.
-¿Cómo que no? Samantha, deberías controlarte con el alcohol, ahora en serio.
-Bueno, casi juraría que… En fin, no importa.
Joseph se levantó y se fue hasta la orilla para mojar un poco los pies. Necesitaba moverse, caminar… estaba nervioso.
Cuando se giró, encontró a Sam tumbada en la arena, contemplando el cielo nocturno. Fue hasta ella y se sentó. Alzó la vista al cielo, y miró maravillado las estrellas.
-¿Bonito, eh? -comentó Joseph.
-Bonito es poco.
Samantha se incorporó y apoyó su cabeza en el hombro de Joseph.
-Tengo sueño… -admitió ella.
Un escalofrío recorrió la espalda de Joseph; hubiese pagado por verse a sí mismo en aquel momento, con ella reposando la cabeza sobre su hombro.
-Duérmete entonces. -lo dijo sin pensar, pero en seguida se dio cuenta de que dentro de poco tendrían que regresar a la habitación.
Él volvió la vista hacia ella, que permanecía pegada a él, y fue entonces cuando Samantha hizo algo inesperado. Despegó ligeramente la cabeza del hombro de Joseph y acercó su boca a la suya, dándole un leve beso en los labios. Después, volvió a su posición inicial.
-Buenas noches. -le susurró al oído.
Joseph se quedó completamente rígido, paralizado. Aquello le había venido tan de sopetón que no tenía ni idea de qué pensar o qué hacer. ¿Por qué le había besado? ¿Porque estaba borracha? No; eso no era un motivo. ¿Iba a besarle porque sí? ¿Después de tanto tiempo evitándose?
Joseph acaricio su pelo y sus hombros. No podía evitar sentirse tentado a besarla él también; sin embargo, no lo hizo. Estaba tan dulce, durmiendo, apoyada en él… Aquel beso le había hecho darse cuenta una vez más de que lo que sentía por Samantha era de verdad.
Pasados unos minutos sintió su móvil vibrar dentro del bolsillo de su pantalón. Se trataba de un mensaje:
“J, nos vamos ya a la habitación. Acompaña a Samantha a la suya y no tardes en volver. Besos.”
Joseph se guardó el móvil y se quedó contemplando a su compañera una vez más. Finalmente, optó por no despertarla. La alzó en brazos cuidadosamente y se encaminó hacia el hotel. Cuando llegó a éste, algunos empleados se preocuparon al verle con Sam en brazos, pero él les tranquilizó con breves explicaciones. Mientras subía en el ascensor se miró en el espejo interior de éste. Se vio a sí mismo con ella en brazos, y aquella imagen le gustó. Se recordó a un héroe de alguna película, con la chica a la que acababa de salvar. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando se dio cuenta de lo cerca que estaban sus rostros.
Cuando llegaron al piso donde se encontraba la habitación de Samantha, éste le sacó las llaves de la habitación del bolsillo y, mientras abría la puerta, rezaba por no encontrarse al marido despierto. Cuando entornó la puerta, sintió que podía volver a respirar. Él estaba dormido, al igual que los niños. Joseph se acercó sigilosamente hasta la cama, y la dejó sobre ésta. Se limitó a observarla durante unos instantes, y después, salió de la habitación. Cuando estuvo fuera se apoyó contra la pared, y al cerrar los ojos, sintió de nuevo el beso que Samantha le había dado aquella noche.


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