jueves, 29 de abril de 2010

Capítulo 7

~ 7 ~
A veces, el viaje más largo es la distancia entre dos personas. - El velo pintado




El timbre sonó. Los pasillos se atestaron de gente, al igual que las escaleras, y los gritos de los alumnos resonaron por todo el instituto. Samantha salió del aula de dibujo en cuanto no quedó nadie dentro, y la cerró con llave. Justo al lado se encontraba el departamento de dibujo, lo que era una suerte para ella, pues tenía que recoger unos trabajos. Estaba metiendo la llave en la cerradura de ésta, cuando vio a Gary saliendo de su clase a unos metros de distancia.
A partir de aquel día en el gimnasio, algo había cambiado entre ellos. Al principio, Gary se había dedicado a evitarla. En más de una ocasión le había visto salir de clase corriendo para no encontrarse con ella, ni siquiera se atrevía a mirarla a la cara. Ella quería hablar con él, olvidar lo ocurrido y que todo volviera a ser como antes, pero... ¿cómo iba a hablarle después de haberle rechazado? Lo mejor sería darle tiempo para que él mismo olvidara lo ocurrido.
Samantha recogió sus cosas y se dirigió a la sala de profesores donde la esperaba Charlize. Como su coche estaba en el taller, le había pedido amablemente que la acercara a su casa.
A decir verdad, no se sentía del todo bien pidiéndole aquel favor. Por muy cerca que vivieran era una molestia para ella ir a recogerla. Samantha no se lo hubiera pedido si tuviera otra solución, pues no le gustaba pedir favores de ese tipo, la hacían sentir incómoda, pero su marido tenía que trabajar hasta bien entrada la tarde y no podría llevarla. Charlize había aceptado amablemente, e incluso se había ofrecido para llevarla también a la cena de esa misma tarde y, aunque Samantha no tenía pensado ir, se había visto obligada a aceptar tras la insistencia de su compañera. Al parecer, iban casi todos: Alisson, Francis, Gary... Seguramente él no sabía que ella también iba a ir, o a lo mejor la iba a sorprender con una disculpa o un largo discurso sobre por qué había estado evitándola.
-Ya estoy, Charlize. Cuando quieras.
-Vamos -contestó ésta con una sonrisa.
Subieron al coche y en cuestión de minutos (al menos a Sam le había parecido así) llegaron a su casa. Una vez más le dio las gracias y se despidió con un "hasta luego". Samantha dejó sus cosas en la encimera de la cocina y se dispuso a hacer la comida. Una vez hubo comido, subió a su cuarto a preparar la ropa que se pondría. Había pensado en aquel vestido negro que le sentaba tan bien, pero desechó la idea inmediatamente cuando recordó que ese mismo vestido lo había llevado aquel día en el teatro con Gary; no quería hacerle sentir más incómodo. Al final optó por una falda y una camiseta de manga corta; algo sencillo.
Samantha se tumbó en la cama; estaba cansada. Sentía el cerebro saturado, demasiadas emociones, demasiados problemas... La vida de una mujer adulta es más complicada de lo que parece, y necesitaba un descanso. Cerró ligeramente los ojos y, sin darse cuenta, cayó en un profundo sueño. Despertó poco antes de que Charlize pasara a buscarla
-Mierda, ¿cómo he podido dormirme? -se dijo a sí misma.
Se puso rápidamente en pie, se vistió, y corrió hacia el baño para maquillarse un poco. La verdad es que esa pequeña siesta le había sentado realmente bien; se sentía más despejada.
Charlize llegó puntual. Samantha bajó con rapidez para no hacerla esperar.
El restaurante estaba cerca del instituto, por lo que la mayoría de profesores optaron por aparcar dentro de éste. Cuando Charlize entró en el aparcamiento, Sam pudo distinguir el coche de varios profesores que ya habían llegado.
-Bueno, pues ya hemos llegado.- anunció la compañera de Sam.
Charlize cogió sus cosas y salió del coche; Sam hizo lo mismo.
-Parece que ya han llegado la mayoría. Mira que son puntuales.- comentó Charlize fijándose en los coches aparcados, justo como había hecho Sam hacía un minuto.
Samantha echo una ojeada a los vehículos, pero entre ellos no encontró el de Gary. ¿Y si no iba por su culpa? ¿También la iba a evitar allí?
-¿Vamos? -la instó su amiga.
-Sí, claro. -contestó Samantha saliendo de su ensoñación.
-Por cierto, no te he preguntado. ¿Vendrá tu marido a buscarte o quieres que te lleve?
-Tranquila, después viene mi marido. No quiero molestar más.
-Tonterías mujer, no molestas.
Llegaron al restaurante y, nada más entrar por la puerta, las invadió un olor a comida de lo más agradable. Buscaron a los demás con la mirada.
-¡Sam, Charlize! ¡Estamos aquí! -gritó uno de los profesores.
Los compañeros que habían llegado antes habían juntado las mesas y ocupado la mayoría de las sillas. Samantha y Charlize se sentaron en dos sitios libres. Joseph, que estaba enfrente de Samanta, la saludó con un la cabeza. Ella le devolvió el saludo y sonrió.
Andrew y Anna llegaron poco después. Seguramente Gary ya no vendría. Samantha miró la silla que quedaba libre, al lado de Joseph. ¿Cuando dejaría Gary de evitarla? Le había rechazado de la mejor manera posible, ella no quería perderle. ¿Acaso había dicho algo que le había ofendido?
La puerta del restaurante se abrió. Gary entró con paso ligero y, en cuando les vio, se dirigió a la mesa.
-Perdonad el retraso, había un atasco… -se disculpó tras recuperar el aliento.
Saludó a todos y se sentó en el único sitio libre, al lado de Joseph y enfrente de Samantha. El destino le estaba jugando una mala pasada, pero ¿qué podía hacer? Se sentó en la silla y se puso a mirar la carta para evitar la mirada de Samantha.
Joseph, por su parte, tampoco se alegraba de tenerle a su lado, ya que la última vez que hablaron acabaron discutiendo y aún no habían hecho las paces. Desvió la mirada hacia Francis y le sacó un tema de conversación.
Samantha paseaba su mirada de un lado a otro; Gaby la ignoraba y Joseph hablaba animadamente con Francis. Por eso se unió a la conversación de Alisson, para mantenerse distraía, a pesar de ser una conversación bastante aburrida. Estiró las piernas hasta chocar con algo que pareció la pata de la mesa, y volvió a recogerlas. La conversación en la que se había metido se volvía a cada segundo más aburrida ¿Dónde estaba el camarero? Si no le traían la comida pronto se iba a dormir en la silla. Miró a Gary de reojo, pero él tenía la mirada perdida, estaba claro que iba a seguir la misma línea que los días anteriores. Para su sorpresa, Gary se giró hasta que sus miradas se encontraron, ella sonrió esperando que él la hablara, pero este volvió a girar la cabeza, esta vez hacia Andrew.
Joseph interrumpió su charla para mirar a Samantha, cuyo pie acababa de propinarle un golpe en la espinilla. Sin embargo, ella miraba fijamente a Gary. ¿No se había dado cuenta de que le había dado? Iba a protestar, pero después se le vino a la cabeza lo que seguramente estaba pasando: Samantha estaba buscando otras piernas, más concretamente las del hombre que se sentaba a su lado, Gary. Por lo visto, la conversación que había tenido con su "amigo" no había servido de nada. ¿Samantha buscando las piernas de un compañero por debajo de la mesa y delante de todo el mundo? Era una locura, ella jamás haría eso. ¿Acaso sentía algo tan fuerte por Gary que estaba dispuesta a arriesgarse? No, eso era imposible... Notó un pinchazo en el pecho, le hervía la sangre. Nunca había sentido tantas ganas de pegar a alguien.
-Disculpadme, voy un momento al servicio. -dijo Joseph retirándose de su sitio con rapidez, aprovechando que nadie miraba.
Una vez en el baño, se echó un poco de agua fría en la cara para intentar despejarse. Se miró al espejo, y se contuvo para no golpearlo. ¿Por qué había decidido ir a la dichosa cena? La respuesta era evidente: por Samantha. Pero no esperaba encontrarse con eso, no esperaba verles tonteando. Y mucho menos esperaba ver los intentos de ella por tocarle debajo de la mesa. Era más de lo que podía soportar. ¡Y delante de todo el mundo, por el amor de Dios!
La puerta del baño se abrió y apareció Gary. Ambos emitieron un bufido.
-Vaya, hola Thomson.
-Hola. -respondió Joseph, cortante.
Joseph le miró fijamente. Gary era o había sido su amigo, pero no podía evitar sentir ciertos celos e incluso odiarle en algunos momentos. Maldito cabrón con suerte... ¿Cómo se había atrevido a hacerlo cuando hace unos años se cabreo con él por lo mismo? ¿Ya no importaba que ambos estuvieran casados? Menudo hipócrita.
-¿Qué miras? ¿Tienes algún problema? -le espetó Joseph.
Gary se puso a la defensiva. Después de la conversación del otro día se esperaba cualquier comentario de este.
-Tranquilo, ya me voy. Puedes acicalarte tranquilo.
-¿Qué mierdas dices?
-¿Querrás estar guapo para Samantha no?
-No me toques las narices… -le advirtió Joseph.
Gary le apuntó con el dedo de forma amenazante.
-¿Qué pasa si lo hago? ¿Me vas a pegar?
-Puede.
-Adelante, gallito.
Gary se adelantó y le pegó un empujón. Justo en ese momento apareció uno de sus compañeros de trabajo por la puerta.
-Vaya, ¿qué hacéis aquí? Esto parece una reunión de trabajo.
El hombre se echó a reír, y ellos le siguieron la corriente.
Joseph salió por la puerta antes de que Gary le pudiera contestar. Volvió a la mesa donde los demás profesores conversaban animadamente, se sentó en su sitio y se echó un poco más de comida en el plato. Por suerte, el camarero había traído ya todo lo que habían pedido. No le apetecía hablar con nadie, y con eso tendría una buena excusa para no hacerlo. Gary volvió poco después, y con él las miradas de Samantha. ¿Por qué no dejaba de mirarle? No tenía ganas de seguir allí viendo cómo ella y Gary tonteaban. Sentía la sangre corriendo por sus venas otra vez; estaba celoso, lleno de ira y, por más que intentara no sentir aquello, aquel sentimiento seguía allí. Además... ¿qué pretendía? Aunque Samantha sintiera algo por él no cambiaría nada. Ambos estaban casados, y Natalie no se merecía eso. ¿Acaso iba a echar por tierra todos esos años de matrimonio por un romance con una mujer casada…?
Pues sí, cuanto más pensaba en ello, más seguro estaba de que lo haría. Aunque quería a Natalie, sentía algo por Samantha, y no cualquier tontería. A pesar de lo que había prometido aquel día en el coche años atrás, a pesar de haber intentado olvidarlo, a pesar de todo, sabía que si Samantha le diera una oportunidad él no podría decir que no, y deseaba con todas sus fuerzas esa oportunidad.
-¿Estás bien? Te noto un poco raro. -preguntó una dulce voz sacándole de sus pensamientos.
Joseph miró a la mujer que tenía enfrente. Estaba tan ensimismado que no se había dado cuenta de que Samantha le miraba. ¿Qué cara estaba poniendo?
-Sí. ¿Por qué lo dices?
-Por tu cara.
Desde que había vuelto del baño, Joseph no había dejado de apretar la mandíbula. Samantha sabía que eso sólo podía significar dos cosas: o le preocupaba algo o estaba enfadado, y eso lo sabía muy bien porque lo había visto miles de veces. Cada vez que se enfadaba con un alumno lo hacía, y también cada vez que tenía que ir a casa urgentemente, y... puede que ella se fijara demasiado en todo lo que hacía él.
-Sólo es un problemilla familiar, nada de importancia. -contestó finalmente.
Ella le dedicó una sonrisa, y él se la devolvió. Sorprendentemente no había tenido que fingirla, había sonreído de verdad, a pesar de estar tan cabreado no podía evitar sonreír ante la sonrisilla de Samantha.

Pagaron la cuenta entre todos y se dividieron en dos grupos, ya que no todos habían aparcado en el instituto por falta de plazas de aparcamiento. Samantha caminaba al lado de Jeremy, que le contaba una divertida anécdota de su clase.
Una vez en el instituto, Samantha se despidió de él y se sentó en el porche, ya que Edmond aún no había llegado. La verdad es que se lo había pasado bien, no se había sentido tan incómoda como creyó que se sentiría con la presencia de Gary. Había hablado, reído y comido bastante bien. Le hacía falta algo así después de meses de trabajo, y no sólo el trabajo, también estaba la casa, su marido, que a veces podía ser realmente desquiciante... ¿Y dónde narices estaba Edmond? Samantha se había dado prisa en volver pensando que ya estaría ahí. Si no recordaba mal, le había dicho la hora correctamente, e incluso le había indicado que fuera un poco antes por si acaso... ¿Habría pillado atasco?
Una gota de agua cayó en su nariz y, después de ésta, unas cuantas más. Empezó a chispear, a levantarse el aire y a hacer frío.
Samantha corrió para refugiarse bajo el porche; ya no se le hacía tan apetecible estar allí sola esperando a su marido.
En cuestión de segundos, unas cuantas gotas se convirtieron en un chaparrón. Aunque le gustaban los días de lluvia, ahora deseaba llegar a casa. La imagen de su hija enferma le vino a la cabeza. ¿Qué tal estaría?
Sam cogió el móvil y marcó el número de Edmond. Fue el contestador quien contestó. Edmond estaría conduciendo, seguramente por eso no lo cogía. Al menos la llamaría al ver su llamada perdida. Samantha esperó inútilmente, pues Edmond ni llamaba ni aparecía.
¿Pero dónde se había metido? Ya llevaba media hora esperando, y encima con la que estaba cayendo. Empezó a caminar intentando no impacientarse. Casi una hora y todo seguía igual: nada, ni rastro. Samantha optó por llamar al teléfono de casa. ¿Habría pasado algo? Tal vez su hija se había puesto peor... pero en ese caso su marido la habría llamado. Primer toque, segundo...
-¿Diga? -respondió la voz su marido al otro lado del teléfono.
-¿Cariño, dónde estás? -le preguntó Sam, impaciente y nerviosa.
-En casa, viendo el partido. ¿Querías algo?
-¿Qué haces ahí? Te recuerdo que hoy tenías que venir a buscarme.
-¿A buscarte? Nadie me ha dicho nada.
-Te lo dije esta mañana. ¿Es que no me escuchas?
-No me dijiste nada, cariño.
-¡¿Qué no te dije nada?! Esto es el colmo... Te lo repetí cinco veces mientras veías tu estúpido programa. Me dijiste que vendrías. -Samantha comenzó a desesperarse y a gritar.
-Perdona, no te escuché. -Edmond parecía de lo más tranquilo a pesar del evidente mal humor de su mujer.
-Ese es el problema, que nunca me escuchas. Le prestas más atención a tus estúpidos programas y a tu puñetero trabajo que a mí. Espero que al menos hayas pedido cita en el médico.
-¿En el médico?
-La niña está mala, ¿lo recuerdas? ¿Ya ni a tu hija le prestas atención?
-Lo recuerdo, ahora llamaré. ¿Quieres que vaya a por ti?
-No, no te vayas a herniar cariño. Tú llama al médico y vuelve rápidamente a tu sofá. ¿De acuerdo?
Samantha colgó el teléfono antes de que Edmond pudiera contestar.
-Menudo idiota. Ahora me tocará coger el autobús mientras él ve su maldito partidito. -pensó en voz alta.- ¡Ni siquiera tengo un madito paraguas!
-Si quieres puedo llevarte yo.
Samantha se dio la vuelta. Hasta ahora no se había dado cuenta de la presencia de Gary.
-¿Desde cuando llevas ahí? -las mejillas de Sam se encendieron; la había estado mirando y escuchando mientras gritaba a su marido; genial.
-Desde hace un rato. No pude evitar escuchar la conversación, perdona.
-No pasa nada... Ya ves, mi marido prefiere ver el partido a recogerme…
Samantha contestó nerviosa, no esperaba que Gary la hablara. Debía de comportarse con normalidad, después de todo seguían siendo amigos.
-Seguro que no es eso, simplemente se le habrá olvidado.
-Ese es el problema, siempre se le olvida lo que le digo...
Gary se acercó a Sam y le acarició el brazo amistosamente. El contacto no duró mucho, poco después apartó la mano y se produjo un incómodo silencio.
-No hace falta que me lleves si no quieres...
-Quiero llevarte. Sé que he estado muy raro estos días pero... es sólo que me daba vergüenza hablarte, no sabía como... En fin, perdona. ¿Vamos?
Gary abrió la puerta y le dejo paso a Sam. Durante el viaje, no pudo dejar de darle vueltas a la cabeza. A pesar de que había rechazado a Gary, él estaba ahí, llevándola a casa, ya que su marido estaba demasiado ocupado viendo la tele. Gary le daba lo que no le daba su marido: atención y cariño. Él jamás le había dado un no por respuesta, ni la había dejado tirada... Tal vez había sido un error rechazarle, tal vez ambos se merecían aquello.

Gary y Samantha se alejaban mientras él observaba oculto tras el muro. Menudo día... ahora mismo sólo le apetecía irse a casa, poner algún canal absurdo y dejar la mente en blanco; olvidarse de todas aquellas imágenes que se le pasaban ahora por la cabeza torturándole. ¿No bastaba con verles tontear durante la cena? Además... ¿No iba a recogerla su marido? Estaba claro que Gary y ella iban en serio, incluso se inventaban excusas para ir juntos... ¡Hasta la llevaba a su casa! Esperó hasta que el coche de Gary desapareció por la puerta del aparcamiento, se metió en su coche y se dejó caer en el asiento. Lo que más le molestaba era que, en los tres meses de vacaciones de verano, esa sería la última imagen que tendría de ella. La última vez que la veía y tenía que ir con él. Sabía que esa imagen se le iba a pasar una y otra vez por la cabeza. Metió la llave y arrancó intentando dejar atrás todos aquellos pensamientos
“Ojala fuera tan fácil“. -se dijo a si mismo, suspirando.

El coche paró. Gary aparcó un par de casas más abajo que la de Sam.
-Bueno, pues ya estamos aquí. -anunció Gary, sintiéndose estúpido por decir algo tan evidente.
-Gracias.
-No hay por qué darlas.
Sam salió hecha un manojo de nervios del vehículo sin despedirse siquiera. Un minuto más allí dentro y hubiese cometido una locura…
El claxon del coche le hizo volverse sobre sus pasos. Gary bajó la ventanilla y gritó:
-¡Sam, te olvidas el bolso!
Samantha se acercó al coche, abrió la puerta del copiloto y se montó de nuevo.
-No hacía falta que te montases para… -comenzó Gary.
No pudo acabar la frase. Samantha se inclinó sobre él y le besó. Pero no fue como el del gimnasio; ambos prolongaron aquel beso cuanto pudieron. Cuando se separaron, los dos se mantuvieron en silencio, excepto por el inevitable sonido de sus respiraciones agitadas.
- Llámame algún día… ¿vale? -le pidió Sam, evitando su mirada, probablemente confusa.
Gary estrechó una de sus manos y después, ella salió del coche.

Samantha entró en casa y cerró la puerta. ¿Qué acababa de hacer? Aún no podía creerse que ella hubiera... Era una mujer seria, nunca cometía ese tipo de locuras (al menos no las había cometido en mucho tiempo). ¿Y qué pasaría a partir de ese momento? Prefería no pensar en ello por ahora. Esperaría la llamada de Gary y entonces decidiría qué hacer.
Aquella noche no le dirigió la palabra a su marido. Se fue directamente a la habitación de sus hijos, les dio un beso de buenas noches y comprobó si Sarah seguía teniendo fiebre. No tenía mucha, pero tenía.
-Mami… -la pequeña llamó a su madre justo cuando ésta ya estaba a punto de irse-. ¿Puedo dormir contigo?
Samantha se acercó a su hija y la cogió en brazos para llevársela a la habitación. La dejó sobre su cama de matrimonio, y empezó a desvestirse.
-Qué guapa. -su elogio fue interrumpido por la tos.
-Gracias, cielo. Tú también estás muy guapa.
La niña le dirigió una amplia sonrisa y después la tos volvió. Sam se puso su camisón, apagó la luz y se acostó junto a su hija en la gran cama de matrimonio. Hacía un calor de espanto, así que pasaron de sábanas. Abrigarse no le iba a venir precisamente bien a su pequeña.
-Mamá… -le susurró Sarah a su madre-. Yo de mayor quiero ser tan guapa como tú.
Sam rió y abrazó a su hija. Por suerte, ninguno de sus hijos había salido a su padre. Ambos perfeccionistas y con carácter. Bueno, tal vez Víctor sí que tenía algo de su padre… Esa obsesión por su trabajo que, en este caso no se podía comparar con el de Edmond, pues todavía estaba en el colegio. Pero aún así… A veces daba miedo lo en serio que se tomaba Víctor sus pequeños controles de la escuela.
Edmond entró unos minutos más tarde. Sam se hizo la dormida, y él lo sabía… Pero no quería interrumpir el sueño de su hija con sus quejas sobre la actitud de su esposa ante el descuido que había tenido.
No hablaron del tema al día siguiente; decidieron dejarlo pasar.


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