domingo, 20 de junio de 2010

Capítulo 10

~ 10 ~
Cualquier hombre que no supiera apreciar lo afortunado
que es por tenerte, estaría loco. - Noches de tormenta




Samantha se despertó sobresaltada, con la sensación de que la cabeza estaba a punto de estallarle. Miró al otro lado de la cama y comprobó que su marido todavía seguía durmiendo. En estos momentos agradecía que tuviera un sueño tan profundo. Volvió a poner la cabeza en la almohada intentando recordar algo de la noche anterior, pero tan sólo conseguía pequeñas imágenes, nada claro. Recordaba que había estado bebiendo y que después había salido a pasear con Joseph... Nada más. Sin embargo, el sueño que había tenido horas antes, sí lo recordaba con total claridad. ¿Qué le habría dicho a Joseph? ¿Le habría confesado su pequeño desliz con Gary? Pero lo que más le preocupaba no era eso. ¿Y si le había confesado todo? ¿Y si le había dicho que ella aún..? Ni siquiera podía decírselo a sí misma... Aunque en tal estado de embriaguez, quién sabe, lo mismo había hecho cosas mucho peores. Tenía que hablar con él, y cuanto antes mejor.
Miró el reloj; dada la hora que era, seguramente Joseph estuviera corriendo por la playa. Lo sabía porque antes de beber lo habían estado comentando; era un presumido y le gustaba cuidarse.
Samantha se levantó y se miró en el espejo.
-¡Oh Dios, estoy horrible! -dijo, tocándose la cara, y comprobando a la vez que se había acostado con la ropa puesta.
Su rostro dejaba claro que no había pasado una buena noche. Se duchó, se maquilló para disimular su mala cara, se vistió con ropa limpia y bajó a buscar a Joseph.
Tal y como ella pensaba: Joseph estaba en la playa, pero no estaba corriendo, sino sentado en la orilla mirando al horizonte. Parecía pensativo. Samantha sintió un escalofrío al mirarle; otra vez ese maldito sueño en su cabeza. Apartó las imágenes de su mente y se aproximó a él, que se sobresaltó al escuchar sus pisadas.
-Buenos días. -saludó ella amablemente.
-¡Vaya! No esperaba encontrarte por aquí tan temprano. ¿Qué tal estás?
-Bien... Bueno, ya sabes, con dolor de cabeza.
-Si es que no sabes beber… -bromeó.
-Puede que tengas razón... -Sam se sentó junto a él y le miró-. Bueno… Venía a disculparme. -admitió.
-¿Disculparte? ¿Por qué? -Joseph parecía sorprendido, o eso pensaba Samantha.
En realidad, justo tras pronunciar aquellas palabras, él pensó que Sam recordaba lo del beso y su extraña confesión sobre el amor.
-Precisamente por eso vengo a disculparme, no recuerdo lo que hice anoche y a lo mejor hice algo que te molestó.
-No te preocupes, sólo te metiste desnuda en mi cama.
Samantha se quedó pálida, tanto, que Joseph tuvo miedo de que fuese a desaparecer en cualquier momento.
¿Quería decir eso que el sueño no había sido del todo inventado? Pensó ella, alarmada.
-¡Es broma, mujer! -se apresuró a aclarar-. Te quedaste dormida poco después de salir a dar una vuelta. Yo te llevé a tu cuarto.
-Menos mal… Espera, ¿que me llevaste? -preguntó ella, incrédula.
-Sí. Te cogí en brazos y te llevé hasta tu habitación.
Samantha tragó saliva y abrió mucho los ojos, sorprendida. Después, bajó la mirada, avergonzada.
-Dios… qué vergüenza… Lo siento muchísimo. Siento que te tomases tantas molestias por mí... ¿Y qué te dijo mi marido?
-Tu marido no se dio cuenta, estaba durmiendo. Entré con cuidado y te dejé en la cama. Por lo demás... tranquila, no tienes de qué avergonzarte. Eso puede pasarle a cualquiera. -dijo Joseph, intentando restarle importancia al asunto.
Samantha soltó un suspiro de alivio; al menos Edmond no había visto el estado en el que iba.
-Bueno, y aparte de eso… ¿de qué estuvimos hablando? -mientras se lo decía, miraba hacia todas partes, excepto a él.
Samantha parecía preocupada. Joseph sabía que tenía miedo de haberle confesado algo… ¿Tal vez lo de Gary?
-Estuviste soltando cosas sin sentido. Nada en concreto.
-Me cuesta mucho creer eso. De verdad, si hice algo que te molestara, puedes decírmelo. De hecho, creo que hice algo, pero no consigo recordarlo.
-A lo mejor no fue nada malo, y por eso no lo recuerdas. Si dijiste o hiciste algo realmente vergonzoso, ¿no crees que sería difícil de olvidar, incluso estando borracha? -aventuró.
-Supongo que puede tratarse de eso… Bueno, de todas formas lo siento muchísimo. En fin… lo cierto es que tan sólo vine para disculparme. Así que nada… me voy, ya nos veremos.
-Está bien, recupérate.
-Gracias.
Samantha volvió a su habitación un poco más tranquila, pero sentía que Joseph no le había contado todo.
Él, por su parte, siguió sentado en la playa. No podía olvidar el beso de aquella noche. Nada volvería a ser como antes: ya no se sentía capaz de reprimir aquel deseo que sentía por ella. No volvieron a hablar del tema ni tampoco volvieron a beber (al menos, no tanto). Salieron unas cuantas veces a comer o a dar una vuelta, y así fueron pasando los días de vacaciones. Las últimas semanas de agosto las pasaron en el pueblo de Edmond.
Después del descanso, Samantha debía de ponerse las pilas de nuevo y, además de volver a adaptarse a las clases, tenía que enfrentarse a Gary, al que llevaba sin ver desde antes de las vacaciones.


Samantha se encontraba sentada al volante, conduciendo por la horrible carretera, atestada de vehículos: otra vez la misma rutina. De momento no tendría que dar clase, tan sólo tendría reuniones sobre los horarios y ese tipo de cosas. Pero aquella mañana, lo que no le apetecía por encima de todo era tener que discutir con Gary. Estaba cansada. Él había pasado de ella durante todas las vacaciones, sin dar siquiera señales de vida, y ahora vendría pidiéndole perdón con alguna excusa absurda que sólo haría que ella acabase más enfadada de lo que ya estaba.
Nada más salir del coche, vio a Gary bajando del suyo. Estupendo; las cosas no podrían ir peor.
Samantha salió del aparcamiento y aligeró el paso con la esperanza de que no la viese
-¡Sam! -Gary la llamó, y parecía contento, al contrario que ella.
Ella siguió caminando como si no hubiera escuchado nada. Gary fue tras ella.
-¡Sam, espérame! -le pidió él.
-Tengo cosas que hacer. Hablamos luego. -Samantha le dijo esto sin mirarle a la cara, y atravesó la cafetería todo lo deprisa que pudo, sin entretenerse saludando a los dueños de ésta.
Gary aceleró el paso y consiguió alcanzarla y agarrarla del brazo.
-¿Te pasa algo conmigo?
En ese momento sólo tuvo ganas de abofetearle y gritarle todo lo que pensaba sobre él, pero se contuvo.
-¿A mi? Nada, por supuesto. -dijo, con cierta ironía-. Por cierto, ¿qué tal tu mujer?
“Ese ha sido un buen golpe.” -pensó Samantha, que siguió caminando sin esperar respuesta.
-¡Sam!
Samantha se giró bruscamente esperando encontrarse de nuevo con Gary, pero esta vez no era él.
-Hola, Joseph -saludó, sonriéndole.
-¿Te ha costado mucho levantarte esta mañana?
-Lo normal. Si lo que me importa realmente es volver a la rutina, al mismo trabajo… madrugar me da igual.
Ambos entraron en la sala de profesores y empezaron a saludar a todos sus compañeros. Cuando se encontraron al director, éste les informó de que en una hora tendrían una reunión en la biblioteca sobre el inicio del curso y demás.

Joseph y ella fueron juntos a la biblioteca, donde las mesas estaban colocadas de forma distinta a la habitual: formando un cuadrado, donde todos podían verse las caras.
Ambos estaban charlando animadamente, cuando Gary entró por la puerta.
-Samantha, yo... -Gary se detuvo en cuanto se percató de la presencia de Joseph-. Oh… Hola, Thomson.
-Ey, ¿qué tal las vacaciones, Gary? -lo ocurrido antes del verano había quedado casi olvidado por parte de ambos… casi.
-Bueno, bien. Con mi mujer y mis hijos, ya sabes. -dijo simplemente.
-Entonces te lo habrás pasado muy bien. -intervino Sam-. Se nota que quieres mucho a tu mujer.
Gary se fijó en el tono que estaba empleando Samantha, y se quedó algo sorprendido. No esperaba aquella reacción en ella, sino más bien algo como: “¿Por qué no he sabido nada de ti en todo el verano? ¡Oh, te he echado de menos, Gary!”. En ese momento pensó que no hay quién entienda a las mujeres.
-Ya ves… -comentó, sin mucho entusiasmo.
-Por cierto, Gary. Me encantó lo que me mandaste al correo, se lo enseñé a mi mujer y estuvo partiéndose de risa.
Samantha notó que le hervía la sangre.
-¿Correo? Vaya… ¿Pero tuviste tiempo para eso, Gary? Y yo que pensé que le dijiste adiós a la tecnología durante el verano. -intervino Samantha, apretando los puños y forzando una sonrisa.
-Deberías habérselo mandado.
-Sí, yo también quería reírme. -fulminó a Gary con sus ojos azules.
Ambos se quedaron mirándose. Gary se sentía cohibido ante la mirada de Samantha, y ella se sentía furiosa. Tenía ganas de gritarle de todo o perderle de vista, pero en aquel preciso momento entraron el jefe de estudios y el director, y la reunión dio comienzo. Durante ésta, Gary no le quitó el ojo de encima a Samantha, y ésta le evitó en todo momento y se limitó a escuchar a sus jefes. Por su parte, Joseph, se dedicó a observarles a ambos. Se fijó en cómo Gary observaba a Samantha de reojo, con la mirada triste, y también se fijó en ella… radiante, como siempre. Aquel día había decidido ponerse una camisa blanca, de manga corta, escotada, y una falda de tela plisada marrón. A este conjunto se le unían unos tacones sencillos, que hacían que sus piernas pareciesen infinitas. Se percató también en que el pelo le había crecido un poco durante el verano, y estaba mucho más guapa. En un momento de la reunión, mientras la observaba con disimulo, sus miradas se cruzaron, y ella le dedicó una media sonrisa. En aquel instante quiso morirse… aquellos pequeños gestos hacían que su corazón se acelerase tanto, que casi parecía que iba a salírsele disparado del pecho en cualquier momento.
Cuando la reunión terminó, quiso hablar con ella, pero sus compañeros de departamento le entretuvieron, y mientras charlaba con ellos, pudo ver cómo Samantha salía de la biblioteca, y detrás de ella, Gary.

Samantha cruzó el pasillo dando grandes zancadas y comenzó a subir las escaleras rápidamente: sabía que él la estaba siguiendo. Una mano se posó en su cintura, y otra en su mano, que iba pegada a la barandilla. Samantha se zafó de Gary y continuó subiendo. Éste comenzó a gritarla, sin armar mucho escándalo.
-¡Venga Samantha, no seas cría!
-¿Cría? -se fue directa a la puerta del departamento de dibujo-. ¿Hace cuánto que no nos vemos?
-He tenido que estar con mi mujer y mis hijos, lo sabes.
-Yo es que estuve con George Clooney, ¿sabes? -comentó, mordaz-. ¿¡Con quién te crees que he pasado yo todo el verano?! ¡No tienes excusa!
-Este no es el mejor lugar para hablar de esto, lo hablamos luego. ¿Te parece?
Samantha se dio la vuelta y se encaró a él, encolerizada.
-No, no me parece. Eras tú el que estaba enamorado de mi, yo fui la que decidió darte una oportunidad… Y te pedí que me llamases. ¡Te besé, por el amor de Dios! Y no he recibido ni una llamada, Gary… ni un mensaje... ¡NADA!
-Mi mujer estaba continuamente conmigo. Me controla mucho, Sam. Creo que sabe que le oculto algo…
-Muy bien, me parece genial. ¿También te controla el ordenador? ¿Una llamada desde una cabina telefónica?
-Samantha, por favor. -le rogó Gary, nervioso.
Ella iba a irse; quería entrar en el departamento de dibujo para poder descargar su ira contra algo; no quería llorar, aunque se moría por hacerlo. Entonces decidió que no todo estaba dicho, y se volvió de nuevo hacia Gary, que permanecía frente a ella.
-¿Sabes? ¡Incluso Joseph ha pasado más tiempo conmigo que tú!
-¿Joseph? -Gary se quedó tan helado que no pudo decirle otra cosa.
-Sí, coincidimos en la playa. ¿Te molesta?
-No me gusta que hables tanto con él. -los celos empezaron a surgir en el corazón de Gary-. Pensé que estabas incómoda con Joseph…
-No me lo puedo creer… ¿Lo sabías? ¿Lo sabías y aún así no te importó dejarme a solas con él aquel día? Podría haberme llevado cualquiera, pero tuviste que decírselo a él. l ¿Por qué no te gusta que hable tanto con él, si no te importa cómo me sienta a su lado? Quiero decir, que no creo que sea algo malo que hablemos… De hecho, pienso seguir haciéndolo. Y no necesito que finjas estar preocupado por mí por hablar con Joseph porque tengas problemas con él, porque, evidentemente, los tienes.
Samantha entró en el aula de dibujo sin intención de hablar más, pero Gary no estaba satisfecho aún, así que entró detrás de ella y cerró la puerta.
-¡Sam, maldita sea! ¡Yo me preocupo por ti! No he podido llamarte, pero eso no significa nada. Y tengo mis razones para no querer que hables con él… Creo que son evid…
-¡Me da igual! -le interrumpió, montando en cólera-. Hemos tenido tres meses de vacaciones, me conformaba con hablar, aunque fuese sólo una vez. Ocurrió algo entre nosotros, imagino que no lo has olvidado. Si no eres capaz de eso, tampoco tienes derecho a decirme con quién debo o no hablar.
-Te compensaré, iremos adonde tú quieras, ¿vale? Hablaremos del tema y…
-No, Gary, ya no. Ya no hace falta. Fue un error, ¿vale? Fue un error creer que debía darnos una oportunidad.
-Sam...
Samantha le dio la espalda a Gary. Si le miraba no podría contener las lágrimas.
-He dicho mi última palabra.- sentenció.
-Está bien, vale. -dijo, resignándose.
Gary se alejó malhumorado. Samantha no pudo controlarlo más: las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas sin control. Se encerró en el aula de dibujo asegurándose así de que nadie pudiera verla en ese estado. Le dio al interruptor, pero la luz no se encendió; lo que faltaba, la luz se había fundido.
El sonido de la puerta la sobresaltó.
-Te he dicho que me dejes en paz, ¿necesitas que te lo repita?
-¿Samantha..? Vale, ya me voy. Perdona.
Aquella no era la voz de Gary. No le hacía falta ver para saber que se trataba de la voz de... De pronto, una serie de imágenes comenzaron a invadir su mente.
Aquella situación... Era como en su sueño, aquel sueño que había intentado borrar de su cabeza.
Joseph había logrado escapar de sus compañeros y les había seguido hasta allí. Después de ocultarse y escuchar parte de la dura discusión entre ambos, había decidido entrar, aunque no esperaba tal respuesta.
-Joseph, perdón. No sabía que eras tú. -se disculpó, apesadumbrada.
Joseph, a pesar de la poca luz que se proyectaba en la sala a través del iluminado pasillo, pudo ver el reflejo de las lágrimas en el rostro de Samantha.
-¿Qué ha pasado? -le preguntó, preocupado.
Ella se quedó mirándole sin saber muy bien qué decir, cómo explicarle la situación…
-Espera, voy a levantar la persiana, ¿vale?
Samantha no sabía si alegrarse o ponerse de nuevo a llorar cuando la luz inundó la habitación; ahora podía ver a Joseph perfectamente y no sabía si eso era bueno.
-¿Me lo vas a contar?
¿Qué le iba a contar? ¿Qué acababa de tener una bronca con Gary o que, desde que él había entrado por esa puerta no podía dejar de pensar en ese maldito sueño? ¿Pero que más daban ahora esos pensamientos? Se sentía mal y necesitaba el consuelo de alguien.
-¿Puedes darme un abrazo? -le pidió, desconsolada.
-Claro.
Se volvió hacia la puerta, la entornó, y cuando estuvieron lo suficientemente cerca, Samantha se echó a los brazos de Joseph y comenzó a llorar más intensamente.
Joseph no pudo evitar ponerse nervioso; tenerla entre sus brazos era una sensación de lo más agradable. Aquel pensamiento le hizo sentirse un poco culpable. Él pensando en lo bonito que era tenerla tan cerca, y ella mientras llorando. Joseph la abrazó con más fuerza mientras le acariciaba el pelo.
-Sam, sea lo que sea, seguro que tiene solución.
-No creo que esto tenga solución.
-Soy de los que piensan que todo ocurre por alguna razón, tal vez todo vaya a mejor a partir de hoy. -Sam siguió llorando y negando con la cabeza-. Mírame.
Joseph se apartó un poco y sujetó la cara de Samantha entre sus manos.
-Unos ojos tan bonitos no merecen estar tristes. Toma. -dijo, sacando un pañuelo de su bolsillo y secándole las lágrimas.
Mientras él se las limpiaba, ella le miraba fijamente a los ojos, intentando transmitirle lo agradecida que estaba por el simple hecho de que estuviese allí, cuidando de ella, preocupándose. Joseph guardó su pañuelo y también la miró. Él, ante aquella mirada tan profunda de Samantha, se puso aún más nervioso; tomó una de sus manos y le acarició el dorso de ésta. Fue entonces cuando tuvo un impulso. Era ahora o nunca.
-¿Sabes? Hay algo que me diste aquel día en la playa y que nunca te devolví. Creo que es el momento de devolvértelo.
-¿Y qué...?
Samantha no pudo terminar la pregunta, ya que los labios de Joseph se lo impidieron.
Sam no sabía qué hacer; se quedó quieta, mirándole con sorpresa. Joseph por su parte, tampoco dejaba de mirarla, a pesar de que su corazón latía con fuerza. Estaba esperando a que ella reaccionara, pero no lo hacía. Pasaron unos cuantos segundos en silencio, segundos que a él le parecieron una eternidad.
-¿Puedo preguntarte por qué lo hiciste? -preguntó Joseph, rompiendo finalmente aquel silencio que estaba acabando con su paciencia.
Su pregunta retumbaba en la cabeza de Samantha. Ahora sí recordaba aquel beso en la playa. Un beso que había confundido con un sueño aquella noche… La misma noche en la que también soñó con Joseph. ¿Qué debía contestar? ¿Qué había sido culpa del alcohol? Eso no era del todo cierto, puede que el alcohol hubiera ayudado, pero la verdad es que llevaba mucho tiempo deseándolo. Sin embargo, eso era algo que no podía confesar por el bien de los dos. Samantha volvió a la realidad para encontrarse con la mirada de Joseph, necesitaba una respuesta y ella debía dársela. Se acercó más a él y buscó los labios de Joseph con los suyos. Después de esto, salió por la puerta dejándole allí dentro, solo. Sabía que no le había dado una contestación clara, seguramente ahora estaría más confuso, pero era la mejor respuesta que podía darle por ahora.


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