jueves, 4 de marzo de 2010

Capítulo 4

~ 4 ~
He venido aquí esta noche porque me he dado
cuenta de que quiero pasar el resto de mi vida contigo.
Y quiero que el resto de mi vida empiece ya. - Cuando Harry encontró a Sally




1 año después.


-Claro, cariño… si, si … ¿Tiene que ser justo ahora?… -Gary volvió a oír la voz de su mujer al otro lado del teléfono-. Bueno, pues si no hay otro día, iré ahora… Sí, ya lo sé… No, no me olvido… Un beso, hasta luego… adiós…
Gary lanzó el teléfono con rabia, y lo encestó en su mochila. ¿Por qué tenía que recoger la dichosa bolsa de ropa que le tenía preparada la prima de su mujer justo ese día? ¿Es que acaso les corría prisa a sus hijos tener aquella ropita vieja, con toda la que tenían ya? No lo podía entender… Bueno, su mujer siempre había sido así; las cosas tenían que ser cómo y cuándo ella quería. Pero, ¡maldita sea! ¿Justo el día en el que iba a quedar con ella?
Por un momento, Gary se sintió fatal por pensar aquello. Se estaba planteando serle infiel a su mujer, y eso… bueno… ¡Pero no podía dejar a Samantha tirada! Le había prometido llevarla a casa, ya que ella tenía el coche roto. ¿Y si le pedía el favor a un amigo? Inmediatamente pensó en Joseph. Seguro que a él no le importaba… el problema era si le importaría a ella. Cuando esa mañana se había ofrecido a llevarla, la había visto sonreír de aquella manera… Estaba casi seguro de que ella sentía lo mismo que él.
Gary se había terminado enamorando de su Samantha… Al principio se había convertido en una especie de obsesión; soñaba con ella, la veía por todas partes… Tiempo más tarde, decidió que era la hora de dejarse de tonterías y actuar. ¡La quería de verdad! Se había comportado con ella durante todo aquel tiempo de la mejor manera posible. Bueno, siempre se había comportado bien con Sam, pero él había cambiado notablemente su forma de actuar… Siempre le decía lo guapa que iba, la ayudaba en todo lo posible, se iban a comer juntos o, simplemente, a tomar algo y charlar, ¡incluso la había invitado a su casa a comer..! junto a otros profesores, claro. Los últimos meses había tenido miedo de sí mismo cuando se quedaban a solas. Tenía miedo de lanzarse, de ser rechazado… pero tan sólo unas semanas atrás, descubrió a Samantha mirándole, pensativa, de una manera que no había visto nunca. Casi estaba convencido de que ella sentía lo mismo por él. Hoy habría tenido la oportunidad perfecta para confesarle todo.
Gary soltó un par de maldiciones, recuperó su móvil del fondo de la mochila, y marcó el número de Joseph.
-¿Gary? -preguntó extrañado su amigo cuando cogió el móvil.
-Hola, Thomson.
-¿Qué haces llamándome? ¿No estás en el instituto?
-Si. -se limitó a responder.
-¿Entonces..? Estaba a punto de salir.
-Necesito que me hagas un favor. Iba a llevar a Samantha a su casa, pero me ha surgido un compromiso… importante. ¿Podrías llevarla tú?
Joseph tardó un poco en responder.
-Está bien. Ahora mismo voy a buscarla… ¿se lo digo yo o se lo dices tú?
-Se lo diría yo, pero tengo prisa, me esperan.
-Vale, hasta mañana entonces.

Joseph guardó su móvil, cerró el coche, y se encaminó hacia la sala de profesores. Samantha estaba allí, recogiendo sus cosas. En cuanto le oyó, se giró rápidamente y sonrió.
-¿Qué haces aquí? ¿No te ibas ya? -le preguntó ella, intuyendo que algo ocurría, pues esperaba encontrarse con Gary de un momento a otro.
-Verás… Gary me acaba de llamar y me ha pedido que te lleve a tu casa. Me ha dicho que tenía algo importante que hacer y que tenía prisa.
La expresión de Samantha cambió por completo. No parecía hacerle mucha gracia aquello. Gary no tenía ni idea de que lo que menos le apetecía a Sam era quedarse a solas con Joseph. Él, supuestamente, no sabía nada… Pero podría haberlo intuido.
-Cuando quieras nos vamos. -dijo Joseph amablemente.
Samantha asintió, cogió su bolso y pasó por delante de él sin mirarle. Sobre todo, no quería que sus miradas se encontrasen; tenía sus motivos.
Llegaron hasta la puerta del aparcamiento, y ella la abrió antes de que Joseph pudiese abrírsela; ambos se dirigieron hacia el coche de éste. Una vez dentro, se acomodaron en sus asientos, se abrocharon el cinturón de seguridad, y él lo puso en marcha.
El trayecto fue horrible, al menos en gran parte. Samantha miraba por la ventana y él a la carretera. Aún así, ella no podía evitar desviar la mirada de cuando en cuando hacia él.
“Encima lleva puesta esa camisa que le sienta tan bien. Mierda.” -pensó, incómoda.
Él también lo parecía, y es que nadie había pronunciado ni una sola palabra en todo el viaje.
-¿Es esta calle?
-Si.
Joseph giró hacia la izquierda. Encontró un sitio en la acera y aparcó ahí mismo. Paró el motor y todo se quedó en silencio.
-Lo siento, Joseph. -se disculpó ella de pronto.
Él la miró. ¿Por qué se disculpaba?
Samantha le miró directamente a los ojos. En seguida se maldijo por hacerlo; aún así, siguió mirándole.
No había sido nada justa con el pobre Joseph; él no tenía la culpa de la profunda estupidez de Gary, ni muchísimo menos. Pero, ¿por qué tenían que pasarle ese tipo de cosas? Tan sólo quería que un buen amigo la llevase a casa, nada más… Y Joseph lo era, era ese buen amigo, a pesar de lo sucedido entre ellos en el pasado.
-El día no ha transcurrido como yo quería. -le confesó, pesarosa-. Siento haberlo pagado contigo… ¿Quieres pasar? Podemos tomar algo.
Joseph sonrió, dando a entender que aceptaba sus disculpas. Ambos salieron del coche, y entraron en el precioso chalet de Samantha. Estaba pintado de color rosa palo y blanco. Unas escaleras conducían hasta la puerta. También tenía un pequeño jardín delantero, al que por su aspecto, no prestaban demasiada atención.
Samantha le condujo hasta la cocina.
-¿Qué te apetece? ¿Una cerveza? ¿Tal vez un café? -le preguntó, abriendo la nevera.
-Una cerveza, gracias.
Samantha le puso un botellín y ella se abrió una Coca-Cola. Joseph tomó asiento en una de las sillas de la cocina y ella se quedó apoyada en la encimera mientras le daba pequeños sorbos a la lata.
No podía evitar mirarle. Se preguntó por qué él no lo hacía también. Era extraño: en el fondo lo agradecía, pero le gustaría que la mirase con la misma intensidad que ella lo hacía.
-Ahora mismo vuelvo, -anunció, pasado casi un minuto en silencio- voy a ponerme cómoda, ¿si?
Joseph asintió con la cabeza, en señal de aprobación, y le dio un trago a la cerveza.
Samantha subió al segundo piso y se dirigió a su dormitorio. Se dejó caer sobre la cama, débil, con los sentimientos a flor de piel. Se sentía sumamente estúpida por sentir lo que sentía… avergonzada por los pensamientos que cruzaban por su mente. Ella misma le había hecho prometer a Joseph que aquel “incidente” debían olvidarlo, y ahora, después de años, tan sólo por quedarse a solas con él, era ella quien no lo olvidaba. Es más: no se le iba de la cabeza. Y todo por culpa del inepto de Gary, que parecía no darse cuenta de nada. ¡Habían pasado años! ¿Es que no había notado la sensación de incomodidad que ella sentía al estar a solas con Joseph? ¿Las veces que había soltado cualquier excusa para no tener que mantener una conversación exclusivamente con él? ¿La cantidad de ocasiones en las que le había pedido que le dijera a Joseph algo de su parte? Por su maldita culpa ahora mismo sólo era capaz de llenar su mente con recuerdos de aquella noche.

Joseph se paseó por la cocina, ya con la lata vacía. Buscó el cubo de la basura con la mirada y, cuando lo localizó, tiró la lata en la sección de envases que tenía. De pronto, se fijó en la hora que era. ¡Su mujer le estaría esperando para comer!
-¿Samantha? -la llamó-. Samantha, me tengo que ir, es tarde… No me he dado cuenta de la hora...
Se preguntó si desde el piso de arriba no le oiría. Subió despacio las escaleras, y buscó sin mediar palabra a su compañera. Fue hasta la habitación del final del pasillo, que tenía la puerta entornada, y se aproximó hacia ella: Samantha estaba allí.
Estaba de espaldas a él, con la espalda cubierta únicamente por la fina tira del sujetador. Se incorporó, y se quitó los pantalones y los zapatos. Joseph permaneció pegado a la puerta, embelesado. Samantha buscó el cierre del sujetador con ambas manos, y se lo quitó, dejando su espalda completamente desnuda. Joseph clavó sus ojos en ella, tragó saliva y contuvo la respiración. Samantha se giró hacia el pequeño armario de la habitación, con la intención de guardar la ropa que acababa de quitarse, y Joseph pudo verle medio pecho. Contrariado, se volvió hacia el pasillo y la esperó, nervioso, sentado en las escaleras, intentando dejar la mente en blanco.
Antes de salir, Sam volvió a echarle un vistazo a la cama. Por un momento, se vio a sí misma siendo desnudada por Joseph, encima de ella. Sacudió la cabeza y suspiró fuertemente, frustrada.
-¿Qué haces ahí? -dijo, al encontrar a Joseph sentado en la escalera.
-Me tengo que ir. -respondió, con firmeza, mirándola.
-Te acompaño afuera. -en su interior, se sintió aliviada por su marcha.
Joseph no dijo ni un sola palabra más. La siguió hasta la puerta de la calle, y se despidió de con un gesto de la cabeza. Se montó en el coche sin miramientos, y se alejó de allí sin ni siquiera volver la vista atrás. Paró en una de las calles en las que había sitio.
¿Qué es lo que le había pasado allí dentro? Por más que intentara negarlo lo sabía muy bien. No había conseguido olvidarla, a pesar de haberle prometido que lo haría y de haberlo intentado con todas sus fuerzas durante esos años. Del mismo modo, no había podido evitar tener un déjà vu en aquella habitación, ni haberse sentido realmente excitado... Se había acordado inmediatamente de la noche en la que se habían acostado y eso había desencadenado un profundo deseo en él. Había deseado besar su espalda, abrazarla, luego besar su cuello con ferocidad, entrelazar sus lenguas y… hacerle el amor allí mismo, es decir, todo lo que había hecho aquella lejana (aunque ahora muy presente) noche del año 2005.
-¡¡¡MIERDA!!! -dio un golpe contra el volante, montando en cólera-. Tengo que olvidarme de ella de una jodida vez... ¡Maldita sea!
De repente, se puso a pensar en su matrimonio. Su mujer y él se habían conocido en la universidad, y cuando la terminaron, se casaron. Empezaron siendo mejores amigos, luego, vinieron los tonteos y, finalmente, la boda. La quería, por supuesto, pero… como amiga, y ella sentía lo mismo. Casi nunca discutían, se llevaban realmente bien, su vida sexual era más o menos activa, ambos trabajaban y tenían una buena casa. Está bien, no se podía quejar. Últimamente ella se había distanciado un poco pero, por alguna razón, no le importaba demasiado. De hecho, si tuviese un amante, no se sentiría mal, porque si ella se iba con otro, no sería por un simple capricho, sino por amor. Ella jamás le haría daño, era demasiado buena… De pronto, algo se le vino a la cabeza: Gary y Samantha. Estaba convencido de que entre ellos tenía que haber algo. Llevaba un par de semanas observándola; ni siquiera se molestaba en evitar a Gary, que la perseguía por los pasillos como si fuese un perrito faldero. Eso, añadiendo su comportamiento hacía unos minutos en su coche, callada y ausente… daba mucho que pensar.
Joseph encendió la radio y esta empezó a reproducir Another day in paradaise de Phil Collins. Arrancó el coche y se concentró en tararearla, apartando la imagen de Gary y Samantha juntos de su mente.
Fue cuando sonó One de U2, cuando Samantha se quedó encerrada en su mente, y no logró sacarla de ella durante todo el fin de semana.


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