martes, 2 de marzo de 2010

Capítulo 2

~ 2 ~
Los remordimientos son una perdida de tiempo, son el
pasado que te priva del presente - Bajo el sol de la Toscana





Samantha salió de la consulta del médico, con el corazón latiéndole a mil por hora. Necesitaba urgentemente salir de allí, gritar, correr, romper algo… lo que fuese para calmar los nervios. Atravesó con rapidez los largos pasillos del hospital, buscando el cartelito de “salida”; sí, eso sería algo que la tranquilizaría. Lo vio al final del pasillo (que cruzó con una rapidez asombrosa) y salió por la puerta doble, que se abrió automáticamente para dejarla salir. Miró a su alrededor y vio un estanco no muy lejos de allí. Cruzó el paso de cebra, y pronto se encontró dentro del establecimiento, comprando un paquete de tabaco. En cuanto puso un pie en la calle, abrió el paquete con nerviosismo, y se llevó un cigarro a la boca… pero no tenía mechero. Justo pasaba por allí un chico, así que no se le ocurrió otra cosa que pedirle fuego. El chaval se sacó un zippo del bolsillo de su pantalón vaquero, y se lo encendió. Samantha le sonrió, agradecida, y le dio una calada al cigarro. Una nube de humo se formó delante de ella, y se quedó mirándola como una tonta. Aquello no estaba ocurriendo realmente, seguramente dentro de unos segundos acabaría aquella infernal pesadilla… Qué ilusa. Llevaba semanas con vómitos y continuos mareos, aquello no podría haberse tratado de otra cosa. Sí: estaba embarazada. Y si aún le quedaba algo de inteligencia, tiraría el cigarro que tenía sujeto entre sus dedos y el paquete que acababa de comprar. ¡Diablos! ¡Estaba embarazada! Fumar no era precisamente lo que debería estar haciendo en ese momento… Además, ella había dejado ese vicio hace mucho tiempo y, desde luego, no pensaba volver a caer. Se lo terminó y, cuando vio una papelera, pensó en tirar todo el paquete, pero se lo pensó mejor; tal vez se lo podría dar a alguien del trabajo, Mathilde, o tal vez Marie… seguro que no lo rechazarían.
Caminó (algo más calmada) hasta su coche, se quitó el abrigo, y se montó en él.
Dios, lo que realmente le preocupaba no era el hecho de tener otro hijo, sino… la identidad del padre. ¿Y si no era de su marido? ¿Y si era… de Joseph?
-Joseph… -murmuró para sí misma.
La imagen de él, mirándola con sus ojos azules, en aquella habitación a oscuras, mientras la desnudaba, se le vino a la cabeza. Sabía que ella se había acostado con él estando borracha y, sin embargo, recordaba muchas cosas. Cosas que la hacían sentirse realmente mal… y bien. Volvió a la realidad. Maldita sea, había prometido olvidarlo… bueno, en realidad se lo había hecho prometer a Joseph, pero aún así. No era el momento de ponerse a pensar en si aquella noche loca había significado algo para ella. ¡No! De ninguna manera. Ella era una persona seria, con las ideas claras. Lo mejor que podía hacer era olvidar aquello, así que, por lo tanto, el padre sólo podía ser su marido. Tenía que convencerse así misma de ello. Entre Joseph y ella no había habido nada. El padre del hijo (o hija) que llevaba en su interior, era su marido; fin de la historia.
Samantha sonrió, satisfecha. Arrancó el coche, y se alejó de allí, feliz por poderle dar una noticia tan bonita como esa a su marido y a su pequeño.


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