Tengo miedo de muchas cosas. Pero también tengo
miedo de salir de este cuarto y no volver a sentir
en toda mi vida lo que siento estando contigo - Dirty Dancing
4 años antes.
19 de diciembre de 2005: vacaciones de Navidad.
-En cuanto terminemos de poner la mesa, sacamos la bebida del congelador para que no esté muy fría, ¿vale? -acordó Gary, mientras abría uno de los armarios del salón.
-De acuerdo. Ya sólo nos faltan las copas. -Joseph las cogió del armario que Gary acababa de abrir-. La gente no tardará en llegar, ya es casi la hora.
Gary había decidido celebrar una fiesta en su casa con casi todos los profesores del instituto. La mayoría habían acordado que sería mejor asistir solos, sin sus parejas, pues no querían abusar de la amabilidad de Gary metiendo a más gente en su casa. Joseph, otro profesor (que además era su mejor amigo), había decidido ir antes para echarle una mano con los preparativos.
En cuanto terminaron de colocar las copas en sus respectivos sitios, hicieron lo que Gary había ordenado anteriormente y, pocos minutos después, empezaron a oírse voces procedentes de la calle: los invitados habían llegado. Sonó el timbre y el salón de la casa anfitrión fue a abrir la puerta: se trataba de César e Isabelle. Justo cuando éstos iban a entrar, llegaron Joshua y Jeremy, que saludaron a Gary y le dieron las gracias por la invitación. Fueron llegando cada vez más profesores, entre ellos: Charlize, Alisson, Martha, Samantha, J.J, Francis, Andrew… El salón estaba atestado de gente, al igual que la cocina, donde algunos, como Mathilde, con la ventana abierta, se echaban un cigarrito antes de hincarle el diente a alguno de los aperitivos. El de Gary se parecía a la cafetería del instituto: se habían formado los mismos grupitos de personas de siempre. Francis y Elena charlaban animadamente con Lily y Marie; Ralph entablaba conversación con Mathilde (a quien, después de muchos intentos, habían logrado sacar de la cocina), y Jason iba de grupo en grupo, contando las mismas historias de siempre y lanzando piropos a las profesoras, que sonreían falsamente tras oír alguno de sus comentarios sobre sus minifaldas o vestidos. Joseph y Gary se metieron en el grupo de Martha, Samantha, Anna, César e Isabelle y, después de mucho hablar y reír, decidieron que ya había llegado la hora de comer. Los profesores se acomodaron como pudieron, apiñados en la larga mesa del salón. La cena fue muy agradable; algunos contaban chistes, otros anécdotas e historias… y cuando todos dejaron limpios sus platos, decidieron traer alguna bebida más fuerte. Algunos profesores, por cortesía, habían traído alguna botella de vino, champagne, vodka, licor… y como cada uno quería una cosa, decidieron abrir todas las botellas. Tras quince minutos, más que una fiesta normal de trabajo, parecía un botellón de adolescentes. Todos bailaban alocados la música ochentera que Alisson (que era una de las profesoras de música del instituto) había recopilado en un CD, probaban todas las bebidas y fumaban, sólo que ya no lo hacían en la cocina; aquello era un completo caos, pero a nadie pareció importarle. Algunos profesores y profesoras incluso tonteaban entre ellos… ¿serían los efectos del alcohol?
Joseph se sentó en uno de los sofás, alcanzó una de las botellas de whisky de la mesa, y volvió a llenar su copa hasta arriba. En los otros sillones se acomodaron Gaby y César, que dejaron sus respectivas copas sobre la mesa. Joseph dio un buen trago y se quedó observando el panorama. Sus ojos se toparon con los de Samantha, que desvió la mirada hacia los aperitivos de la mesa. Sin embargo, Joseph siguió mirándola. Samantha no acostumbraba a llevar vestido, desde que él la conocía sólo se lo había puesto dos veces, o tal vez una, y hacía tanto tiempo desde la última vez que no recordaba lo bien que le sentaban. Tenía unas piernas bonitas, debería ponerse más... El alcohol estaba empezando a afectarle.
-¿Te puedes creer que ya estoy cansado? -comentó César.
-¿En serio? No aguantas nada, deberías ver las fiestas que nos montamos este y yo -Gary le dio una palmadita en el hombro al aludido-. ¿Verdad, Joseph?
Este seguía con la mirada fija en Samantha, ni siquiera se dio cuenta de que le estaban hablando.
-¿Te encuentras bien? -preguntó César, preocupado.
Tampoco respondió a esa pregunta, sin embargo, sí giró la cabeza para mirarles.
-Joseph, ¿no crees que ya has bebido bastante? -observó Gaby.
-Nah… -Joseph hizo un gesto de despreocupación con la mano- ¿Es que uno ya no puede divertirse?
Joseph se quedó mirando a Martha, Samantha y Anna mientras le daba un sorbo a su whisky.
-Menuda cara acabas de poner, tío. -dijo César, alejándose de él.
-Se acabó. -Gary le quitó la copa a Joseph y le levantó del sillón de un empujón-. Haz el favor de divertirte de otra manera, ¿de acuerdo? ¡Sal a bailar y olvídate del alcohol!
Joseph esquivó a varios profesores que se cruzaron en su camino haciendo una pequeña conga, y se dirigió directamente al grupo de las tres chicas.
-¡Joseph! ¿Qué tal te lo estás pasando? -le preguntó Anna, intentando alzar la voz por encima de la música y el ruido.
-¡Bien, rubia!
Anna se volvió hacia Martha, extrañada.
-¿Acaba de llamarme “rubia“?
Samantha bebió de su copa y se volvió hacia Joseph.
-¿Tú no bebes? -le dijo al oído para que pudiese oírla.
-Si … bueno, no… esto… ¿me das un trago?
Samantha le ofreció su copa y él la consumió de golpe. Ella lo miró asombrada y después se echó a reír; él se unió a sus risas.
-Estás preciosa esta noche. -le susurró al oído. Ella sonrió tímidamente.- Uff… qué piernas… -al subir la vista se encontró con su escote.
Samantha le puso un dedo en los labios para hacerlo callar, y le miró algo sorprendida.
-¿Estás borracho? -lo dijo como si se tratase de una pregunta, aunque, obviamente, conocía la respuesta.
-¿Tú no?
Joseph tomó el vaso de Samantha prestado y lo llenó de ginebra, mientras echaba un ojo al sofá, donde Gary y César continuaban hablando, afortunadamente sin prestarle atención. Cuando tuvo la copa hasta rebosar, se volvió de nuevo hacia ella y se lo ofreció.
-¡Bebamos juntos!
Samantha comenzó a reírse por la extraña actitud de Joseph, no obstante, le hizo caso, y en pocos minutos se terminó su vaso, por lo que se llenó uno, y otro… hasta que empezó a decir tonterías y a reírse de forma estúpida. Abandonó el vaso en una mesita, y se echó unos bailes con Joseph, que había seguido bebiendo. En medio de una canción, se acercó a él:
-¿Sabes dónde está el baño?
-¡Claro! ¡Ven conmigo! -dijo él alegremente, cogiéndola de la mano.
Salieron del salón y subieron las escaleras, tropezando en algunos peldaños, hasta que llegaron al rellano. Joseph abrió la primera puerta, pero se trataba de un armario.
-Aquí no está… ¡JA! ¡Mira, Sam! ¡Papel higiénico! -cogió uno de los rollos y lo lanzó por los aires, como si se tratase de una serpentina.
Samantha rió a carcajada limpia y se dirigió a la segunda puerta. Ambos entraron, acabando accidentalmente en un dormitorio.
-¿Dónde estará el baño? -se preguntó Samantha en voz alta, abriendo uno de los armarios, mientras se tambaleaba. Joseph cerró la puerta y se dirigió hacia ella haciendo eses. Abrió el otro armario y miró dentro, esperando encontrar allí el aseo. Ambos cerraron los armarios, se miraron, y no pudieron reprimir otra carcajada. Definitivamente; el alcohol les había afectado demasiado. Dentro de aquella habitación tan sólo se escuchaba un murmullo procedente de abajo. Ambos siguieron riéndose tontamente. Samantha se acercó a Joseph y comenzó a hacerle cosquillas. Mientras reían, él intentó librarse de ella, sin éxito. Tras unos divertidos minutos, Samantha apoyó su cabeza en el hombro de él, mientras sonreía. Todo se quedó el silencio, tan sólo se oían sus respiraciones, ambas agitadas por la situación que acababan de pasar. Samantha se quedó en aquella posición mirando fijamente a Joseph, y éste, sintiendo la mirada de ella, dirigió sus ojos hacia Samantha.
-¿Qué? -dijo casi en un susurro Joseph.
-Nunca te había visto tan de cerca. -respondió ella, aún sonriendo.
De pronto, Samantha sintió las manos de Joseph en la cintura y cómo comenzaba a empujarla, hasta que se topó con la cama, donde se detuvo y permaneció de pie, sin sentarse en ella. Estuvieron en la misma posición que antes, hasta que él bajó la cabeza. Estaban a menos de dos centímetros. Joseph buscó con su boca la de Samantha, y, cuando sus labios se rozaron, se miraron intensamente y se besaron. Joseph se quitó el jersey y lo lanzó hacia un lado. Empujó a Samantha con suavidad y ésta cayó en la cama. Puso una pierna a cada lado de ella, y fue aproximándose a su rostro. Volvieron a fundir sus labios en un beso apasionado, mientras él se quitaba los pantalones, y ayudaba a Samantha a deshacerse de su vestido.
Samantha abrió los ojos lentamente; los dejó así un rato hasta que su vista se acostumbró a la oscuridad. ¿Dónde estaba? Se movió un poco y se dio cuenta de que estaba tumbada en una cama… una cama que no era la suya, y en una habitación desconocida. Se incorporó de golpe, asustada, y se percató de que estaba desnuda. Se cubrió con la sábana, cómo si alguien fuese a verla… y se dio cuenta de la presencia de alguien más. Junto a ella, en aquella cama, Joseph, su compañero de trabajo, dormía profundamente.
“Esto no puede estar pasando…”- se repitió una y otra vez, temblando.
Se puso la ropa interior, abrochándose el sujetador con gran dificultad, pues sus manos le temblaban. Buscó su vestido a tientas, se lo abrochó como pudo, se calzó, y se apresuró a salir de allí. Cuando estuvo fuera, se quedó apoyada en la puerta, y comenzó a llorar. La cabeza estaba a punto de explotarle; estaba mareada, confusa y quería morirse por lo que había pasado con Joseph en aquel dormitorio. Samantha oyó unos pasos, pero no le dio tiempo a reaccionar: Gary estaba allí, en el rellano de la escalera Él se quedó mirándola, sorprendido por el estado de su compañera que, además de llorar, y como consecuencia, tener corrido el maquillaje, también estaba despeinada y tenía el vestido mal abrochado.
-¿Qué te ha pasado? -preguntó él, frunciendo el ceño.
Samantha no respondió a su pregunta. Le dio las gracias por la comida y su amabilidad y se fue rápidamente de allí. Gary se quedó con la palabra en la boca, mirando la puerta del dormitorio donde Samantha había estado apoyada hacía unos segundos. Se acercó a ella y, tras vacilar un momento, la abrió. La luz del pasillo inundó la habitación. Gary se acercó al hombre que dormía en la cama, y no pudo evitar maldecir en alto al percatarse de quien se trataba.
-¡Joder! ¿¡Qué has hecho?! -gritó, sin poder contenerse.
Joseph gruñó, y segundos después se incorporó, mientras se desperezaba estirando los brazos.
-Qué dolor de cabeza… -se quejó Joseph, que pareció ignorar la pregunta de Gary-. Mmm… ¿por qué gritas?
-¿¡Qué por qué grito?! ¿Me vas a explicar qué es lo que has hecho? -vociferó, alterándose aún más.
-¿Qué he hecho… cuándo? -preguntó, confuso.
-Dios… ¡te lo dije, te dije que no bebieras tanto! ¿No sabes lo que has hecho?
-Ay, acabo de despertarme… La verdad es que… no, no recuerdo nada. -Joseph parecía realmente perdido.
-Entonces te diré algo que tal vez te refresque la memoria: hace tan solo unos minutos vi salir a Samantha muy afectada de esta habitación. Y teniendo en cuenta que ahora mismo estás desnudo sobre mi cama, creo que es más que obvio lo que pasó.
El silencio reinó en la habitación durante unos segundos; Joseph se había quedado atónito. De pronto, una serie de imágenes comenzaron a pasar por su mente: cómo había conducido a Samantha hasta la cama, cómo la había desnudado… recordaba todo, aunque tenía algunas lagunas. Joseph se pasó la lengua por los labios para humedecerlos y se mordió el labio inferior, nervioso: aquello le hizo recordar el sabor de los besos de Samantha.
-Por la cara que acabas de poner, entiendo que has recordado algo, ¿verdad?
Joseph comenzó a vestirse, haciendo caso omiso a su amigo, que lo miraba furioso. Se levantó de la cama, sin mediar palabra, y se dirigió a la puerta, pero justo cuando iba a abrirla, una mano le aferró del brazo y le hizo volverse.
-¿¡Es que no piensas decir nada?!
- No.
-¿Puedo preguntarte al menos qué piensas hacer?
-¿Hacer con qué?
-¡Sabes perfectamente a lo que me refiero! -gritó, exasperado-. ¡Acabas de acostarte con una compañera de trabajo, casada y con un hijo! ¡Y tú le has puesto los cuernos a tu mujer! Así que deja de hacerte el loco y dime.
-Hablaré esto con Samantha, pero será una conversación entre nosotros dos; no quiero terceras personas. -fulminó a Gary con la mirada-. En cuanto a lo de mi mujer, está bastante claro, no le contaré nada y asunto zanjado, y Samantha hará lo mismo.
-Actúas como si no te importara lo que has hecho.
-¡Claro que me importa, acostarme con una compañera de trabajo no entraba en mis planes!
-Pues no lo parece, se te ve de lo más tranquilo.
-¿Y qué pretendes que haga? Lo hecho, hecho está, Gary, lo mejor será olvidarse de esto. Joseph se liberó del brazo de su amigo y salió de la habitación. Bajó corriendo las escaleras, cogió su chaqueta del perchero y salió rápidamente de la casa mientras se la ponía. Comenzó a mirar hacia todos lados, buscando a Samantha. De pronto, vio el coche de ésta, no muy lejos. Se dirigió hacia allí con paso firme, y cuando estuvo cerca de él, golpeó suavemente uno de los cristales, llamando la atención de su compañera, que parecía sorprendida de verle. Ésta le abrió la puerta y él se sentó junto a ella, en el asiento del copiloto.
-Samantha, verás… -Joseph se volvió hacia Sam, y la descubrió secándose una lágrima-. Creo que debería haber esperado a hablar contigo otro día… -dijo arrepentido, mientras abría de nuevo la puerta del coche.
-No, es mejor solucionar las cosas ahora. -Samantha le miró con seriedad y le obligó a cerrarla.
-Sí, puede que tengas razón, pero...
-Pero nada, Joseph. Yo estoy casada, tu estás casado... esto no ha sido nada más que un error producido por el alcohol. Yo no diré nada; lo mejor será hacer como si esto no hubiese pasado.
-Estoy de acuerdo. -coincidió él.
Se quedaron callados un momento.
-Prométeme que lo olvidarás y que no se lo dirás a nadie. -le pidió Samantha, rompiendo el silencio.
-Te lo prometo. -dijo, con sinceridad.
Joseph iba a bajarse del coche; titubeó, y añadió algo más:
-Sé que ha sido un error, y no te preocupes, lo voy a olvidar, pero... me alegro de que hayas sido tú y no cualquier otra de las que estaba en la fiesta.
Samantha no contestó, siguió mirando al frente esperando a que se bajara del coche. Ni siquiera parecía haberlo oído. Finalmente Joseph bajó, pues estaba claro que ella ya había dicho su última palabra. Samantha arrancó sin ni siquiera mirarle, ni un adiós. ¿Cómo se le había ocurrido confesarle tal cosa? Tal vez porque aquella noche, por primera vez en mucho tiempo y a pesar del alcohol, había vuelto a sentir esa sensación.
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