Si amas a alguien simplemente díselo, debes decírselo en ese momento, en voz alta. De lo contrario el momento simplemente… pasa. - La boda de mi mejor amigo
Joseph la miró: Samantha estaba cada día más guapa. No podía dejar de pensar en ella desde lo que pasó el año anterior, desde que la vio cambiarse aquel día en su casa. No podía quitársela de la cabeza y, tal vez, tampoco quería.
Gary se acercó a Samantha y Joseph desvió la mirada. Gary y él siempre se habían llevado muy bien, pero no soportaba verle cerca de Samantha, y en el último año, les veía todo el rato juntos.
Gary había sido el que le había echado la bronca cuando se acostó con Samantha, y ahora él estaba haciendo algo parecido, sólo que no tenía la excusa de estar borracho.
Joseph les miró de reojo. Ambos reían. Nunca antes había visto a Samantha con aquella sonrisa, sólo la mostraba cuando Gary estaba con ella, y aquello hacía que le hirviese la sangre.
Joseph había intentado acercarse a Samantha en varias ocasiones, pero ésta le trataba como a uno más, bueno, más bien como a un mejor amigo, pero… él quería algo más que eso. La quería para él y se la estaban arrebatando delante de sus narices.
Hasta, en alguna ocasión, la había invitado a salir, pero ella siempre tenía una excusa preparada. Tal vez Samantha temía recordar lo que pasó aquella noche del 2005 o, al menos, esa era una de las posibles razones que se le ocurrían a Joseph. Otras veces, pensaba que todo era más simple: Samantha estaba enamorada de Gary y él solo era un compañero más para ella.
La mano de Gary se posó sobre la espalda de Samantha y, poco a poco, fue deslizándose hacia abajo. Joseph apretó los puños y se levantó malhumorado. Gary se estaba pasando de la raya; ya ni en público se cortaba. Se dirigió enfurecido hacia él.
-Gary, tengo que hablar contigo. -dijo, con la mandíbula apretada.
-Ahora no puedo Thomson, estoy hablando. -se excusó, sin apartar la mirada de Samantha.
-Es importante. -insistió.
Gary miró a Joseph y pudo comprobar que estaba enfadado.
-Está bien. Ahora vuelvo, Sam. -le dijo, guiñándole un ojo.
Samantha y Joseph cruzaron una rápida mirada antes de que éste se marchase. Sam también había visto un atisbo de furia en sus ojos…
Joseph arrastró a Gary hasta un sitio apartado para que nadie les oyese.
-¿Se puede saber qué cojones haces? -le soltó, alterado.
-¿De qué me estás hablando?
-De Samantha, te he visto.
-¡Ah, eso! -exclamó despreocupadamente.
-Si, eso. ¿Ya ni delante de la gente te cortas?
-Tal vez se me fue un poco la mano, tienes razón.
-La manita, sí. ¿Qué estás haciendo, Gary?
-Ya te lo he dicho, lo hice sin pensar.
-No me refiero a eso. Tú fuiste el que me reprendió aquel día. ¿O es que ya no recuerdas lo que me dijiste?
Gary se quedó callado y agachó la cabeza.
-¿Qué pasa? ¿Tu familia ya no te importa?
-Sabes que me importan, y mucho. Por ellos estoy aquí. Pero yo no planeé esto...
-¿Esto? ¿Qué es “esto“? -gritó, perdiendo los nervios.
-Estoy enamorado de ella. -le confesó.
-¿Enamorado? Por favor...
-¿Y a ti qué coño te pasa? ¿Te molesta que esté enamorado de ella? -se defendió.
-¿Y a mi por qué me tendría que molestar? -Joseph se puso a la defensiva mientras el recuerdo de la espalda desnuda de Samantha ocupaba su mente.
-No sé, tu sabrás.
-Mira, haz lo que te de la gana, ¿vale? Pero te estás jugando mucho, y ella también.
Joseph se marchó sin mirar atrás. Ya había dicho todo lo que tenía que decir.
Por su parte, Gary no se movió. Se quedó allí, pensando lo que Joseph le había dicho. Tenía razón, pero lo que sentía era demasiado fuerte como para reprimirlo, y el tener a su familia tan lejos no le ayudaba.
Finalmente, regresó con Samantha.
-¿Qué quería Joseph? -preguntó, curiosa, intuyendo que ella tenía algo que ver con aquella conversación.
-Nada importante ...
-¿Por nada importante tienes esa cara? ¿Qué pasa, Gary?
-No pasa nada, en serio. -Gary sonrió débilmente.
-¿Seguro? Porque tu cara me dice otra cosa...
-¡Que no me ha dicho nada, joder! Al menos no algo que te importe. ¿Te vale eso? -le gritó Gary, montando en cólera.
La sala de profesores se quedó en silencio. Los pocos presentes les miraron con disimulo.
-Sí, me vale. Lo has dejado todo bastante claro. Gracias por tu amabilidad. -dijo con sarcasmo, dirigiéndole una mirada cargada de odio.
Gary se dio media vuelta y salió rápidamente de allí. Samantha se quedó helada; ella sólo intentaba ayudarle y él había sido injusto. El enfado comenzó a invadirla por dentro. ¿Quién se creía para contestarla así? No había hecho nada malo.
Samantha recogió sus cosas y se alejó de la sala de profesores mientras maldecía a Gary.
La clase de kárate estaba a punto de empezar. Gary era quien impartía aquella actividad extraescolar de la que algunos profesores y alumnos habían decidido formar parte.
Samantha se cambió en el baño, como de costumbre, y entró sin mirar a Gary, pues seguía enfadada por lo que éste le había dicho unas horas antes.
Él la miró de reojo, pues se sentía mal por lo que había dicho; había sido muy borde con ella sin motivo. Más tarde hablarían… le debía una disculpa.
Cuando llegó la hora de comenzar la clase, Gary se situó en el centro del gimnasio. Los alumnos se colocaron alrededor de él formando un círculo.
-Bien, hoy vamos a hacer actividades en parejas.
Los alumnos comenzaron a emparejarse. Gary se acercó a Samantha.
-Tú irás conmigo.
- Búscate a otra. -respondió ella con frialdad.
Samantha se retiró sin mirarle siquiera. Gary se quedó allí, sin saber qué hacer. Martha se le acercó poco después, pues era la única que quedaba sin pareja.
-Creo que me toca contigo -dijo, sonriendo amablemente.
Gary no pudo dejar de mirar a Samantha en toda la hora, pero ella no le miró ni una sola vez. De pronto, el tobillo de Sam se dobló al intentar esquivar una patada de su compañera, haciendo que cayese al suelo. Gary se acercó inmediatamente a ella para ayudarla a levantarse. Mientras tanto, los alumnos se acercaron formando un círculo a su alrededor para ver lo ocurrido.
-¿Estás bien?
-Sí, no ha sido nada.
Gary le ofreció la mano para que se levantara.
-Puedo levantarme sola, gracias.
Samantha se intentó levantar, pero el pie volvió a fallarle y cayó.
-Ya veo que estas perfectamente… Ven, anda.
Gary le volvió a ofrecer la mano, y esta vez Samantha no la rechazó; seguía enfadada con él, pero había demasiada gente alrededor como para contestarle con alguna grosería.
Ya sólo quedaban cinco minutos, así que Gary dio por concluida la clase. El gimnasio comenzó a vaciarse, hasta que sólo quedaron ellos dos.
-Ven aquí, te echaré algo en el pie para que te duela menos.
-No hace falta, sólo necesito sentarme un rato.
Samantha cojeó hasta el banco y se sentó; la verdad es que le dolía bastante el pie.
-No seas cabezota, anda, deja que te eche Reflex.
Le dolía demasiado, así que dejó su orgullo a un lado y aceptó. Acompañó a Gary hasta el botiquín del gimnasio y, allí, Samantha se sentó encima de una mesa. Gary le quitó la zapatilla y le echó el Reflex. El pie estaba hinchado. Él apretó con cuidado el bulto.
-¿Te duele?
Samantha emitió un quejido.
-¡Pues claro que me duele, idiota!
-Dios, Samantha, deja de ser tan ...
-¿Tan qué? ¿Borde? Fíjate qué casualidad, ya nos parecemos en algo.
-Samantha, de verdad que...
-¿No eras tú el que me decías que confiase en ti? ¡Tiene gracia! ¿Y qué pasa conmigo? ¿Yo no cuento?
-¿Y si dejas que...? -Gary intentó hablar.
- ¡No! Ya he tenido suficiente. Con tu respuesta de antes me has dejado muy claro que...
De pronto, Gary se levantó, se acercó a su rostro, y selló sus labios con un beso. Ninguno se movió; Samantha permaneció rígida, con los ojos abiertos, al igual que Gary. Éste pudo leer la confusión en sus ojos azules.
Finalmente, Gary rompió aquello que les había mantenido unidos durante lo que le habían parecido horas... Samantha bajó la mirada, avergonzada, y él se quedó mirando a cualquier sitio menos a ella. De repente, se dio cuenta de que Sam se había bajado de la mesa y caminaba (aún con dificultad) hacia la puerta. Salió de allí, cogió su bolsa de deportes, y se encaminó hacia la salida del gimnasio. Él fue tras ella, y cuando la tuvo lo suficientemente cerca, paró.
-Creo que estoy enamorado de ti. -confesó de pronto, haciendo que su voz resonase por todo el gimnasio.
Samantha, al oír eso, se paró un momento en seco, y tras vacilar unos segundos, siguió su camino hacia la salida... o eso creía Gary. En cuanto llegó a la puerta, la cerró con sumo cuidado, y apoyó su cabeza en ella, dándole la espalda.
Ella oyó los pasos de Gary, y sintió que se aproximaba. Sabía que estaba justo detrás, mirándola fijamente, esperando una respuesta… Sam se giró y ambos se miraron. Nunca… Jamás le había visto así.
-Sam… -Gary se acercó y la tomó por los brazos-. Te quiero.
Samantha no sabía cómo debía de actuar. ¿Debía responderle con sinceridad o simplemente salir de allí? Su conflicto interno fue interrumpido por Gary, que se había acercado para volver a besarla. Sus labios se unieron momentáneamente y pasados unos segundos, logró separarse de él.
-¡No!… Yo no… -no logró terminar la frase.
-¿Tú no… no estás…? -tartamudeó Gary.
-No. No, -repitió muy segura- ¿por qué pensaste que sí?
-Por… nada. Lo siento.
Gary volvió al cuarto del botiquín, dejándola sola y sin respuesta.
Samantha no notaba ya el dolor del pie; el sentimiento de culpabilidad la torturaba, y aquel dolor era el menos intenso.
El sonido de su móvil le sobresaltó. Samantha se agachó rápidamente y lo buscó en la bolsa de deportes. En cuanto lo encontró, lo descolgó incluso antes de llevárselo al oído.
-¿Si?
-Cariño, ¿donde estás? -le preguntó su marido, preocupado.
-En el instituto. -respondió en un suspiro.
-¿Te pasa algo?
Volvió a suspirar y se tragó las lágrimas; acababa de perder a un amigo…
-Nada, cariño... Esto... Me he torcido un tobillo, así que no podré conducir, ¿crees que podrías venir a por mi?
-Espérame en la puerta, estaré allí en veinte minutos.
-De acuerdo, te espero.
Sam colgó el teléfono y se quedó un momento allí de pie, pensando. Fue hasta la puerta del botiquín y se quedó mirando a Gary: estaba sentado en la silla que estaba tras la mesa donde ella había estado sentada antes. Tenía la cara enterrada entre sus manos… Samantha rezó porque no estuviese llorando.
- Gary…
Él apartó las manos de su rostro y la miró muerto de vergüenza; tenía los ojos rojos, así que probablemente había estado llorando antes de que ella apareciese.
-No sabes cómo me siento ahora mismo viéndote así. Por favor… -rodeó la mesa y se agachó para ponerse a su altura-. No llores, no por mí.
-Sam… Lo siento, yo… Es mejor que no sigamos con esta conversación.
-Sabes que mi intención no era herirte, ¿verdad? Estoy casada y tú también… Sólo quiero que me entiendas.
-Vale. -se limitó a contestar.
Sam se levantó y, cuando estuvo en la puerta, volvió la vista hacia atrás para mirarle… Pero él no lo hacía.
-¿Y quién me entiende a mí? -dijo Gary. Pero ya nadie le oía.
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